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ESTACIÓN EN CURVA
Columna
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Sol

Madrid, con todo su esplendor y sordidez, es lo que pasa dentro de esa plaza

Sol Madrid
Una pareja frente al Oso y el Madroño en la Puerta del SolAlejandro Martínez Vélez (Europa Press)
Antonio Ruiz Valdivia

La cabeza de Hércules mira fijamente, por encima de todos y a todos. Cuatro leones le flanquean, no lo van a poner fácil. Sobre sus hombros descansa el balcón de la Real Casa de Correos, dueña y señora de la Puerta del Sol. Todos la quieren, todos la pelean, todos la sueñan, todos la temen. En el cristal aparece ese oscuro objeto de deseo, con letras blancas instituteras: Presidencia Comunidad de Madrid.

Pero la vida también pasa por otros lares, allí mismo en la plaza. “Compro oro”, gritan en una esquina con reflectantes chalecos sin quilates. ¿Vende mucho la gente en estos tiempos pandémicos? “Ahora más o menos como antes. En los primeros meses la gente sí traía más joyas”, responde uno de los captadores. Al lado se va formando una cola, con saliva escondida tras las mascarillas. La Mallorquina tienta con su nombre en rosa, sin que ahora esté Villarejo grabando en su salón. Lo que más piden los madrileños para sus bocas: napolitanas de chocolate, crema o manzana. Confesiones de mostrador.

Alguien juega un cuponcito en tiempos duros, otros se paran en el escaparate lleno de zapas al aviso de Denzel Curry, hay quien espera desde primera hora para arreglar sus ‘iphones’ (más manzanas), corren unos pocos hambrientos a comprar sándwiches del Rodilla… Y en la esquina la eterna olvidada, la Mariblanca, esa Venus que antes presidía la plaza y que fue despojada del trono por Carlos III y su caballo. ¡Todavía quedan seis cabinas!

“Desde los balcones de la Puerta del Sol se ven muchas cosas que se pueden elevar a reglas o definiciones generales. Así, por ejemplo, se ve que la Humanidad tiene brazos cortos”
Ramón Gómez de la Serna

Los fisgones se sientan alrededor de las dos fuentes, donde el césped trata de crecer inútilmente. Manos en los bolsillos y muchos comiendo hamburguesas o noodles. Desde allí se observan esos especímenes que habitan la Puerta, esa gente que no se sabe si viene o va, si está parada o se mueve, si es carterista o futura víctima de robo. Porque Sol, como Madrid, es esplendor catódico pero también es sordidez, ese lado sucio que no queremos ver. Del cielo al infierno.

La plaza es greguería hecha carne. Lo escribía don Ramón Gómez de la Serna: “El que pasa por ella va pasando como quien pasa por la Puerta del Sol. Que no se haga el tonto que lo sabe y anda de un modo especial”. O esa que dice: “Desde los balcones de la Puerta del Sol se ven muchas cosas que se pueden elevar a reglas o definiciones generales. Así, por ejemplo, se ve que la Humanidad tiene brazos cortos”.

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De sol no queda nada, noche (que no madrugada) madrileña. Todo el rato pasan coches de policía y furgones, sus luces se reflejan en las ventanas de las academias de idiomas y en los cristales de la ‘ballena’ para entrar al Cercanías. “Qué miedo, a ver si hacen un trompo”, le dice una amiga a otra. Al lado, dos franceses se lían un cigarrillo y le dan unos sorbos a una Mahou. “Cerveza, cerveza”, les acosan unos vendedores ambulantes. Suena a mezcla de Olivier Arson y Alberto Iglesias. Las once, ¡a correr!

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