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Una feminista madrileña: Lucía Sánchez Saornil

Nacida en 1895, trabajó en la primitiva Telefónica y fue una “chica del cable” real, además de escritora, periodista, anarcosindicalista y, sobre todo, luchadora incansable por los derechos de las mujeres

Lucía Sánchez Saornil, 'Mujeres libres (1936-1939)', Centro Mariena Basauri.
Lucía Sánchez Saornil, 'Mujeres libres (1936-1939)', Centro Mariena Basauri.

El movimiento feminista de comienzos del siglo XX se desarrolló con fuerza en Madrid a través de instituciones como el Lyceum Club Femenino, la Residencia de Señoritas o el Ateneo Femenino Magerit, entre otras. Ahora que empieza a popularizarse el interés por la época y por aquellas pioneras, que triunfan series como Las chicas del cable –producida por Netflix entre 2017 y 2020 y ambientada en el Madrid de los años veinte y treinta–, una se pregunta cómo es posible que determinadas biografías continúen pasando tan desapercibidas. Es el caso de la de Lucía Sánchez Saornil, madrileña nacida en 1895 que trabajó en la primitiva Telefónica y fue una “chica del cable” real, además de escritora, periodista, anarcosindicalista y, sobre todo, luchadora incansable por los derechos de las mujeres.

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Nació en el seno de una familia obrera en la calle Labrador, en lo que entonces se conocía como “Barrio de Las Peñuelas”: un mísero arrabal que había ido surgiendo en torno a la Plaza de las Peñuelas, al sur de la glorieta de Embajadores. Su madre y un hermano murieron en 1908, cuando tenía doce años, y ella y su hermana pequeña, Concha, quedaron al cuidado del padre, empleado en la centralita de teléfonos del Duque de Alba. Hasta los dieciocho, Lucía acudió a un colegio de huérfanos del Centro Hijos de Madrid, cuya Sociedad se había creado en 1904 para fines benéficos, educativos, recreativos y artísticos. Allí desarrolló un temprano interés por el arte que continuó cultivando más adelante en la Escuela de Bellas Artes de Pintura de San Fernando, donde entró en contacto con las vanguardias, que tan influyentes resultaron en su propia obra literaria.

Aunque sus poemas más juveniles tenían un estilo modernista, en torno a 1918 su obra dio un vuelco al profundizar de lleno en el Ultraísmo: el movimiento netamente español que tomaba elementos del resto de vanguardias –especialmente del Futurismo–, cuyo término fue acuñado por el poeta Guillermo de Torre. El exacerbado cultivo de la metáfora representó, quizá, su rasgo fundamental. Los ultraístas se reunían en el Café Colonial –situado en Alcalá, 3– bajo el liderazgo de Rafael Cansinos Assens y con la presencia habitual de Guillermo de Torre, Juan Larrea o Pedro Garfias. Lucía Sánchez Saornil, que no frecuentaba tertulias, fue la única mujer adscrita al movimiento y contribuyó a la redacción del primer Manifiesto Ultraísta, publicado en 1919 en la revista Cervantes.

Ese mismo año, también en Cervantes, publicó uno de sus poemas más celebrados: “Cuatro Vientos”, inspirado en el aeródromo madrileño que fue fundado en 1911 y utilizado por entonces como base aérea del Ejército del Aire. El poema menciona incluso la histórica Torre de Mando: “En la costa ilusoria / hay un faro: / la torre radiotelegráfica. / He aquí los grandes pájaros sonoros, / que se elevan, se persiguen y se abaten, / sobre las lejanas olas imaginarias”. Muchos de sus poemas los publicaba bajo el seudónimo de “Luciano de San-Saor” para poder expresar sin ambages su orientación homosexual. Más adelante, acabaría decantándose por la poesía de compromiso político y criticando las vanguardias como “burguesas iconoclastas”.

De la Telefónica a CNT

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Compaginaba la actividad poética y la formación artística con su trabajo como telefonista. En 1916, fue contratada por la empresa de teléfonos de Madrid: aquella que en 1924 se convertiría en la Compañía Telefónica Nacional de España y que desde 1929 tendría su sede en el célebre edificio de la Telefónica situado en Gran Vía. Tras afiliarse a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), participó en varias protestas sindicales y acabó siendo despedida en 1931, aunque en 1936 logró reingresar. Desde la proclamación de la II República, se centró en su actividad anarcosindicalista y escribió en diarios y revistas afines como El Libertario de Madrid. En 1933 fue nombrada secretaria de la CNT y concibió la necesidad de crear un espacio para las mujeres dentro del propio sindicato, ante el machismo imperante: así surgió, en abril de 1936, la organización Mujeres Libres, fundada por Sánchez Saornil junto a Mercedes Comaposada y Amparo Poch Gascón.

Escribió Sánchez Saornil: “La misión de la mujer no es pedir leyes, sino romper todos los decálogos. Crear una vida nueva y libre”. Mujeres libres llegó a contar con 20.000 afiliadas y trató de mejorar la vida de las mujeres, con iniciativas como la creación de guarderías para que pudieran organizarse mejor y seguir formándose en el feminismo y el anarquismo, o la publicación de la revista Mujeres libres, en la que Lucía era redactora junto a Comaposada, Poch, Federica Montseny, Carmen Conde, etc.

El estallido de la Guerra Civil en julio de 1936 frenó en parte su lucha feminista. Retomó la poesía, que había mantenido en un segundo plano en los últimos años, desde la perspectiva del compromiso político. El 19 de julio participó en el asalto al Cuartel de la Montaña y por esos días escribió su aplaudido poema “Madrid, Madrid, mi Madrid”, que recitó en Unión Radio Madrid mientras los bombardeos hacían temblar la ciudad: “¡Madrid, corazón del mundo, / corazón que se desangra!”. La emisora, con sede en el edificio de los Almacenes Madrid-París, en la Gran Vía, sería la que transmitiría el célebre “No pasarán” de la Pasionaria. En 1937, vio la luz su único poemario publicado en vida: Romancero de mujeres libres, que reivindicaba el papel de las mujeres en la Revolución.

Ese año, se trasladó a Valencia y posteriormente a Barcelona. En 1939 se exilió a Francia, pero en 1942 regresó clandestinamente a Madrid, donde intentó reorganizar Mujeres Libres. Sin embargo, fue reconocida por la calle y tuvo que marcharse a Valencia. Allí vivió en la clandestinidad hasta 1954, año en que legalizó su situación. No dejó de escribir poesía hasta 1970, cuando un cáncer acabó con su vida. Su figura siempre permanecerá unida a su Madrid natal, esta ciudad a la que gritó: “¡Madrid, Madrid, mi Madrid, / haremos una muralla, / con carne humana y de fuego / y a ver qué guapo la salta!”.

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