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Viaje a los infiernos de la violencia sexual

Sobrecogido por el caso de la Manada, el dramaturgo Sergio Martínez Vila retrata en ‘Mapa de heridas’ las consecuencias de una violación múltiple

Mapa de las heridas Teatro
Cristina de Anta y Óscar Oliver en la obra 'Mapa de heridas'Sofía Magán
Rocío García

A Sergio Martínez Vila (Asturias, 1984) le perturba la violencia, y es por ello que como dramaturgo indaga una y otra vez en ese fenómeno atroz, con el objetivo, dice, de intentar sanar y neutralizar sus efectos negativos a través de arte. En su última obra, Mapa de heridas, se adentra de manera seca y contundente en la violencia sexual, aquella que genera como ninguna otra una sensación de mancha y desprecio. En medio de una hermosa, inquietante y laberíntica escenografía, con decenas de botellas de vidrio de color caramelo extendidas sobre el suelo a modo de instalación artística, se asiste a un drama perturbador e intimista entre una mujer y varios hombres, en el que se borran los límites entre víctima y verdugo. Mapa de heridas, con solo dos actores en escena Óscar Oliver y Cristina de Anta, y primera producción al cien por cien de la compañía La madre del cordero, se estrena en la sala Cuarta Pared de Madrid, donde se representará, de momento, hasta finales de este mes de febrero.

Sobrecogido por el caso de La Manada, el que cinco jóvenes violaron en grupo a una chica durante las fiestas de los Sanfermines en Pamplona en 2016, Martínez intentó distanciarse del ruido mediático para abordar Mapa de heridas. “Decidí pensar cómo serían los integrantes de esta banda 30 años después, como serían sus masculinidades. Creo que la violencia que uno ejerce hacia fuera vuelve hacia uno mismo de un modo u otro. Algunos pueden ser conscientes y otros no, pero todos son víctimas de su propia violencia. Eso es lo que yo necesitaba experimentar como dramaturgo y director, para no dejarme llevar por el odio de la violencia”, asegura Martínez, en una entrevista telefónica con este periódico.

En Mapas de herida, Ana, una joven de 30 años, se cita con cuatro hombres diferentes, todos mayores que ella: un jubilado, un jefe de almacén, un padre de familia que busca sexo con chicas jóvenes y un divorciado. Ellos no saben quién es esta mujer, pero Ana sabe bien lo que le hicieron a su madre tiempo atrás. Conoce sus nombres. Fueron cinco los que la violaron por turnos (uno ya ha fallecido) y la dejaron embarazada. No sé sabe de quién. Ella ha vivido creyendo que su padrastro era su verdadero padre y cuando descubre la verdad se lanza a un viaje a los infiernos sin tener en cuenta que tal vez todo eso la ponga en peligro. “¿O tal vez el mayor peligro de todos sea el de encontrarse cara a cara consigo misma?”, se pregunta el director. Cristina de Anta da vida a esta mujer que no ha nacido del amor y que siente una sensación muy fuerte de rechazo y una propensión a verse violentada y humillada por los demás, mientras que Óscar Oliver interpreta a los cuatro violadores y al padrastro. Todo en medio de juegos con el cuerpo, en el que se mezclan la danza y la performance.

Martínez se documenta, investiga, lee y pregunta, pero, reconoce, que su labor no es muy ortodoxa en este sentido. “Mi enfoque tiene que ver más con la filosofía y la mística y menos con la sociología. Hablo mucho del concepto de herida de signo masculino, que en el fondo es un sentimiento de desvalorización y de rechazo a uno mismo. La violencia sexual es aberrante, es sistémica, existe desde siempre y se ha convertido en un arma política en las guerras, sobre todo con las mujeres y los niños”, denuncia el autor que, en el caso concreto de Mapa de heridas, aboga por la sanación de esta mujer vulnerable y cruel que “saca la cara del barro y encuentra el oro de su deseo y su afectividad”. “Decide no odiar a todos esos hombres para salir del infierno, la herida y la agresión”, añade Martínez.

Y ese laberinto pulcramente ordenado de botellas de cristal e iluminado, se va cayendo y destruyendo a medida que se van disipando las heridas. Ese mapa que forman los vidrios que es un mapa simbólico de la enorme herida que arrastran los personajes y que tiene que ver con lo nunca revelado se diluye y la incapacidad de empatía parece que se desmorona.

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