Las SS en la Gran Vía
En todas las ciudades sucede lo mismo cuando se anuncian restricciones al tráfico. Y en casi todas se acaban imponiendo
Para aliviarnos de los apocalipsis reales que nos afligen, no estaría de más revisar algunos de los apocalipsis imaginarios de los que nos hemos librado. Ahora ya casi nadie recordará que hace poco más de dos años había gente de relevancia aterrorizada ante la tragedia que se cernía sobre el corazón de Madrid. En la prensa se evocaba el gueto de Varsovia y en las redes sociales un consejero de la Comunidad divulgaba fotos de la construcción del Muro de Berlín. Han pasado muchos miles de tuits desde entonces, los comunistas ya no mandan en Cibeles, y Madrid Central -el objeto de semejante aprensión- sigue vigente sin que hayamos caído bajo la bota del totalitarismo.
A los que vivieron aquello con esa angustia se les podía haber tranquilizado con los ejemplos de muchas otras ciudades donde se plantearon restricciones al tráfico y acabó sucediendo algo parecido (bien es cierto que sin políticos ni columnistas de prensa con ese talento para la hipérbole que desbordan los de aquí). Seguro que aquellas almas en vilo hubiesen descansado mejor de haber sabido lo que ocurrió, por ejemplo, cuando se completó la peatonalización de uno los cascos históricos más valiosos de España, el de Santiago de Compostela. Los comerciantes se levantaron encabezados por el dueño de un bazar que presagiaba su ruina. Un año después, ya sin coches a la puerta, el portavoz de la protesta había ampliado su negocio abriendo otro establecimiento enfrente.
También podría haber tenido algún efecto ansiolítico sobre los madrileños más atribulados recordar el caso de Pontevedra. A finales del siglo pasado, un nuevo alcalde del BNG se estrenó con la idea de prohibir los coches en varias calles del centro. Los comerciantes entraron en pánico. “El Bloque nos bloquea”, gemía una pancarta. Va ya casi para 22 años y el alcalde todavía está ahí.
Cuando Madrid Central había derivado en otra de esas guerras culturales que tanto entretienen a los mentideros de la Corte, yo mismo venía de vivir un episodio similar en Brasil. En São Paulo, la mayor urbe del país, un abrumador laberinto de asfalto y hormigón, otro alcalde recién llegado decidió cerrar al tráfico los domingos la avenida Paulista, algo parecido a La Castellana de aquí. Un clamor de indignación se le vino encima. Hasta que la Paulista se fue llenando cada fin de semana de familias en zapatillas y bermudas, de bicicletas, de monopatines, de grupos que bailaban samba y de músicos que tocaban rock o jazz. Ahora es una de las grandes atracciones de la ciudad.
Aquí han pasado más de dos años, Madrid Central sigue como estaba y el Ayuntamiento anuncia un tímido plan de nuevas peatonalizaciones. Ya nadie habla de “cochefobia”. Ni se escucha a nadie defender los atascos como parte del patrimonio de la ciudad. Es más, no hay testimonios de que se haya visto a las SS marchando por la Gran Vía.
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