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LA ESPUMA DE LOS DÍAS
Columna
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La ‘crackesa’

Ella no lo sabe, pero seguramente gracias a su caso muchas mujeres hayan decidido no ahogarse

Fotograma de la película 'El crack' (1981).
Fotograma de la película 'El crack' (1981).
Raquel Peláez

En el centro de la ciudad donde nací, Ponferrada, hay un edificio que algunos periodistas locales han comparado con el Flatiron, porque es verdad que guarda cierta similitud con ese emblema de Nueva York, en cuyo techo instalaron hace ya algunos años una sirena gigante. Su función es avisar de que se ha producido una ruptura en el cercano dique del embalse de Bárcena. Si la sirena sonase, los ponferradinos tendrían que correr a refugiarse en lugares seguros antes de que el agua lo anegase todo.

Aunque la sirena es de reciente instalación, yo recuerdo que de niña, cuando veía aquella pared de cemento soportando sola millones de litros cúbicos de agua, ya intuía una amenaza de catástrofe. Ese sea tal vez el motivo por el que desde siempre me han producido fascinación morbosa las grandes obras de ingeniería, en especial las presas. Quizá por eso también, cuando vi El crack el pasado fin de semana (Filmin ha puesto esta obra maestra de José Luis Garci en su catálogo) me produjo especial sobrecogimiento conocer el lugar donde Germán Areta ―el detective privado con oficina en Gran Vía al que encarna Alfredo Landa― tendría que haber buscado a la chica cuyo paradero le encargan averiguar.

El crack es una película en la que, como dice Paloma Rando, aparece un Madrid que ya no existe y que Garci compara continuamente con La Gran Manzana. También otro que sigue más vivo que nunca. El primero es en el que todavía había frontones donde se celebraban combates de boxeo, comercios que no pertenecían a grandes multinacionales en las principales avenidas (hay un plano en el que se ve Bravo Java con una nitidez que dan ganas de aplaudir), marisquerías en los últimos pisos de Torres Blancas y apartahoteles para señores solitarios, fumadores y misántropos. El segundo, el Madrid que todavía existe, es el de la prostitución forzada y el de las conspiraciones en las más altas esferas. El detective Germán Areta representa al tipo de hombre que conoce a la perfección ese ambiente de señores tóxicos que comen ostras con la misma facilidad con la que van a putas y que a pesar de todo, jamás renuncia a su integridad. Por eso es “un crack”.

Un buen día, un hombre que regenta una ferretería en Ponferrada (así lo explica él mismo) se presenta en su despacho para que dé con el paradero de su hija, una chica atrapada en una red de machos tóxicos. Viene espoiler: nunca la encuentra porque estaba sepultada bajo litros de hormigón armado en una presa a las afueras de Madrid. Ayer supe gracias a este periódico que Netflix estrenará el mes que viene un documental sobre Nevenka, la concejala ponferradina que con solo 26 años decidió renunciar a todo y arriesgarse a reventar el dique del pantano en el que estaba atrapada para después desaparecer. Ella no lo sabe, pero seguramente gracias a su ejemplo muchas mujeres hayan decidido no ahogarse. Ella sí que es una crackesa.

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Sobre la firma

Raquel Peláez
Licenciada en periodismo por la USC y Master en marketing por el London College of Communication, está especializada en temas de consumo, cultura de masas y antropología urbana. Subdirectora de S Moda, ha sido redactora jefa de la web de Vanity Fair. Comenzó en cabeceras regionales como Diario de León o La Voz de Galicia.

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