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Canciones para el cierre de una época en el Pavón

La salida de la compañía Kamikaze por problemas económicos deja huérfano a un teatro esencial para la vida de Madrid

La fachada del Teatro Pavón.
La fachada del Teatro Pavón.BERNARDO PEREZ
Fernando Navarro

Cuando algo es maldito, lo es hasta el final. A punto de acabarse, 2020 todavía ha conseguido deparar más malas noticias: inauguramos esta penúltima semana del año conociendo que la compañía Kamikaze ha decidido poner el cierre definitivo a su estancia en el Teatro Pavón. Los problemas económicos, multiplicados por la pandemia, han obligado a sus responsables a abandonar el edificio de la calle de Embajadores, un recinto construido en 1924, que constituye el único teatro madrileño de estilo Art-Decó.

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La simbología de Pavón es indudable. Fue una de las grandes obras del arquitecto Teodoro de Anasagasti, consolidando con este edificio su estilo previamente ensayado en Madrid en el Real Cinema y el Teatro Monumental. La historia del Pavón es la historia de un centro que en sus orígenes se especializó en revista y teatro de la comedia, ofreciendo a los madrileños importantes funciones pícaras y de escape hasta el estallido de la guerra civil. Fue lo que se conoció como “revista verde” por la exhibición de los desnudos y la libertad de temas en los diálogos. El gran éxito fue Las Leandras, de José Muñoz Román y Emilio González del Castillo, con música del maestro Alonso. La estrenó Celia Gámez en 1931.

Fue una obra esencial al incluir dos números tan populares como el chotis El Pichi y el pasodoble Los nardos, ambos cargados del machismo imperante de la época, aunque sumamente representativos del folklore urbano y con los que se identificó desde entonces a Madrid. Gámez estrenó también bajo el techo del Pavón Las tentaciones y Las de Villadiego, funciones todas ellas a las que se las acusó de libertinaje y pornográficas. No volvería pasar: caída la República, la famosa vedete terminó adaptándose a las exigencias morales del franquismo. Y, mientras el nuevo régimen obligó a una revista española sin descaro ni escándalo, más teledirigida a la comedia ligera y con mucho aparato escénico, el Pavón se transformó en cine y el gris cemento tapó los dibujos de Art-Decó de la fachada.

La vedete argentina Celia Gámez, en el Teatro Pavón, en 1933 (Archivo Regional de la Comunidad de Madrid/ Fondo Martín Santos Yubero).
La vedete argentina Celia Gámez, en el Teatro Pavón, en 1933 (Archivo Regional de la Comunidad de Madrid/ Fondo Martín Santos Yubero).MARTÍN SANTOS YUBERO

El cine duró hasta que en 2002 se rehabilitó con la llegada del Centro Dramático Nacional. Volvieron las barandillas, los esgrafiados y la decoración detallista a un teatro que tuvo un impulso magnífico con el desembarco de la compañía Kamikaze en 2016. Una compañía alternativa, de calidad creativa, que aúna pluralidad de voces, mezclando el oficio privado y público y consiguiendo un equilibrio que no solo busca la rentabilidad monetaria, sino trascender culturalmente en el discurso. Kamikaze, que no renovará su contrato en enero de 2021 al no ser posible la negociación del alquiler, buscaba su casa en el Pavón, donde iban más allá de la función y daban cabida a talleres, conferencias, presentaciones, tertulias, ensayos... No ha sido posible. Y, como se ha encargado de decir estos días uno de los impulsores de la compañía, Miguel del Arco, tampoco ha habido una clara vocación política para que lo fuera después de que la financiación ha caído en picado con la pandemia.

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Podría suceder como ya sucedió en el pasado y que el edificio volviese a convertirse en una sala de cine. Pero, entre las muchas cosas que nos está dejando claro este año aciago para la industria cultural, una de las más preocupantes es que las salas de cine están en peligro de extinción. Cómo será que la anterior semana, es decir, la antepenúltima de 2020, supimos que Golem Distribución ha decidido cerrar, a partir del próximo 31 de diciembre, su oficina en Madrid, situada en la planta superior de los cines de la calle Martín de los Heros. Por tanto, el miedo es ver al Pavón, ubicado en una arteria clave y vivísima de Lavapiés a su unión con La Latina, convertido en una tienda de ropa, como viene pasando con los edificios clásicos de Gran Vía. O en un supermercado. O en cualquier tentáculo de un capitalismo feroz que no ve lo suficientemente rentable la cultura.

En estos días se puede ver una obra estupenda en el Pavón. Se trata de Las canciones, de Pablo Messiez, reestrenada hasta el 10 de enero después de su exitoso paso en otoño de 2019. Una función tan reflexiva como vibrante sobre una familia con elementos existenciales muy de Chéjov, pero incluso planeando el Godot de Beckett en todo un asunto plagado de arrebatadoras canciones como Pour ne pas vivre seul, de Leopoldo Mastelloni, Morgen, de Barbara Hendricks, o My Sweet Lord, de George Harrison, en versión incendiaria y gloriosamente interminable de Nina Simone. Hay un desnudo en la obra, como si se quisiese conectar con las revistas originales que dieron vida al Pavón. Pero lo que importan son la música y las palabras. Olga, la hermana mayor de la familia, dice: “En la vida, hay que saber si se es ‘de cantar’ o ‘de escuchar’. Aquí no se canta. Aquí se escucha”. En Las canciones se escucha. También se baila. Mucho.

Quizá en una vida en la que hemos perdido la facilidad de antes para bailar, incluso para escuchar, sean más necesarias que nunca las canciones, y todas esas iniciativas teatrales, artísticas, que nos hacen más llevadero el paso por este mundo.

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Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural, especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Ejerce de crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros Acordes Rotos, Martha, Maneras de vivir y Todo lo que importa sucede en las canciones. Es de Madrid.

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