Carmen Maura, la vida en el camerino
La actriz madrileña vuelve a protagonizar ‘La golondrina’ en el Teatro Infanta Isabel
Llega al teatro de la calle Barquillo dando un paseo desde su casa. Le acompaña Rita, de la que nunca se separa. “Salgo con ella sobre las seis menos diez y venimos andando”, comparte Carmen Maura en su camerino. A las ocho tiene función. “Suelo venir con dos horas o así de antelación, a veces un poquito menos. A mí me encanta estar en el camerino. Es una de las cosas que más me gustan del teatro”. Protagoniza La golondrina en el Infanta Isabel, donde ya estuvo el año pasado. “Cuando me ofrecieron volver a hacer esta función dije que la hacía si coincidía con Navidad. Sabía que este año iban a ser fiestas muy raras. Prefiero estar aquí”. A su lado, siempre Rita, yorkshire terrier de 7 años.
Ritual diario. Disfruta cada tarde el mismo ritual. “Me meto aquí y empiezo a maquillarme. Escucho música francesa, generalmente la misma, para no despistarme”. Tiene sobre la mesa todos los productos de maquillaje perfectamente colocados. En una esquina, una máquina de café, para hacérselo ella misma. No quiere importunar a nadie. No hay fotos a la vista ni estampas ni talismanes. En una de las paredes ha colocado unas lucecitas azules de LED. Cuando las enciende, sonríe traviesa. “Me chiflan”. Quiere poner más. “Mientras estoy esperando para hacer la función no puedo leer ni hacer bufandas ni nada. Tengo que estar sin hacer nada”. ¿Le gusta hacer bufandas? “¡Sí! He vuelto a tejer porque ya tengo la lana que llevaba tiempo buscando, que es muy difícil de encontrar. Esta bufanda me la he hecho en dos noches viendo la tele”.
Propósitos cumplidos. Distinguida con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, cuatro premios Goya, un César, una Concha de Plata, el Premio Donostia y el Premio de Honor de la Academia del Cine Europeo, entre otros muchos reconocimientos, Carmen Maura es Amelia en La golondrina, una profesora de canto que recibe a un nuevo alumno. “Decidí hacer la función porque sentí por primera vez que iba a hacer algo que podía servir a algunas personas. En teatro no me tira hacer una cosa muy complicada. Esto me parece lo más serio que voy a hacer nunca”, explica. Su personaje transita todo tipo de emociones. Cada tarde llora, sin poderlo evitar. “Me sienta fenomenal”. Las reacciones al texto de Guillem Clua le llegaron desde el estreno. “Me han contado infinidad de historias, he recibido cartas de gente que gracias a la obra ha tenido conversaciones que nunca había tenido. Más de uno me ha dicho: Ayer por fin mi madre quiso hablar conmigo. Eso es maravilloso”.
Saber escuchar. La mujer a la que interpreta toca el piano, hace manualidades y se divierte inventando distintas personalidades. “Ella dice: No sabes lo maravilloso que es ser otra persona por un rato. Eso yo no lo puedo hacer, pero antes me divertía mucho. Ya no lo hago porque no cuela”. En la vida real Carmen Maura no puede hacerse pasar por otras mujeres. Le reconocen en todas partes. “Me tratan como si fuera alguien de la familia, con naturalidad”. Disfruta preguntando. “Hablo con todo el mundo. Recibo muchísima información: sé si una película ha gustado o no, el ambiente que hay, lo que preocupa de verdad… En la calle me cuentan cosas muy personales porque me gusta escuchar”. Absorbe todo. “Como no he hecho cursos de interpretación ni nada, lo que sé de actriz lo he aprendido de la gente”. Recibe tanto cariño como respeto.” Creo que el público es el que te mantiene. En realidad no te mantiene ni un director ni un productor. El público es sagrado”.
Cuestión de oficio. Ha trabajado en más de 150 ficciones, contando solo películas y series de televisión. “Nunca he estado en paro, también porque no soy exquisita. Hay mucha gente que no hace según qué cosas”. Su estatus incontestable no le evita los madrugones en los rodajes. “Ahora he estado haciendo una serie y me tenía que levantar muchos días a las cuatro de la mañana. Eso es horrible. Lo llevo fatal”. Memorizar también le cuesta. “Aprender los textos es lo más fastidiado, pero soy muy cabezona y puedo pasarme días y días estudiando hasta que me los sé. Me aprendo cada palabra. Cuando mejor te lo sabes, más libre eres para después ser natural y decirlo como que te sale de verdad”. Carmen Maura lee todos los guiones que le mandan. “Absolutamente todos. Bastante trabajo les cuesta escribirlos como para no leerlos. Me ofrecen cosas muy curiosas”. No se plantea dejar de trabajar. “Tengo 75 años. Después de la serie la verdad es que me apetecía tumbarme a la bartola, pero esto me sigue divirtiendo. Ser actriz me ha salvado de volverme loca. Creo que estaría bastante desequilibrada si no. He tenido una vida muy complicada”.
De Madrid al cielo. Nacida en Chamberí, es más madrileña que la Cibeles. “Me siento muy orgullosa de ser de Madrid. Cuando yo era pequeña pasaban los burros con el carbón. Es increíble cómo ha cambiado”. Le entusiasma pasear por la ciudad. “Antes caminaba tres horas y lo pasaba fenomenal. Me encantaba ir por las calles mirando, hablando con la gente. Ahora me gusta menos porque me molesta mucho la mascarilla y todo es un poco deprimente”. Antes de ser actriz tuvo una galería de arte, en Conde de Xiquena. “Aprendí cómo funcionaba todo yendo por las galerías diciendo que tenía un primo que quería exponer, preguntando cuáles eran las condiciones”. Le gustaba mucho estar en el despacho. “Me puse un cartel que ponía Dirección. Allí recibía”. De vez en cuando se escapaba para hacer sus primeros papeles como figurante.
Volver al teatro. Hace cinco años volvió a pisar un escenario después de más de 30 sin hacerlo. Fue el del María Guerrero, al lado de donde tenía la galería. “Es uno de mis teatros favoritos. Éste, el Infanta Isabel, también. Ahora que han pintado el camerino me gusta más”. Disfruta con La golondrina y su compañero, Dafnis Balduz. “Está estupendo y nos llevamos muy bien”, celebra. La función dura hora y media. “A todo el mundo le emociona, por una cosa o por otra”. Al acabar, el aplauso no cesa. “Solo salimos tres veces. Podríamos salir más, pero me da apuro y siempre a la tercera digo ‘Adiós, adiós, todos a cenar’”. Ella se va a casa con Rita. “Cuando llegamos se pone pesada y quiere jugar y yo le explico que ella ha estado aquí tan tranquila reposando, pero yo trabajando para poder comprarle bolitas. Llego a casa cansada, pero completamente espabilada. Me puedo acostar a las cuatro de la mañana haciendo tonterías”.
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