Una jornada particular
La vida es una serie titulada ‘Pandemia 2020’ en la que en cada capítulo hay que inventarse una trama estanca para no pensar mucho en la jornada siguiente
La noche del sábado, un grupo de seis personas no convivientes que no querían pasar la noche a solas tuvieron que decidir sobre las once y media si la velada terminaba ahí o se prolongaba hasta las seis y media de la mañana. Cualquiera de las dos opciones era legal, dentro de los términos impuestos por el nuevo toque de queda, y eso les daba carta blanca para elegir. Porque ya sabemos que es la legalidad, no la ética, lo que dicta últimamente cómo deben comportarse los ciudadanos, o esa es la moraleja que se puede extraer de la asistencia la semana pasada de todas las fuerzas vivas de este país a la fiesta de un periódico que al parecer se ajustaba perfectamente a los requerimientos sanitarios vigentes.
Pero entonces un helicóptero de la Policía atravesó el cielo, se escucharon sirenas en la distancia y del exterior llegaron noticias de disturbios en Gran Vía y Moncloa. El miedo apisonó tanto ética como legalidad y las sonrisas se congelaron. Los presentes se dieron cuenta de que la segunda opción, la de las seis, se acabaría convirtiendo en una espera angustiosa, que es lo que es la vida últimamente: una serie titulada Pandemia 2020 en la que en cada capítulo/día hay que inventarse una trama estanca para no pensar mucho en la jornada siguiente y disimular la preocupación por un futuro que tiene una pinta rarísima.
En algunos capítulos de esta serie se escucha de fondo, como si del sorteo de la lotería de Navidad se tratase, el inmisericorde soniquete de las sesiones plenarias de control al Gobierno. Ese mantra sonoro y estos días estancos recuerdan a Una jornada particular, esa película de Ettore Scola en la que Sofía Loren interpreta a un ama de casa madre de seis hijos esposa de un fascista convencido que no la respeta y Marcello Mastroianni a un locutor de radio que acaba de ser despedido de la emisora nacional por “subversivo” (este adjetivo ha sido escogido cuidadosamente con el fin de evitar un espoiler).
El film transcurre en Roma a lo largo del día en que se celebra el histórico desfile que tuvo lugar en honor a Hitler. Ambos vecinos, no convivientes y hasta ese momento desconocidos, se quedan solos en una gigantesca colonia de viviendas obreras llamada Palazzo Federici que recuerda vagamante a la de Pico Pañuelo, construida en Madrid también en los años 30. Se inicia una historia entre ellos, que será de amor, sí, pero no del tipo que cabría esperar.
De fondo suena, constantemente, la locución del desfile triunfal. “¡Ah! Es usted soltero…”. Le pregunta ella en algún momento. “Entonces pagará el impuesto de celibato”. Él sonríe de medio lado. “Sí. Ya ve. Como si estar solo fuese una riqueza…”. Efectivamente, en la Italia fascista, había que pagar por no tener familia. En la España coronavírica los fascistas queman contenedores. Y las personas sin convivientes viven con miedo a que les vuelvan a condenar a la soledad.
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