_
_
_
_
LA ESPUMA DE LOS DÍAS
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El cielo de Madrid

Desahogarse es un nuevo lujo en este Madrid segregado

Tony es atendido por su psicóloga en una escena de Los Soprano.
Tony es atendido por su psicóloga en una escena de Los Soprano.HBO
Raquel Peláez

Ahora que las cosas a ras de suelo empiezan a ponerse verdaderamente tensas cobra más sentido que nunca lo de que Madrid venda su cielo como reclamo turístico. Hay que reconocer que cuando esa masa inauditamente cyan amanece barrida de nubes por el viento de la Sierra es un bálsamo para los ojos, que son las claraboyas por las que entra luz al espíritu (acabas de rechinar los ojos al leer esta cursilería). El azulérrimo cielo capitalino es uno de los pocos activos de la ciudad que sabemos a ciencia cierta que no nos van a arrebatar, únicamente porque, a diferencia del suelo, no es privatizable (acabas de fruncir el ceño preguntándote si de verdad no es posible vender el espacio aéreo); el cielo es también uno de los escasos lugares a los que se puede acudir en busca de respuestas ―bien por parte de los dioses, bien de las estrellas― ahora que los máximos representantes de las instituciones terrenales nos abandonan a nuestra suerte.

Otro refugio plausible es el diván, pero este, a diferencia del cielo, no es gratis. Ahora mismo, en algunos distritos de Madrid hay gente que solo puede contemplar la bóveda celeste si va de paso hacia el lugar de trabajo. Hay muchos casos y en estos días se han glosado los de las profesiones peor pagadas. Añado yo al santoral de héroes anónimos a un psicólogo majísimo y extremadamente profesional que viaja todos los días desde Vallecas, donde vive, hasta el aristocrático entorno de la plaza de Alonso Martínez, donde tiene su consulta, para atender a sus pacientes, gente suficientemente desafortunada como para necesitar ayuda psicológica pero suficientemente afortunada como para pagarla, y muy bien.

Este psicoterapeuta tiene doble mérito: está atrapado en una normativa cruel que le impide ir a ver a su familia ―residente en Usera― para encontrar alivio emocional los fines de semana en el afecto más antiguo, pero que al mismo tiempo le permite ofrecer asistencia a los demás en una zona privilegiada, como si él no estuviese viviendo también una situación terrorífica.

Desahogarse es un nuevo lujo en este Madrid segregado que necesita más que nunca asistencia psiquiátrica pues ha vivido demasiados años en estado de negación. Nos lo advirtió en mayo desde La Vanguardia el sociólogo y filósofo Ignacio Sánchez Cuenca en su columna La degradación madrileña, cuando nos dijo a la cara y sin paños calientes que “la autoimagen de Madrid es pura superchería”. En un artículo que entonces a muchos sonó como un resentido insulto barcelonés explicaba con pelos y señales cómo la decadencia de los sistemas públicos de esta comunidad autónoma es responsabilidad de un sector amplísimo del electorado (acabas de levantar las cejas preguntándote si formas parte de ese grupo), que lleva apoyando políticas neoliberales desde 1995. En aquel momento muchos se revolvieron como pacientes en un diván. Exactamente eso es lo que hacen los profesionales de la mente: mostrarnos sin ambages nuestros peores defectos, obligarnos a repensar nuestras decisiones y, aún a riesgo de que les rechacemos, abrirnos el cielo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Raquel Peláez
Licenciada en periodismo por la USC y Master en marketing por el London College of Communication, está especializada en temas de consumo, cultura de masas y antropología urbana. Subdirectora de S Moda, ha sido redactora jefa de la web de Vanity Fair. Comenzó en cabeceras regionales como Diario de León o La Voz de Galicia.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_