Los muchachos de ‘El Pare’, el banderillero que enseña a torear a niños y jóvenes en la ‘plaza de toros’ de El Retiro
Un grupo de niños, jóvenes y adultos se junta todos los lunes y miércoles desde hace cuatro años para aprender el oficio taurino, sin ninguna aspiración: solo aprender a torear
Sucedió hace unos días. Un señor jubilado de Azerbaiyán frenó en seco su paseo vespertino por el parque de El Retiro. El hombre estaba atónito. Le habían dicho que esto era el Central Park de la capital de España. Que aquí había runners, ciclistas, barcas, estatuas, perros, niños, parejas besándose, yoga, boxeo al aire libre, pinos, patos, más pinos, pavos reales. Fauna. Flora. Vida. ¿Pero esto? Jamás. El hombre se dio de bruces con una plaza de toros. Entre la Puerta de Alcalá y la Puerta de España del parque, bajo la sombra de cinco pinos, luce una parcelita de 300 metros cuadrados de césped con pequeñas calvas de miércoles a domingo. Pero los lunes y miércoles, a eso de las ocho de la tarde, se transforma en un coso taurino.
Un grupo de jóvenes aficionados de entre 14 y 40 años se juntan aquí desde hace más de cuatro años. No se trata de una escuela taurina. Son aprendices, estudiantes, banqueros y administradores de empresas. Todos repiten los movimientos que les enseña el gaditano Jesús Montes, un banderillero profesional de 51 años con aires a Toni Nadal que recibió una tremenda cornada de 25 centímetros cerca de la ingle izquierda el sábado 7 de abril de 2018 en Las Ventas.
- ¿Qué sintió?
- Quema. No duele, el pitón quema.
La cicatriz sigue. A Montes le conocen como El Pare. El Pare vive del toro y de la voluntad que le entregan sus muchachos. Una tarde de 2015 se le ocurrió juntar a tres o cuatro aficionados jóvenes en este rinconcito del Retiro. El más veterano es el madrileño Pablo Rodríguez, un estudiante de ADE de 21 años menudo, rubio con flequillo y de ojos claros. Ha faltado muy pocas tardes en cuatro años. “Me gusta más torear que ver los toros. Aquí entreno los tipos de comportamiento que puede hacer una vaca, ayuda un huevo”.
Rodríguez agarra la muleta roja en mitad de la parcela y dice: “Jaaa”. Esa es la primera lección. “Jaaa”. “Jaaa”, como anticipo del pase, como un tenista antes de un derechazo. Ahora la vaquilla está quieta, tiene dos patas. Se llama Santiago Dávila y nació en Ecuador hace más de 40 años. Dávila, de ojos carbón y pelo recio tizón, agarra con sus manos unos cuernos reales de vaca anudados con cinta americana. “Aquí uno sueña con que un día te salga una vaquilla, le pegues diez muletazos y te vayas bien contento a casa”, explica. Pablo vuelve a llamar a su vaquilla: “Jaaa”. La vaquilla, enfundada en Dávila, entra al muletazo de su capa roja agazapado, a paso lento, como si realizara una conga suave casi en cuclillas. Al Pare, con un pitillo en la boca, no le gusta nada lo que está viendo:
- Pablo, agítale. Le marcas tú. La vaca siempre comprende.
- ¡Jaaa!—insiste Pablo.
- Bien, no me eches tanto la pierna atrás. Déjate caer en lo alto de la cadera. Eso es.
- ¡Jaaa!
- Eeeeese es. Ahí, Ahí.
El ecuatoriano Dávila lleva en España más de 20 años. Trabajó como albañil y ahora se dedica a mejorar la vida de personas con discapacidad física instalando todo tipo de aparatos en sus casas. “Hay mucho curro”. La hemeroteca dice que no tuvo suerte en el mundo de los toros bravos. Fue matador en su país, sin llegar a triunfar. “Echo de menos sentir el miedo delante del toro, salir a la plaza, escuchar los aplausos”. Dávila está en El Retiro, pero cierra los ojos y es capaz de escuchar el fulgor de Las Ventas.
Los entrenamientos de El Pare duran 90 minutos, como un partido de fútbol. Antes de agarrar las capas, su cuadrilla de 30 muchachos, charla y comenta las corridas del plus del fin de semana. Se colocan por parejas, como una sesión de baile. El Pare lo tiene todo bien organizado. Cuenta con tres grupos de WhatsApp según la edad donde avisa de los cambios: Grana y oro, Trincherazo y Volapié, el de los mayores.
- Coge la cara, José, cógela. La pierna antes. Qué bueno ese pase—indica El Pare.
El veinteañero José Lostao se levantó una mañana de Reyes y vio una tarjeta en su zapatilla: “Vale por una clase de toreo en El Retiro”. Alucinó. “Flipé, dije: ¿esto qué coño es?”. Fue hace dos años. La tarjeta se convirtió casi en un carné y no ha faltado desde entonces. “Esto es como un hobby, como quien hace fútbol. En el parque hay mogollón de actividades que ni sé cómo se llaman, pero también hay toros”. Lostao fue el chaval que vio al señor de Azerbaiyán hace unos días tras unos arbustos. Dice que se les quedó mirando, que luego dialogó con ellos y que a los pocos días se presentó otra vez. El día que el señor regrese a Azerbaiyan y cuente lo que vio en El Retiro será otra historia.
La cuadrilla de El Pare se expande a la vieja usanza, de boca en boca. No tiene redes sociales ni anuncios. El Pare es una institución entre los muchachos. “Habla muy bien”. “Nos lo explica todo de manera sencilla”. “Aprendemos algo nuevo todos los días”. Él, humilde en las distancias cortas, explica con unas gafas de sol y unas bermudas deportivas negras que su entrenamiento es bien sencillo. El Pare quiso ser torero, pero acabó siendo banderillero. “No todos nacemos para ser matador de todos. El banderillero es una ventana que tiene la profesión. Llegó un momento en que se me fueron las ilusiones y aposté por esto”. Hace unos años la plaza de Santander se puso en pie para él. “Lo llevo dentro”. Al rato, con un ojo puesto en otro de los muchachos, vuelve a dar otra lección: “El pitón de la vaca suele ser más fino. El del toro es distinto. Es muy importante saber embestir como un toro”. Los chavales se cambian y cogen estos cuernos. “Uno embiste, el otro torea y al revés”. Dicho y hecho.
La práctica real ante el bicho de cientos de kilos viene una vez al mes. El Pare tira de su agenda telefónica y concierta un tentadero en la finca de algunos de sus amigos toreros. Allí se presenta toda su cuadrilla. El pasado fin de semana se marcharon a Salamanca. “Acojona un poco”, cuenta el joven Pablo Sainz, que ha venido a entrenar con la camiseta de la selección. “Se nota que la gente que ha toreado más veces sabe las reacciones. Yo no sabía por donde iba a arrancar”. A él le cogió la vaquilla a la primera. “No me hizo mucho. Me levanté un poco así —hace el gesto como de una entrada leve en el tobillo—y ya”.
En unas semanas volverá a ser el turno para Jaime Camiña, de 14 años, el más joven de todos. El Pare ha concertado una capea especial para él en la finca del torero Juan Carlos Aparicio. “Me gusta este mundo”, explica el joven con cara de travieso. “Una vez me cogió una vaquilla y me hizo un buen rasguño”.
- Dicen que se liga mucho cuando eres torero.
- Yo les enseño a las chicas los golpetones de mis caídas, pero no tengo novia.
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