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Reconstrucción de un mes en una residencia de Madrid con 39 muertos: “Una noche bajamos seis al sótano"

“Continuamos sin recibir ayuda por parte de las autoridades competentes”, dice la dirección en un comunicado

Entrada de la residencia de ancianos de la Fundación Santísima Virgen y San Celedonio, en el barrio de Chamartín.
Entrada de la residencia de ancianos de la Fundación Santísima Virgen y San Celedonio, en el barrio de Chamartín.KIKE PARA
Manuel Viejo

19 de marzo. Ocho de la tarde. Web de EL PAÍS: “Nuevo foco de coronavirus en otra residencia de ancianos de Madrid: 11 muertos y 34 infectados”. Antonio Naranjo Fabián, gerente del centro de mayores de San Celedonio, ubicado a cinco minutos a pie del Santiago Bernabéu, responde al teléfono: “Necesitamos ayuda. Estamos desbordados”. Naranjo, con tos, voz ronca y síntomas de Covid-19, dice que está aislado en su casa desde hace “unos días”. La directora del centro, Esther Díaz, también contesta con indicios de coronavirus desde otro punto de Madrid: “He contactado con la Consejería de Política Social y no tengo respuesta. El principal problema que tenemos es que el personal cae enfermo. De los 90 trabajadores que tenemos, 42 están en aislamiento”.

21 días después la dirección no responde a ninguna llamada de este periódico. La cifra de ancianos fallecidos asciende a 39. En esta residencia convivían a principios del mes de marzo 162 mayores, 18 religiosas y cerca de 90 empleados. Hoy, según datos del centro, conviven 110 ancianos, 16 monjas y 40 trabajadores. Los datos entre los fallecidos y los aislados no cuadran. Algunos familiares han logrado sacar a sus mayores durante todo este tiempo, pero no hay respuesta del centro a este baile de cifras. La edad media de los residentes es de 92 años. Esta es una reconstrucción de los últimos 30 días en la residencia con testimonios de trabajadores, monjas, familiares y correos electrónicos de la dirección:

8 de marzo, primer caso. “Ese domingo llevamos a una persona al hospital porque no podía respirar”, cuenta un empleado veterano. “No tomaron medidas hasta el 12”, cuenta otra trabajadora. Durante estos cuatro días los ancianos siguieron haciendo una vida normal. Caminaban libremente por los pasillos junto al resto de residentes. 160 ancianos comiendo juntos en el comedor con un caso confirmado de coronavirus. “Nos quejábamos y no se hacía nada”, cuenta otra. La dirección envía el primer correo a los familiares: “Se suspenden las actividades grupales con participación externa. Se suspende la eucaristía y se recomienda reducir las visitas al centro”.

11 de marzo. Nueva medida. La dirección ordena a los mayores que coman en sus pabellones. La residencia cuenta con 11 salas. En cada una de ellas conviven entre 12 y 16 ancianos. “Pero ese pequeño grupo seguía comiendo junto. Les sugerimos que pusieran material desechable en las comidas. ¿Qué coño hace un plato de porcelana subiendo y bajando con personas que podían estar infectadas?”, cuenta una trabajadora. “En lugar de tener a los trabajadores repartidos y sin moverse, nos rotaban por todos los sitios. Esto seguramente aumentó la propagación”, explica otra.

13 de marzo. Tres casos en total. La dirección envía un mensaje a las familias: “Queremos transmitir tranquilidad. Rogamos que entiendan que no siempre podemos atender a sus llamadas”. La versión de otra empleada: “Había orden de no pasar llamadas a los abuelos de sus familiares y tampoco se permitía informar a nadie del estado de los residentes, a no ser de su fallecimiento. Esto aumentaba el malestar de todos”.

16 de marzo, primeras muertes. La dirección anuncia que acaban de fallecer dos ancianos, que cuatro presentan síntomas de coronavirus y que, ya sí, aislarán a los residentes sintomáticos de los asintomáticos. Ocho días después del primer caso la dirección también informa de los sanitarios que están trabajando en el centro: dos médicos y dos auxiliadores ATS para más de 150 residentes.

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20 de marzo, descontrol. 11 muertos y 34 infectados. La dirección informa: “Nos vemos desbordados, sin medios, ni personal suficiente. Confiamos en que la tan prometida medicalización de las residencias se produzca de inmediato”. Varios trabajadores contestan: “Mientras los abuelos fallecen, el personal cae enfermo porque tenemos que mantener las batas desechables y mascarillas durante días”. Otra: “Se han estado bajando cadaveres de Covid-19 o sospechosos de estar infectados desde las habitaciones al tanatorio de la residencia bajo sus órdenes hasta hace unos días a pesar de que las normas decretadas desde el Gobierno era de no trasladar los cuerpos”.

27 de marzo, señales de la Consejería de Sanidad. 25 muertos y la mitad de los trabajadores están aislados. Versión de la dirección: “Tras continuos requerimientos por nuestra parte, por fin hicieron aparición unidades coordinadas por la Consejería de Sanidad que evaluaron la situación y están planificando una posible actuación futura que esperamos no se demore mucho”. Trabajadora: “Tenemos mascarillas de papel. No nos dan nada. Los residentes que están malos están en muy malas condiciones. Enfermeras no hay. Había cinco y solo quedan dos”. Otra: “Hubo una noche que se murieron seis y los tuvimos que bajar al sótano. No hay médicos ni enfermeras por la noche”.

29 de marzo. Interviene la UME. La dirección informa de que las pertenencias de los residentes fallecidos por posible Covid-19 se meterán en bolsas cerradas y se tirarán en cubos destinados a la recogida de material contaminado o a incinerarse, no pudiendo ser retiradas por los familiares. “En cada pabellón hay un teléfono inalámbrico. Este va de mano en mano de los residentes todas las tardes. Yo he mandado a mi madre un gel para que ella se desinfecte porque no se lo dan”, cuenta un familiar.

1 de abril, la intervención. 31 muertos y 28 infectados. La consejería de Sanidad anuncia que interviene ocho residencias, entre ellas la de San Celedonio. “Nos han asignado una coordinadora a la que tenemos que facilitar toda la información relativa a la residencia: situación actual, necesidad de materiales, personal”, según la dirección.

2 de abril. 34 fallecidos. El Plan de Reubicación Temporal. La dirección envía un correo a los familiares: “Hoy hemos registrado tres fallecimientos más y dos bajas adicionales clave en el personal: la doctora Elisabeth ha caído enferma de agotamiento y, quien sabe si de algo más, y nos hemos quedado sin ATS porque todos acuden a las contrataciones del sector público. Así no podemos ni debemos seguir. Hemos solicitado apoyo formal e informal en infinidad de ocasiones, pero no acaba de llegar. Si sigue así tendremos que activar el Plan de Reubicación Temporal de Residentes. Nuestra primera opción es que aquellas familias de residentes asintomáticos (no tenemos tests) que estén en condiciones de poder hacerlo, los acojan en sus propios domicilios hasta que pase la alarma. Aquellos de vosotros que podáis y queráis, por favor, poneos en contacto con nosotros”.

8 de abril, 39 muertos y 25 infectados. “Continuamos sin recibir ayuda por parte de las autoridades competentes. A día de hoy disponemos de tres médicos y tres profesionales de enfermería”, dice la dirección en un comunicado. Otra empleada cuenta el último caso dramático: “El otro día de madrugada había una señora de 90 años que tenía la cama manchada de sangre, como si la hubiesen tirado. La curé, pero al día siguiente lo comenté y los coordinadores la confundieron de nombre con una fallecida”.

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Sobre la firma

Manuel Viejo
Es de la hermosa ciudad de Plasencia (Cáceres). Cubre la información política de Madrid para la sección de Local del periódico. En EL PAÍS firma reportajes y crónicas desde 2014.

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