Vigo, o la disidencia sexual en la Transición que no sale en los libros
La lucha por los derechos de homosexuales y trans encontró en los 70 un refugio en la ciudad gallega y un sustento en locales de la playa de Samil, bajo las anchas alas de Karina Fálagan, amiga de políticos y comisarios

El 25 de junio de 1981, mientras las pancartas fabricadas con sábanas avanzaban por la Rúa do Príncipe en Vigo, el abogado laboralista Javier Mañón subió a su despacho, junto a esa Porta do Sol donde ahora, cada año por estas fechas, pega un nuevo estirón un cono de luz que se anuncia como “el árbol de Navidad más alto de Europa”. Desde allí, en plena Transición democrática de una ciudad todavía sin leds virales, Mañón pudo inmortalizar con su cámara un acontecimiento mucho más luminoso: la cantidad de gente que secundaba la que fue primera manifestación del Orgullo Gay de Galicia y también a los muchos curiosos que se agolpaban en los márgenes. Todo transcurría pacíficamente, como si la ciudad asimilara con naturalidad la expresión pública de algo tanto tiempo a la sombra, perseguido y castigado como escándalo público, un delito que no se derogó hasta el 88.

Aquella marcha cívica “supuso una brecha irreparable en el muro de silencio con el que la dictadura escondía la existencia de la diversidad”, valora uno de los paneles que conforman la exposición La disidencia sexual en Galicia. Huellas para un tiempo nuevo, impulsada por el Consello da Cultura Galega en el edificio Redeiras de la Universidade de Vigo hasta el 5 de diciembre. En esa jornada histórica “se difundió el mensaje de que existían personas que vivían fuera de la norma sexual y de género, y de que la verdadera democracia no iba a llegar hasta que lo hiciese para ellas”. Tras desfilar por el centro urbano, la comitiva se citó para pasar la tarde en el parque de Castrelos. Allí, entre la euforia colectiva, algunos gais y lesbianas aprovecharon para salir del armario, incluso a ojos de familiares a los que habían invitado sin advertirles de nada.
Era un paso adelante, sin retorno en un asunto que, no obstante, continúa “pendiente” e “interesa a la sociedad en su conjunto”, recalca la muestra coordinada por Carme Adán y comisariada por la historiadora y activista del movimiento LGBTIQ+ Daniela Ferrández. Esta investigadora lleva años poniendo el foco en los movimientos de liberación sexual que, precisamente, no entran en el foco. Historias humanas lejos de las grandes capitales, que son las que aparecen en los libros. La exposición versa sobre el final del Franquismo y la Transición, recoge publicaciones, testimonios, fotos, documentación varia, y casos muy antiguos de personas que decidieron vivir conforme a lo que sentían a pesar de la represión dominante.

Manolo Santiso, registrado como mujer al nacer, fue detenido en 1939 en Carral (A Coruña) e ingresado en un reformatorio femenino por vestir, trabajar, fumar y hacer cosas “de hombres”, tales como ir a la taberna. Nada que ver con la relación libre que casi nueve siglos antes habían elegido vivir en Rairiz de Veiga (Ourense) Pedro Díaz y Munio Vandílaz. El suyo se considera el primer matrimonio homosexual documentado en la Península Ibérica. El 16 de abril de 1061, Vandílaz y Díaz asumían su compromiso “todos los días y todas las noches, para siempre“, y lo formalizaban en un escrito legal ”para conocimiento de los demás". “En lo relativo a la casa”, recogía el documento, “somos iguales en trabajo, en acoger visitas, en cuidarla, decorarla y gobernarla, así como plantar, edificar y trabajar en la huerta”.
En la manifestación del 81, celebrada en Galicia cuatro años después de la primera en Barcelona, participaron los colectivos gais de Vigo, Santiago y A Coruña, aunados por la coordinadora gallega; asociaciones de vecinos; el Movemento Comunista de Galicia; la Asamblea Nacional-Popular Galega; y hasta el Comité Anti-Otan de la ciudad, los únicos cuya pancarta no reivindicaba la libertad sexual: “Yanquis fuera, ni OTAN ni bases”. Y aquel acontecimiento social protagonizado por los que habían vivido escondidos durante la dictadura encontró su eco en la prensa, pese a que no hacía más que un par de años, en 1979, que un compañero, el reportero Federico Puigdevall, había sido inhabilitado por seis años, condenado a un mes de prisión y al pago de 20.000 pesetas, por retratar desde el 77 la vida de las transexuales que trabajaban en locales de la playa de Samil. Los jueces de la Transición (en la Audiencia Provincial y el Supremo) vieron en su información gráfica un claro caso de “escándalo público” que dañaba la “moral colectiva”, y lo apartaron del oficio de periodista.

Sin embargo, tanto en sus reportajes en El Pueblo Gallego y Galicia Deportiva como en los que firmaba un joven Fernando Franco —hoy toda una institución ciudadana que a finales de los 70 escribía para la revista viguesa El Pope— se entrevistaba a artistas trans. Y se relataban con un lenguaje nada encorsetado los graves escollos sociales y las penurias vitales que padecían Paola, Milena, Raquel, Violeta, Gamba y Dalia Flores, con función en la sala de fiestas Riomar, encadenadas al mundo del espectáculo porque no encontraban otra forma de sustento.
Se habían conocido en Le Carrousel de París antes de la muerte de Franco, donde habían accedido a hormonas y en algunos casos a cirugías. Pero al fin habían podido volver a España, y llevaban un año por Vigo, aprovechando el creciente interés de los empresarios y el morbo del público por estos números musicales entre marabúes y lentejuelas. En las entrevistas, recordadas por Ferrández en su trabajo Voces desde el gueto: vidas trans, oportunidades de supervivencia y esperanzas de cambio en el Vigo de la Transición (Cuadernos de Historia Contemporánea, Ediciones Complutense) se sinceraban con los reporteros: ellas preferían ser “modistas”, “oficinistas” o “dependientas”, pero ¿quién contrataría a una transexual?. Seguían sin tener un DNI acorde a su físico y todavía daba coletazos la franquista Ley sobre peligrosidad y rehabilitación social, que en 1971 había reemplazado a la Ley de vagos y maleantes. En las entrevistas, ellas se mostraban esperanzadas de que, desaparecido el dictador, todo esto se resolvería enseguida.
Estos cronistas del Vigo nocturno también narraron la primera fiesta gay que se celebró públicamente en Vigo, la primera del noroeste peninsular, que tuvo lugar en 1978 al amparo de una rotunda mujer con sombrero de ala ancha: Karina Fálagan. La empresaria de la noche, una especie de animal mitológico que se autoproclamó “Alcaldesa del Atlántico”, acababa de pasar por aquellas fechas de regentar el club Lady Hamilton, donde conoció los secretos de infinidad de políticos que lo frecuentaban, a lograr la concesión de un terreno municipal para montar el Jonathan Livingston Seagull, un restaurante y local de striptease, variedades y alterne en el arenal más famoso. Samil se sitúa a unos seis kilómetros de la fachada marítima del centro urbano, donde existía otro polo gay y encuentros entre los setos de los jardines de Montero Ríos (citados desde 1975 por guías internacionales como Spartacus International Gay Guide y All Lavender International Gay Guide).
En su trabajo, Ferrández considera a Karina Fálagan “una de las figuras centrales” en la configuración de ese territorio acotado de Samil en el que se respiraba cierta “benevolencia comprensiva” por parte de la policía de Vigo, donde no solía haber arrestos. Allí, según los testimonios que recoge la historiadora, esa mujer que presumía de ser amiga de Fraga y fue militante del PP protegía a la “gente del mundo gay”, probablemente gracias a esas relaciones que aseguraba tener con políticos y comisarios. La primera fiesta gay, celebrada en el Jonathan, fue para Ferrández, como la inauguración de su nuevo “jardín” de lo “prohibido”. La presentadora era la transexual Dalia Flores, y actuaron La Maruja, Paco España, el travesti Francis —asesinado un año después por la policía en Euskadi— y Manolito (o Manoli) Soler, natural de Vigo. “A algunos políticos, en medio de sus copas y sus cachondeos, les demostré que no era una inepta”, contaba Fálagan al desaparecido rotativo vigués El Pueblo Gallego: “Personas que están ahora en Madrid, a nivel alto, han sido clientes míos, incluyendo algún ministro actual”.
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