Galicia reivindica sus otras islas del tesoro... turístico
En manos privadas, con acceso restringido o disfrutadas solo por los caballos que allí pastan, un rosario de islas desconocidas bordean la comunidad al margen de Arousa, A Toxa y los archipiélagos del Parque Nacional
El viaje comienza de Norte a Sur. Desde la batalla de un alcalde decidido a cortar con una radial la puerta metálica que impide el paso de los vecinos a una isla unida a tierra por un puente. Hasta la estampa de un rebaño de vacas atravesando a nado para saborear los crujientes pastos de las islas que custodian la frontera con Portugal en la desembocadura del Miño. Más allá de las tópicamente turísticas islas de A Toxa y Arousa o de los archipiélagos que forman el Parque Nacional de las Illas Atlánticas de Galicia (Cíes, Ons, Sálvora y Cortegada): desde Ribadeo hasta los municipios de la “raya húmeda” con Portugal la comunidad autónoma reivindica, redescubre, recupera otros paraísos cercados por el agua, que siguen en manos privadas, que han estado ocultos al público durante décadas o que apenas se conocen. Empezando por arriba, después de siete años de pleitos Ribadeo ha conquistado esta última semana la isla Pancha.
Este paraje rocoso por el que se empecina en trepar la uña de gato depende de la Autoridad Portuaria de Ferrol-San Cibrao, que en 2015 adjudicó a la empresa Eirobra A Mariña, SL, la explotación hostelera del antiguo edificio del faro. Entonces, recuerda el alcalde de Ribadeo (Lugo), Fernando Suárez (BNG), comenzó el largo pulso con el concesionario, que montó allí un negocio de apartamentos turísticos y cafetería y ha mantenido, hasta los últimos días, “una actitud ultrabeligerante”. “Tenía la yema y se apropió de la clara”, resume su visión de los hechos el gobernante local. El portalón metálico cerrado —o abierto aleatoriamente algunos días y algunas horas según los atestados de la Policía Local— y un cartel que prohibía “el acceso a toda persona no autorizada” han impedido las visitas pese a la última sentencia del Tribunal Superior de Xustiza de Galicia, que confirmó la libre entrada a la isla a través del puente. Atrás quedan varias multas municipales al hostelero y un conflicto de años en el que, critica Suárez, la Autoridad Portuaria miraba para otro lado sin hacer cumplir la legalidad.
Los visitantes seguían dándose de bruces con la puerta de Illa Pancha y la tensión alcanzó su máximo este mes de agosto: el regidor se presentó con la cuadrilla de obras, dispuesto a cortar el cierre de aluminio y guardarlo “en cualquier lado”. Al final, lo que quitó un operario fue el letrero que vetaba el paso. Pero a las pocas horas, explica, apareció “otro cartel” en su lugar. Suárez envió su enésima protesta por escrito a la Autoridad Portuaria, y advirtió de que, en vista de la pasividad de Puertos del Estado, denunciaría este “surrealista” caso en la fiscalía. Ahora, al fin, el acceso a la Pancha es para todos los públicos. “Se puede pasear por toda la isla”, celebra el alcalde, “y hay muchísima expectación”. La Autoridad Portuaria hasta se ha comprometido a instalar un sistema de apertura automática, controlable en remoto desde dependencias del ente público, para garantizar que la Illa Pancha no vuelva a ser rehén de unas rejas.
Siguiendo la línea de la Costa da Morte, las Sisargas continúan siendo propiedad privada. En la práctica, sus amos y señores son los percebes y las aves marinas, pero en los papeles figuran como herederos los descendientes del conde de Altamira, con apellidos como Ruiz de Bucesta Osorio de Moscoso. Los últimos guardianes humanos de este archipiélago situado en la costa de Malpica (A Coruña) fueron los fareros, que se relevaban cada 15 días hasta que se automatizó el sistema de señales. Lo más cerca que estuvo Galicia de conquistar las tres islas para el dominio público fueron las negociaciones de compra con los herederos, cuando en 2007 el gobierno bipartito de la Xunta (PSOE-BNG) y el Estado anunciaron su propósito de incluirlas en el Parque Nacional das Illas Atlánticas. Al final, las Sisargas se descartaron y el pueblo se consoló, de momento, con varias iniciativas privadas de excursiones en lancha.
Y mientras en las Sisargas la huella del hombre no se percibe más que en el faro o las supuestas ruinas de una ermita destruida por los normandos, un poco más al sur otro paraíso ya no conserva nada de paraje virgen. Así lo denuncia, al menos, la recién creada Plataforma Veciñal para a Recuperación da Illa da Creba (Muros, A Coruña). Respaldado en el frente político por el Bloque Nacionalista Galego, el colectivo de los vecinos del pueblo de Esteiro, en Muros, se lanzó en primavera a recoger firmas bajo lemas como el de “la isla es nuestra”, a pesar de que hace un siglo estas siete hectáreas de tierra que emergen a 250 metros de la costa fueron inscritas en el Registro de la Propiedad a nombre de particulares de aquella comarca. Los actuales dueños son los Penas Gerpe, responsables de un grupo empresarial del entorno de la capital gallega, con negocios inmobiliarios, de hostelería y gasolineras. A Creba ha sido ajardinada, repoblada de árboles y coronada con un chalé, una piscina y otras construcciones como un muelle y un generador eólico. Según publicó La Voz de Galicia las primeras licencias se obtuvieron del Ayuntamiento vecino de Outes, aunque “en el 88 se descubrió que el deslinde del Instituto Geográfico Nacional de 1920 situaba la isla en Muros”. EL PAÍS ha tratado de recabar la versión de los gestores sobre la historia y la situación actual de la isla, pero no ha obtenido respuesta.
La reivindicación ciudadana viene de los años 80 y ha sido reactivada ahora con acciones políticas y la “ocupación simbólica y pacífica” a cargo de la plataforma vecinal. En julio, los vecinos navegaron hasta la isla y tomaron fotos de los árboles “no autóctonos” y de las que consideran “ilegalidades” en un “espacio protegido” en dominio público marítimo-terrestre. Por su parte, el BNG presentó iniciativas en el Ayuntamiento y el Parlamento de Galicia, pero chocó con el rechazo del PP y el PSOE. Mientras, en internet se puede ver un anuncio de A Creba Private Island, con sesiones de yoga y natación entre delfines. “Perplejos estamos de que se publicite la isla como destino vacacional”, clamaba en mayo la diputada nacionalista Rosana Pérez.
Navegando hacia el Sur, en la ría de Pontevedra, al tiempo que una familia ha puesto a la venta, por 300.000 euros, la diminuta isla de O Santo (Marín), accesible desde la playa con la marea baja pero no urbanizable, el Ayuntamiento de Poio ha reconquistado Tambo, al fin visitable en rutas guiadas a través de los viajes que ofertan dos navieras. En el corazón mismo de la ría, Tambo aún aparece encriptada en Google Earth por haber estado, hasta el pasado marzo en que se firmó el convenio de cesión demanial, bajo el control del Ministerio de Defensa. Los primeros turistas arribaron estos días para recorrer la isla y descubrir, además de su playa y su bosque plagado de eucaliptos, varios arsenales abandonados e instalaciones militares hasta ahora bajo secreto.
Caballos de isla desierta
Desconocidas incluso en Galicia, el tramo final del Miño está salpicado de islas “morraceiras” y “ariños”, formadas originalmente por cantos rodados o arena en cada caso, sedimentos seculares que bajaban por el gran río gallego hasta que, aguas arriba, el curso fluvial acabó encorsetado en el siglo XX por los embalses. Cuenta Mauro Fernández, ganadero y concejal del PP en O Rosal, que la última ínsula de la “raya húmeda” entre Galicia y Portugal aún se formó “hace unos 50 años” en el lado portugués, más allá de la línea imaginaria que divide el cauce entre los dos países. Fue bautizada como Ilha Mauricia y ahora está cubierta de vegetación.
Desde Salvaterra de Miño hasta la desembocadura hay una quincena de islas de tierra fértil en las que tradicionalmente hubo pastos, cañaverales, juncales y más tarde prosperaron los frutales, los cultivos y hasta los denostados eucaliptos. Las hay pequeñas y mucho más grandes, como Fillaboa, de 110.000 metros cuadrados, que estaba en manos de una familia y fue comprada por el Ayuntamiento de Salvaterra “por 300.506,05 euros”, recuerda la alcaldesa, Marta Valcárcel (PP). Ahora el consistorio tramita los permisos para hacer accesible este “patrimonio natural” a través de una pasarela.
Muy cerca de allí, en A Boega, una de las islas que caen en la mitad portuguesa del río, propiedad de una familia lusa pero fuertemente vinculada a Galicia, existió un proyecto para construir un campo de golf que acabó descartándose. “La frontera del Miño limitó mucho las actividades económicas”, explica Xavier Cobas, profesor de Economía Financiera en la Universidade de Vigo, “gracias a eso, por aquí, que además es Red Natura, te encuentras un montón de sitios conservados de modo muy natural, apenas machacados”. Cuatro de las islas del tramo final del Miño no están atribuidas a ningún país, y el resto se dividen entre los dos estados, en su mayoría gestionadas por la vecindad o de carácter privado, y algunas con nombres tan bonitos como Lenta o Ilha dos Amores.
De este lado de la línea, en las islas Terroeiro, Canosa y Areas, cartografiadas ya en 1714 y cuidadas “desde tiempos inmemoriales” por los ganaderos y los comuneros de los montes de O Rosal, hoy viven 12 caballos y unas 60 vacas. “Están solo alimentados de la leche de sus madres, la hierba de las islas entre las que se mueven nadando y el agua del Miño”, que aquí tiene su punto “salado” porque es zona de mareas, explica Mauro Fernández. En las islas nacen los terneros y los potros, que “crecen y engordan mejor” con aquellos pastos. Antiguamente, los propietarios recogían las vacas por la noche, pero ahora ya no. “Las llamábamos desde la orilla”, cuenta el comunero: “¡Pinta, Mora, vamos para casa!”. Y ellas solas, obedientes, se echaban al agua para cruzar.
El pálpito del mar llega “hasta Tui, 30 kilómetros aguas arriba” desde la línea de la costa, explica Gonzalo Méndez, profesor titular de Geodinámica Externa en la Universidade de Vigo, “por eso la Comandancia Naval de la frontera en la parte gallega está allí”. Cada año, los comandantes de los dos países recorren juntos en barco el tramo internacional del Miño para registrar “posibles cambios que obliguen a modificar el deslinde”. “El tratado de límites entre España y Portugal es de 1864 y el levantamiento cartográfico, de 1906. Pero algunos pleitos por la titularidad vienen de 350 años atrás y las islas han suscitado dudas y disputas tanto entre países como por su uso y aprovechamiento”, resume el geógrafo. Algunos vecinos reconocen que no está clara la propiedad de varias islas, pero que prevalece la realidad de quien las cuida. “Son de dominio público. Puede ir todo el mundo”, zanja Mauro Fernández.
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