En busca del nombre de un asesinado
La Unidad de Antropología Forense del Instituto de Medicina Legal de Galicia realiza la aproximación facial del cadáver de un hombre hallado en un pozo que murió a golpes y cuyo ADN no aparece registrado en las bases de datos
Algunas veces hace falta hallar un cuerpo para señalar a un culpable y resolver un crimen, y en otras ocasiones hay cuerpo, pero nada más de qué tirar para seguir investigando. Un año después de su hallazgo fortuito, el cadáver de un hombre rescatado de un pozo tapado en una nave industrial del municipio de O Porriño (Pontevedra) todavía no ha dado pista alguna porque ni siquiera se sabe quién es. Alguien lo arrojó en aquel lugar próximo a la frontera con Portugal probablemente antes del confinamiento, y allí, en el agua dulce, la víctima, que murió a golpes, siguió un proceso químico parecido al que sufrió el cuerpo de la joven Diana Quer: la saponificación, o transformación en jabón de la materia grasa. El juzgado de Instrucción número 3 de O Porriño, encargado del caso, ha difundido ahora la aproximación facial elaborada a partir de la estructura ósea por la Unidad de Antropología Forense del Imelga (Instituto de Medicina Legal de Galicia), que dirige Fernando Serrulla, el mismo especialista que en enero de 2018 analizó los huesos de la víctima de José Enrique Abuín El Chicle.
El estudio antropológico llevado a cabo concluyó que el cadáver sin nombre se correspondía con un hombre de entre 30 y 40 años, de complexión fuerte y aproximadamente de 1,75 metros de estatura. El Instituto de Ciencias Forenses Luis Concheiro, de la Universidade de Santiago de Compostela, determinó por el análisis genético que el fallecido era de origen europeo y que tenía la piel blanca, el pelo oscuro y los ojos de color miel. La Guardia Civil, que asumió las pesquisas desde que se halló el cuerpo, no encontró coincidencias con su ADN en las bases de datos consultadas. Nadie en España denunció su desaparición.
Pero los investigadores creen que la víctima puede ser de origen portugués, tanto por la proximidad del lugar del hallazgo con la raia, o frontera lusa, como por algunas monedas de euro acuñadas en el país vecino que fueron encontradas en el escenario de los hechos. El cuerpo apareció el 21 de febrero de 2021 cuando unos operarios que empezaban unas obras de reforma abrieron la tapa del pozo de agua dulce de una nave industrial en O Cerquido (Porriño). La instalación, que en tiempos había pertenecido a una cantera y luego a una empresa de transportes, había cambiado de dueño un mes antes del descubrimiento del cadáver y llevaba cerrada unos siete años. La Guardia Civil cree que el autor o los autores del crimen debían conocer la nave y sabían que no tenía actividad. La finca se sitúa en las inmediaciones de la autovía A-52, el transitado eje que vertebra la zona más industriosa entre Vigo y Portugal.
El Tribunal Superior de Xustiza de Galicia ha difundido hoy jueves en un comunicado que las pruebas forenses sitúan la fecha del crimen entre 2017 y 2020. Pero el buen estado de conservación (en las condiciones de saponificación por el agua en las que se hallaba) apunta, según Serrulla, a finales de 2019 o 2020, una fecha próxima al momento en que la población quedó confinada por la pandemia y se cerraron los pasos con Portugal salvo para los trabajadores transfronterizos y el transporte de mercancías.
La Unidad de Antropología Forense del Imelga ha utilizado una técnica que permite realizar una aproximación del rostro de la víctima a partir de las estructuras óseas faciales. A través de este procedimiento, Serrulla y la artista forense Alba Sanín han generado un posible retrato, que no puede ser una reproducción exacta de sus rasgos, y un vídeo que muestra media docena de variantes según el largo del cabello y la barba. El objetivo es encontrar a alguien que reconozca a la víctima en estas imágenes y colabore con la investigación del juzgado de O Porriño y la Guardia Civil de Pontevedra. Con ese fin se ha habilitado el teléfono 600 461 444.
El cuerpo apareció prácticamente desnudo. Solo conservaba la ropa interior, y cuando se desecó el pozo en busca de más indicios, se encontraron una llave de coche de marca Renault y otra de cerradura convencional. No se logró identificar ningún vehículo abandonado en la zona ni más ropa que alguna prenda completamente deshilachada. En el lugar había también un palo de fregona que se descartó como arma homicida. Al estudiar la dentadura, el antropólogo forense descubrió una casi imperceptible mancha de pintura azul. Se cree que es el color del objeto contundente con el que la víctima recibió la muerte.
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