...Y los asesores azuzaron
En el debate del 14-F de la cadena SER, los candidatos obedecieron
El debate electoral de la cadena SER en Barcelona lleva algo más de una hora en marcha y continúa con guante blanco: propuestas, contrapropuestas, alguna disputa suave... Carrizosa no ha hablado de “chiringuitos independentistas” hasta la tercera intervención (un Carrizosa todo el rato en catalán, por cierto). Todos parecen relajados, aunque Dolors Sabater (CUP) se sienta muy inclinada hacia adelante y habla en un volumen más alto que los demás: ambas cosas, tal vez, para dejar claro que ella es la candidata que se siente más alejada de los demás. El socialista Illa (de nombre Efecto) llega incluso a elogiar el trabajo de las autonomías, lo que incluye (hasta nueva orden) Cataluña, o sea el Govern indepe y, especialmente, ERC. Uno de sus rivales directos. El republicano Pere Aragonés sigue con el papel de gestor eficiente que presenta su informe anual ante la asamblea de compromisarios de cualquier entidad. A Laura Borràs (Junts), muy cómoda también, se le intuye bajo la mascarilla aquella sonrisa que lleva puesta desde casa y sólo se quita en alguna entrevista, como la que le hizo este diario. Está tan cómoda que ha tardado más de una hora en hablar del “Gobierno más progresista de la historia”, el apelativo irónico que los indepes usan para meterse con PSOE y Comunes. Mientras, la común Jessica Albiach, aplicada, repite los conceptos que sabe que gustan a su público: desprivatizar, recortes, Govern de izquierdas...
En el estudio, flanquean al moderador Josep Cuní seis participantes, aunque en realidad son siete. Desde Madrid, vía telemática, interviene Àngels Chacón, la candidata bussiness friendly del PdeCat. A Chacón se la oye mal, aunque eso importa poco a Borrás y Aragonés, sus ex compañeros de Govern, que ni hacen el gesto de mirar la pantalla por la que aparece. El pepero Alejandro Fernández se ha excusado y no está. Y esta vez no ha habido plaza para extraparlamentarios: ni Izquierda en Positivo, ni Recortes Cero, ni el Partit Nacionalista Català, por poner ejemplos al azar.
Como digo, todo transcurre en un mar con oleaje suave, que permite oír propuestas para salir de la pandemia, por ejemplo, hasta que se produce la última pausa. En ese momento, entran los asesores: han estado siguiendo el debate con inquietud, encerrados en una sala contigua e imaginando réplicas, e irrumpen en el estudio en tromba. Imparten instrucciones a sus candidatos respectivos, cual entrenadores de baloncesto en el último tiempo muerto. Y eso lo cambia todo.
Termina la pausa y entonces sí, se desencadena el combate final, cada uno apuntando al rival correspondiente (que, tal vez, es aquél con quien deberá pactar el día después). Al final del debate, uno de los asesores me confirma mi impresión: “Es que quedaban sólo 15 minutos”. Había que enzarzarse, los asesores azuzaron. Y los candidatos obedecieron.
Lejos de los micrófonos, lo que se constata en encuentros como este es la falta de simpatía entre todos los candidatos. Ni al entrar ni al salir se han mezclado, cada uno encerrado en su burbuja de convivencia con su equipo. Qué lejos quedan aquellos tiempos en que Pasqual Maragall le arreglaba la chaqueta a su oponente Eulàlia Vintró instantes antes de arrancar un debate de elecciones municipales: era otro siglo.
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