Escif se desmaterializa en un libro: cómo uno de los grandes artistas urbanos sobrevivió al grafiti
El creador valenciano publica un volumen de 600 páginas como respuesta al frenesí que la tecnología ha provocado en el arte
A principios de siglo, Montana Colors, la empresa de sprays más popular del mundo para los grafiteros, le preguntó a algunos artistas urbanos qué colores necesitaban para seguir llenando el mundo de arte. Escif (Valencia, 45 años) era uno de los más jóvenes y prolíficos. Había abandonado los códigos más repetidos de ese arte urbano al que llegó siendo un adolescente. Seguía pintando paredes tras acabar su Licenciatura en Bellas Artes, en la Universitat Politècnica de València, y lo hacía sobre un lienzo sin el que no se entiende el impacto que le ha llevado a tener obra del Palais de Tokyo en París a docenas de museos de arte contemporáneo y ciudades de los cinco continentes. “Les respondí que mi obra rozaba lo monocromático y que si había un color que la distinguía, ese era el color con el que el Ayuntamiento borraba una y otra vez nuestras pinturas en Valencia”. Ese gris cálido sin el que no se entiende su obra lleva 15 años utilizándose en todo el mundo y cualquier grafitero lo conoce: RV-118, Gris Rita/Rita Grey.
Más allá de la anécdota que el artista comparte por primera vez, entrevistado por EL PAÍS en su estudio de la capital valenciana, su impacto en el arte y en su tiempo puede recalcularse ahora que publica su tercera antología, la que reúne su actividad en la última década. Si en Escif. Muros y paredes (2010) recopilaba el estilo y los grandes temas que le definieron hasta ser mundialmente reconocido, Elsewhere (2015) contenía los tiempos en que llegó a pintar hasta en cuatro ciudades en un solo mes. “El mundo se llenó de festivales de arte urbano. A veces tenía en la agenda 20 proyectos confirmados y dormía en una ciudad distinta cada semana. Entonces me rompí. Fue haciendo una obra preciosa en el lugar habitado a mayor altitud, en Cerro de Pasco, Perú. Fue una crisis total de mi existencia, me replanteé en qué me había convertido y llegué a pensar en ‘matar a Escif’. En cierto sentido lo hice, porque dejé de pintar en Valencia, donde lo que llevaba toda la vida haciendo se había convertido en parte de un circuito turístico y había dado alas a un modo de vida insostenible para el planeta, para mi ciudad y para mí”. Precisamente, el libro que autofinancia con un crowdfunding hasta el próximo 2 de junio y que recoge 60 obras entre 2014 y 2024 relata esta tercera estación del artista.
No obstante, Los cimientos de la armonía y la invención (2024) tiene poco que ver con los dos tomos anteriores. Es un libro de 600 páginas, con la participación de 10 artistas de renombre nacional e internacional que las intervienen –no aparecen acreditados; “es un juego, irán descubriéndose”– y que divide la obra de Escif en cuatro estaciones: el dibujo, azul invierno, los ejercicios de calle, verde primavera, las grandes intervenciones, rojo verano, y las exposiciones, gris otoño. Cuatro pilares y cuatro colores para ordenar proyectos a un ritmo distinto al de los frenéticos primeros años de la década pasada, donde su fama se desencadenó después de un hecho no tan conocido: “En 2009 recibí un mail de Banksy que me proponía inaugurar un espacio en Shoreditch, Londres. Era un lugar donde él vendía sus serigrafías, pero había decidido abrirlo al público con exposiciones cada dos o tres meses. Esa oportunidad cambió todo para mí. Mi calendario se llenó de oportunidades y me costó varios años aprender a gestionarlo”. Banksy, el artista más conocido de las últimas décadas, conoció la obra del valenciano mientras preparaba el popular documental Exit Through the Gift Shop (2010), gracias al escritor y curador de arte Tristan Manco.
La tensión entre contrarios es uno de los temas centrales en la obra de Escif y da forma a esta publicación monumental. Mientras que roba su título a Antonio Vivaldi, el mismo de aquellos 12 conciertos que revolucionaron la música a principios del siglo XVIII y que quedaron sepultados por el éxito de los cuatro primeros (Las cuatro estaciones), confronta la ampulosidad y el tamaño del volumen con una portada que enfoca un gesto mínimo. Un escorpión cruza una baldosa rota a los pies de una columna. Esa columna, que se encuentra en mitad de cualquier sitio en Sumatra, donde hizo uno de sus proyectos de arte y reforestación, tiene dibujado un animal idéntico al que aparece y al que acompaña un trazo libre e irregular: “esos trazos son de mi hijo, Otto. Le di la portada con la tablet y le dije que dibujara. Me encanta hacer cosas con él. Estoy aprendiendo como nunca porque los niños no tienen sesgos ni limitaciones. El libro está lleno de sus aportaciones, como la de la portada”.
Esta penúltima estación en la obra de Escif se sitúa “después de un momento en el que el arte urbano se ha banalizado, sufre de sobreactuación”. Un decenio en el que su obra ha incorporado temas como nuestra relación con la tecnología “postinternet”, el peso de las redes sociales en las relaciones o la necesidad de desmaterializarse para sobrevivir al ego. “Son algunas de mis batallas cotidianas. Pero son un sufrimiento interesante, al que ahora me enfrento de otra manera gracias a Brilloysabor”.
Es autor también de dos fallas municipales muy innovadoras y personales, La meditadora (2020) y Dos palomas, una rama de olivo (2024). La primera se convirtió en un símbolo de la pandemia; la segunda fue objeto de polémica por la descontextualización artística de la representación de subsaharianos saltando una valla para denunciar la persecución de la inmigración.
Fundó este estudio de proyectos de arte junto a sus colaboradores habituales: Natalia Jiménez, Teresa Juan y Guillermo Climent. A día de hoy, todos implicados en la consecución de un libro que llegará a sus microfinanciadores en julio y en varios murales en Canadá, Francia y España de aquí a final de año y de una –otra– exposición individual en Italia, esta vez en el Spazio C21 de Reggio Emilia.
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