Una ruta Quetzal a la valenciana
El programa Expedició Cavanilles embarca a jóvenes en una iniciativa para conocer y visibilizar el territorio rural de la Comunidad Valenciana
Son las nueve de la mañana de un domingo de febrero y el alcalde de Jesús Pobre, una entidad local menor dependiente del municipio de Dénia en la Marina Alta, Josep Fornés, se prepara para desvelar a un grupo de unas 20 personas los tesoros naturales y culturales de este pueblo de gran tradición agrícola, a espaldas del impresionante parque del Montgó, que el siglo pasado exportó la pasa (pansa en valenciano) a todo el mundo a través del puerto dianense. Fornés, antropólogo y profesor de Historia en Xàbia, ha aceptado ser el guía local para una salida de Expedició Cavanilles, una asociación juvenil que, apoyada por la Diputación de Valencia y la Generalitat, organizan desde 2023 una especie de ruta Quetzal solo que por territorio valenciano. ”Surge como una experiencia vinculada al conocimiento de nuestra tierra, que es muy necesario porque se está perdiendo”, apunta José Francisco Requena, director del proyecto. La asociación contactó con el regidor para guiarles por este enclave, plagado hoy de residentes extranjeros.
José Francisco y Miguel Ángel Requena y Ana María Puig, aficionados al senderismo, antiguos miembros del movimiento de juniors y hoy docentes, se unieron para crear esta iniciativa premiada y reconocida por la Universitat de València y la Unión Europea. En 2023 organizaron su primera Expedició Cavanilles con 40 jóvenes de 39 municipios valencianos, de entre 15 y 17 años, por la Vall del Xúquer. Los jóvenes interesados se inscribieron en la web, presentaron una carta o video de motivación y se sometieron a una breve entrevista en línea.
Este año preparan una segunda edición, del 20 de julio al 2 de agosto, en la Serranía del Turia, pero para abrir boca han previsto una edición de Cavanilles Explora, del próximo 1 al 7 de abril. “Vemos el sedentarismo entre los jóvenes, el exceso de exposición a las nuevas tecnologías, el pasotismo de algunos respecto a la cultura y decidimos organizar estas rutas por la Comunidad”, apunta el director. Los tres emprendedores participaron en la ruta Quetzal y opinan que este tipo de viajes se han enfocado siempre a visitar otros países “mientras lo nuestro quedaba un poco en el olvido, limitado a la excursión del sábado. Cuando les preguntas a los jóvenes piden Ordesa, Picos de Europa, Alemania, Inglaterra, y todo eso está muy bien pero así nunca conocemos lo que tenemos cerca”, señala Requena.
Esta expedición, que toma el nombre del famoso botánico valenciano, surge como una inquietud vinculada al conocimiento del territorio valenciano. “Ahora son habituales las noticias sobre la despoblación, el abandono de las tierras del interior pues vamos a hacer algo para que las nuevas generaciones tengan ese vínculo y esa conciencia sobre nuestro patrimonio natural y cultural”, apunta Requena.
El grupo, tras un desayuno para coger fuerzas, hace su primera parada ante un pozo comunal de hace siglos, uno de los símbolos de la arquitectura rural de este pueblo de cerca de 900 habitantes. “Si no la visibilizas se ve como algo común porque no es una catedral o un palacio”, reconoce el alcalde. Es el pozo del Pare Pere que aparece en uno de los retablos cerámicos del siglo XVIII en el interior del convento que da nombre al pueblo. Toda la arquitectura rural está relacionada con la pasa y los trabajos de la escaldà o los riurau, construcciones techadas y ventiladas para favorecer el secado de la uva y protegerla de la lluvia. El Gran Riurau, en el centro del pueblo, antes del señor del pueblo, aloja ahora un mercado de productos locales varios domingos al mes.
“La pasa era todo un negocio en el pueblo, se exportaba a EE UU, a Inglaterra a Alemania o Canadá. La pasa salía del puerto de Dénia hacia todo el mundo. En la actualidad no llega a ser lo que fue entonces, pero se mantiene como una tradición casera”, explica el alcalde, que recuerda a su abuela escaldar las pasas en casa para luego aderezar la coca típica de la zona. “Desde que se creó la fiesta de la Escaldà se ha ido recuperando el uso y la tradición”, explica a la expedición.
El grupo deja atrás el gran riurau y se interna por caminos con casas diseminadas, rumbo al Tossal dels Molins por la vía verde del Montgó. Desde lo alto se obtiene una de las mejores vistas del valle, a la espalda del macizo. Los terrenos se han terciarizado mucho, sobre todo en Xàbia y Dénia pero de un tiempo a esta parte en Jesús Pobre se ha recuperado el cultivo del trigo, con semillas autóctonas.
En la excursión dominical es imposible no reparar en un grupo bullicioso de jóvenes. Aitana, de 17 años, estudiante de Benimàmet, repite marcha con la asociación juvenil. Estudia bachillerato artístico y se muestra satisfecha porque la han han vuelto a escoger para la escapada de la próxima Semana Santa. “La experiencia del pasado verano estuvo superbien, fue muy inmersiva e hice muchos amigos”, explica. En medio de una pinada, a mitad de ruta, la joven y el resto de sus compañeros sacan un gran cartel donde puede leerse #salvemosaMateo y lo muestran a los organizadores muertos de risa. “Nos apuntamos todos a la segunda expedición pero a Mateo no le llegó el correo de confirmación y por compañerismo íbamos a reivindicar que lo incluyesen”, explica Aitana. Los organizadores les aseguran que Mateo está incluido, solo que el correo debió traspapelarse y todos respiran. Después del corto paréntesis la marcha mañanera continua por la pinada de los franceses, llamada así porque sus propietarios la donaron al municipio para preservarla de la urbanización pues a pocos metros se alza un extenso campo de golf.
Miranda, profesora de Secundaria de 24 años, ha participado de monitora en los campamentos. “Se nota que es una generación tecnológica y hay momentos en los que tengo que decir: ¡Venga, deja el móvil!’, pero en las expediciones desconectan. Hay tiempo para todo: para el teléfono, para subirse en kayac y bajar por el Xúquer y para caminar. En cuanto a los grupos, los hay más atléticos, más de actividad física, otros son más curiosos, están los bromistas pero al final todos hacen piña y cuando hay que levantarse, aunque sea muy temprano, son cumplidores”, explica. “Es un proyecto chulo, porque en una sociedad en la que nunca desconectas, y encima eres un adolescente, en pleno desarrollo personal, creo que va muy bien descubrir gente nueva, conocer destinos próximos y estar en contacto con la naturaleza”, opina.
Silvia, auxiliar de enfermería de 48 años, ha acudido a la ruta con su marido y sus dos hijos. Se enteró de la actividad por el Facebook del Instituto Valenciano de la Juventud (Ivaj), que lo publicitó. “Me animé y les escribí porque era solo para jóvenes pero como era lejos y mis hijos no tenían como llegar pues nos dejaron participar a la familia entera”, precisa. Llevan 20 años en Valencia, sus hijos nacieron aquí y la ruta les acerca a lo que ahora es su cultura. “El valle le parece maravilloso. El nombre del municipio, Jesús Pobre, no le hace justicia. Y cuando lo buscas en Google aparece solo una calle pero cuando lo ves es increíblemente bonito”, apunta.
Llevan más de 10 kilómetros recorridos, con un sol de justicia en pleno invierno, y la última parada antes de comer es ante la Alquería de Colomer, construida en 1696, con una pequeña torre defensiva porque el municipio estuvo militarizado, primero por la presencia de piratas moriscos y ya en el siglo XIX por el bandolerismo. El alcalde jugaba de joven en el interior porque estaba abandonado. Ahora, tras la fiebre inmobiliaria, es propiedad privada. Los expedicionarios buscan la sombra mientras escuchan la historia de boca del profesor. Le aplauden cuando acaba la explicación y anuncia “¡ahora a comer!”.
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