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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La ‘Genitalidad’ Valenciana

La destitución de José Luis Pérez Pont al frente del Centre del Carme es otra muesca más en la culata de la persecución ideológica de la UTE del PP-Vox

Miquel Alberola
El exdirector del Centre del Carme Cultura Contemporània (CCCC), José Luis Pérez Pont, el pasado martes, en la concentración en contra de su despido.
El exdirector del Centre del Carme Cultura Contemporània (CCCC), José Luis Pérez Pont, el pasado martes, en la concentración en contra de su despido.Mònica Torres

La destitución de José Luis Pérez Pont al frente del Centre del Carme de Cultura Contemporània es otra muesca más en la culata de la persecución ideológica que la UTE (unión temporal de empresas) PP-Vox está practicando desde las principales instituciones de la Comunidad Valenciana. Más allá del subterfugio “irregularidades y mala praxis cometidas”, con el que se embellece el ajuste de cuentas bendecido por Carlos Mazón, el despido fulminante de alguien que ganó la plaza mediante un concurso público y el respaldo de una brillante gestión no puede camuflar el hedor de sobaco facha a brazo alzado y el resplandor de bengalas de los animadores de Noviembre Nacional.

Está claro que Vox venía a eso. A echarle huevos y convertir la Generalitat Valenciana en la Genitalidad Valenciana. A revertir desde las instituciones el cambio cultural que se produjo desde los años sesenta con el impulso del movimiento antifranquista hacia a la democracia (con la resistencia violenta de los matones que inspiran al matador Vicente Barrera), el movimiento que recuperó el autogobierno y dignificó la escuela, la lengua y la cultura que el fascismo pisoteó y restregó con sus botas. No se trataba, como dijo Mazón alegremente entre amigotes con inequívoco afán provincial “de chupársela a uno de Vox” y ya está. Como peaje asequible para que el PP tomara las riendas de la Generalitat y los asfixiase con el abrazo del oso. La realidad era que Vox contaminaría al PP con toda su pestilencia ultra y radioactividad machista y lo arrastraría por el estiércol bovino hasta el punto de que ambos partidos desprenden el mismo tufo.

Que el matarife franquista convirtiera una de las consejerías emblemáticas de la Generalitat y la recuperación democrática en una plaza de toros portátil para sus descabellos ideológicos estaba cantado. Con el paseíllo de su cuadrilla de banderilleros, monosabios, picadores, alguacilillos, ganaderos, mozos de espada y minotauros para vestir de oro y grana la faena. Que venía a dar la puntilla y a arrastrar por la arena a instituciones y entidades culturales prestigiosas por su trayectoria y su trabajo contra la dictadura, era lo propio. Como era lo suyo que iba a criminalizar a creadores culturales. Por lo que representan y por el hecho de defender las obviedades filológicas de la Universidad y el uso la denominación “País Valencià” de los demócratas que tanto irritó e inflama al mismo fascismo que le ha dejado la hoja de ruta marcada a Barrera.

Como era predecible que iba a restaurar panteones vacíos para amplificar la acústica del eco sepulcral de normativas que resucitasen el conflicto lingüístico a beneficio de la lengua del imperio. Ellos venían a eso: a destrozar los avances y consensos de la transición. A crear crispación donde no la había. A sabotear las instituciones autonómicas desde dentro porque están en contra del Estado autonómico. A desprestigiarlas de forma constante como hace su presidenta de las Cortes mandando “a tomar por saco” a la oposición. A resarcirse. Todo estaba en el guion, sí. Lo que no era previsible es que la línea entre el PP y Vox se difuminara en apenas unos meses. Que ni recurriendo a la prueba del carbono 14 se podría delimitar ya dónde empieza lo uno y dónde acaba lo otro. Que Carlos Mazón sacara a hombros a Barrera en cada faena. Que avalase sus despropósitos parlamentarios con su carcajada voraz. Con sus efusivos palmetazos al lomo. Que se vanagloriase de tener sentado al lado de vicepresidente a alguien que suscribe con su presencia las llamadas a la desobediencia a las fuerzas de seguridad del Estado y al asalto de sedes de un partido democrático. Que le pusiera la Generalitat tan a huevo.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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