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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La batalla de las certezas

En estos tiempos de incertidumbre y de dudas quienes triunfan en la política son quienes saben dibujar certezas, aunque estas estén construidas sobre un discurso de cartón-piedra

Cortes Valencianas PP Vox
Imagen de las Cortes Valencianas.MONICA TORRES
Jordi Sarrión-Carbonell

Vivimos tiempos líquidos en los que romantizar la duda está de moda. En esta época excéntrica parece que todo es volátil y fugaz, y consumimos plásticos, recursos, tiempo, rostros e, incluso, personas. Hasta la extenuación, como si no hubiera un mañana y, sobre todo, como si nuestras acciones no fuesen a tener consecuencias. Habitamos tiempos, en definitiva, de evitar compromisos, ya sea en el amor, en el trabajo o en la política. No niego que dudar sea bonito, necesario e, incluso, fuente de inspiración de buenas ideas que ha dado el mundo. Ahora bien, también creo que hay un momento en la vida en que uno necesita certezas. Últimamente, he llegado a la conclusión de que, como decía el escritor argentino Jorge Bucay, “la felicidad es la certeza de no sentirse perdido”.

Hace poco, unos buenos amigos me regalaron un reloj precioso, fabricado en la antigua Unión Soviética. Cada día hay que darle cuerda para que funcione, y cuando lo acerco a mi oído puedo escuchar un sonido muy característico, que no había escuchado en ningún otro reloj hasta ahora. En estos días de flaqueza y retorno a la cotidianidad en que se convierte septiembre, acercar aquel reloj a mi oído deviene una de mis mayores (y pocas) certezas. Sé que, pase lo que pase, su sonido estará ahí, reconfortante. Y es que, a pesar de que la duda esté de moda, todos necesitamos certezas. Desde aquel niño que se agarra fuerte a su osito de peluche hasta aquella trabajadora precaria que lleva meses sin cobrar y que se levanta cada día mirando la aplicación del banco.

El otro día hablaba sobre esto con Álvaro, mi mejor amigo. Y juntos recordamos una escena de Las invasiones bárbaras, una película canadiense sobre un hombre con cáncer que se reúne por última vez con sus viejos amigos, buscando la mayor certeza que existe: la paz, su paz. En ese instante, uno de sus amigos le recuerda: “Hemos sido de todo, parece mentira. Estructuralistas, soberanistas, asociacionistas… ¿Existe algún ismo que no hayamos adorado?” Y nos recordó a nosotros y a tantos jóvenes de nuestra generación, buscando certezas en Dios, en el horóscopo, en la lotería e, incluso, en una oposición que nos permita tener un trabajo estable y dejar de preocuparnos por cómo llenar la nevera. Buscando una certeza que ya no es certeza sino horizonte, que nos permita vivir bien, poder ir al cine, pagar el gimnasio o ese viaje en un puente que llevamos todo el año preparando.

Y, cómo no, en estos tiempos de incertidumbre y de dudas quienes triunfan en la política son quienes saben dibujar certezas, aunque estas estén construidas sobre un discurso de cartón-piedra. Son los tiempos de los Trump, los Bolsonaro o los Milei. Y, en estos años vertiginosos de liderazgos líquidos, los jóvenes valencianos —y el resto de jóvenes del mundo, me temo— dejan de confiar en la política porque observan, impotentes, cómo esta ha perdido una gran capacidad para solucionar sus problemas cotidianos. Y es que la pérdida de poder de los gobiernos frente a las grandes multinacionales y la destrucción de los Estados del Bienestar que acaecen desde los 80 han acompañado este proceso paulatino de descrédito hacia la política.

Ahora que empieza la legislatura y todas las piezas se encuentran colocadas en sus casillas, bien harían los contendientes a izquierda y derecha de Les Corts en ir planificando bien cómo ofrecer certezas en esta década trepidante. Y, si algo nos ha enseñado el ajedrez político valenciano es que de los movimientos más inesperados pueden surgir reinados indestructibles. Tempus fugit.

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