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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La factoría de ‘hits’ de Bizarrap corona el Bigsound

El productor argentino pone a bailar a más de veinte mil personas en la tercera noche del festival valenciano de sonidos urbanos, en la que también sobresalió el repertorio de Alizzz

Imagen del concierto de Bizarrap, este sábado en Valencia.
Imagen del concierto de Bizarrap, este sábado en Valencia.Big Sound

La de Bizarrap es la fórmula de la Coca-Cola: parece fácil, pero sólo él la tiene. Su sesión anoche como principal reclamo del Big sund valenciano en su noche más multitudinaria (aunque las tres lo fueron: más de 20.000 personas por jornada con todo el papel agotado desde hace semanas) validó esa teoría de que en los detalles reside la diferencia. Aunque sean casi inapreciables a primera vista. Apenas le hace ascos a ninguno de los estilos que parten la pana a nivel masivo en los últimos años, no rehúye los ganchos obvios y sabe mantener una razonable secuencia rítmica que en ningún momento llega a aburrir ni a dejar de invitar a que el público mueva los pies. A que lo mueva todo, en realidad. Una túrmix en la que caben EDM, hip hop, trap, pop, ritmos caribeños y guiños a Afrika Baambataa (a través de Ptazeta) y a Héctor Lavoe (vía Eladio Carrión), y en la que lo de menos son los minutos destinados a sus alianzas (otras de sus BZRP Music Sessions, de probadísima eficacia) con Shakira y sus rimas de despecho parvulario, y Quevedo, con ese estribillo quedón que ni siquiera el rapero canario quería mantener antes de que nadie lo pudiera rehuir.

Por algo el beatmaker argentino fue cocinero antes que fraile: estudió marketing y trabajó como A&R (cazatalentos, olfateador de tendencias, como lo quieran traducir) en Warner. Tiene la rara sagacidad para identificar lo que va a ser éxito, aunque no ha cumplido ni los 25. Puede que no invente la pólvora, pero sus sesiones son más divertidas y menos ordinarias que las de Calvin Harris o David Guetta. Aunque en noches como la de ayer abusen de unos cañones de fuego que a unos metros del escenario y con 26 grados a la sombrita de las dos de la mañana se hacían, como mínimo, redundantes. Lo transversal de su propuesta lo convierten de eficiente beatmaker en inapelable hitmaker. Y contra eso no hay enmienda. Funciona. Entretiene. Hace bailar. De eso se trata.

Decíamos lo de los detalles a simple vista inapreciables porque casi todo lo que vimos ayer en el segundo de los escenarios nos gustó más que lo que vimos en el principal. Especialmente notable fue el pase de Alizzz, aunque no fuera – ni mucho menos – el más multitudinario. Cristian Quirante (nombre que figura en su DNI) también sabe lo que es producir canciones de éxito con tacto reconocible (ahí están sus tres Grammy latinos junto a C Tangana), pero tiene un radiante puñado de canciones propias que elevan el pop a la categoría de cuadratura del círculo: con banda integrada por guitarra, bajo, sintetizador y batería – toda una anomalía en este contexto – y sin necesidad alguna de mostrar a sus colaboradores (Amaia, Rigoberta Bandini) en ninguna pantalla ni recurrir a sus voces pregrabadas, el catalán se marcó un bolo de un entusiasmo contagioso, armado de un repertorio aún en fase de crecimiento pero difícilmente superable, cada vez más afianzado como frontman y transmitiendo empatía a una ciudad en la que estuvo viviendo un par de años y en la que debería tocar más a menudo.

Casi tan suculento como su reguero de golosinas pop fue el que enlazó el madrileño Recycled J un poco después en el mismo escenario, con una fórmula (esta vez sin banda) en la que las fronteras entre hip hop, trap, r’n’b y pop se diluyen de forma que Extremoduro puedan ser objeto de guiño y al minuto ni te acuerdes de eso porque él ya está a otra cosa sin dejar que tu interés decaiga. En el arte del rap sobresalió también Villano Antillano, el puertorriqueño cuyo lenguaraz flow (perdonen la redundancia) balancea tan bien entre la vieja escuela del género y los ritmos del reggaeton que no necesita que se recalque su condición trans para justificar reportajes, aunque ella esté (lógicamente) por la reivindicación. Tiene cuajo de nueva estrella. En similar tesitura sonora aunque ampliando más el foco se mueve su paisano Gabriel Mora, protagonista en el escenario principal de una sesión de reggaeton con vistas al trap y la EDM, coreada hasta la extenuación por el personal, y en compañía de un DJ y cuerpo de bailarinas (perdonen: otra redundancia). Promesa hace un par de años, realidad ahora, con visos de jugar en la liga de J Balvin o Bad Bunny. Y hablando de guiños y de bailarinas, Sebastián Yatra propinó un recuerdo a Red Hot Chili Peppers y se hizo acompañar de vistosa coreografía en un concierto que hasta que no rescató su hit Tacones rojos en una agitadísima versión fue bastante aburrido por su querencia por un perfil de baladista latino de lo más convencional. Quizá tampoco eran horas. Al menos tuvo el detalle de avisar.

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