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Crece el desasosiego entre los vecinos evacuados por el incendio de Castellón: “Han pasado siete días y aún no sé nada de mi perro”

Los vecinos, que llevan casi una semana evacuados, se baten entre la ansiedad y la inquietud por el peligro de las llamas y la vuelta a sus casas

Miembros de las brigadas forestales de bomberos refrescan los alrededores de Montán (Castellón) este miércoles. Foto: MÒNICA TORRES | Vídeo: EFE
María Fabra

Las horas pasan lentas en Segorbe, donde hay realojadas 90 personas afectadas por el incendio del interior de Castellón. El aviso de entrada de un mensaje interrumpe el nervioso deambular de Juan Martínez, un vecino de Montán, el pueblo al que más cerca llegaron las llamas que han arrasado ya 4.600 hectáreas. Posiblemente es la primera vez que sonríe desde el jueves por la tarde, cuando abandonó su casa, junto a su mujer y dos niñas. No pudo sacar a su perro, Manolo. No cabía. “Han pasado seis días y aún no sé nada de mi perro”, cuenta apesadumbrado. El mensaje hace variar su semblante. Es una foto de Manolo. “Está bien, está vivo”, proclama.

Juan no sabe cuánto tardará en poder volver a su casa. Su pueblo no está entre una de las seis poblaciones a las que, desde la tarde de este miércoles, se ha permitido el acceso. Tampoco se encuentra bien. Se siente agotado física y mentalmente. Está medicado, con la tensión a 19. Por eso ni siquiera ha podido subirse al convoy que, acompañado de la Guardia Civil, ha acudido a Montán para dar de comer a los animales, algo que sí ha hecho su mujer, que le ha mandado la prueba de que Manolo está bien y la casa no se ha visto afectada por el incendio.

Los dos puntos en los que se acoge a parte de los 1.600 desalojados son completamente distintos. En Segorbe duermen en el seminario, convertido en hospedería, y pasan el día en un polideportivo, atendidos por Cruz Roja. La mayoría de ellos se distinguen por las manos. Son manos robustas, por las que han pasado muchas horas de sol, rudas. Manos de gente que viven en y para el campo. Son, en su mayoría, personas de más de sesenta años, algunos con movilidad reducida, que se baten entre el desasosiego de no estar en su casa y la intranquilidad de tener que volver si aún existe algún peligro. Entre ellos hay más de una docena de Los Calpes, una pedanía de la Puebla de Arenoso. Saben que las viviendas no se han visto afectadas porque han podido ir a dar de comer a los animales: gallinas, burros, perros, gatos y caballos. Pero están cansados y tristes. Les cuentan que todo está negro. Antonio y Tori Rodríguez no quieren dejar de decir que están bien atendidos y que no les importa estar 24 horas más fuera de casa. No quieren volver si no es completamente seguro. También quieren destacar el trabajo de las brigadas, piden que no se estigmatice su labor porque, en esta ocasión, el fuego surgiera, según todos los indicios, en un trabajo de desbroce. En el caso de Los Calpes, gracias a ese trabajo el fuego no llegó a las casas. Gracias a las brigadas y a Agricolaris, una asociación sin ánimo de lucro, creada para recibir la cesión de terrenos agrícolas, trabajarlos y explotarlos pero también mantenerlos limpios. “Gracias a ellos no ha entrado el fuego en el pueblo, porque todos los alrededores estaban limpios”, aseguran.

Marina recoge la colada en el camping de Navajas al que fue desalojada, antes de volver a su casa en Puebla de Arenoso.
Marina recoge la colada en el camping de Navajas al que fue desalojada, antes de volver a su casa en Puebla de Arenoso.MONICA TORRES

El ambiente en el camping de Navajas es muy diferente. Allí, donde se ha reubicado a un centenar de vecinos de Montanejos, familias enteras, una veintena de niños, sus padres, tíos y abuelos, el tiempo pasa más rápido. Al frente de ellos está su alcalde, Miguel Sandalinas. El Ayuntamiento correrá con los gastos de todo “porque creemos que era el momento de hacer un esfuerzo”, asegura. Han contratado monitores para los más pequeños que, además, pueden acudir a clase en el colegio de Navajas. Hacen excursiones e, incluso, alguno de ellos, se arranca a tocar algo a la guitarra. Comen y cenan juntos, en el restaurante del camping y duermen en cabañas o tipis. Pese a las guerras con globos de agua, las canciones y el entorno, la ansiedad sigue presente. “Al principio, por la alarma. Y, una vez saben que los daños están controlados, la ansiedad por querer volver a casa”, asegura Sandalinas. Pero tampoco ellos tienen fecha de vuelta. En los corrillos se habla del viernes o el sábado, pero ninguno lo sabe con certeza. La única que en la tarde de este miércoles podrá volver a su vivienda es Marina porque es vecina de Puebla de Arenoso, aunque su marido es de Montanejos. Tiene tres hijos, de 6, 10 y 14 años. “Ellos están bien, están cansados porque necesitan su rutina, pero están bien”, asegura. La noticia de que puede volver a su vivienda le pilla con toda la colada de la ropa de los niños tendida. Ha pensado si volver o esperar un día más, pero su marido es bombero y le ha dicho que es seguro, pese a que tendrán que estar confinados en el interior de las casas. Como otros vecinos, pudo volver a dar de comer a sus animales. El primer día fue el viernes pasado: “Entre el humo, la ceniza y los aviones que volaban muy bajo porque estamos al lado de un pantano donde cargan, solo faltaban las bombas. Fue horrible”, recuerda.

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