Los albaceas de Rita Barberá, un lustro después
El legado de la exalcaldesa de Valencia ha pasado del pretérito desprecio y olvido, a la actual reivindicación pública
Echo cuentas con un amigo del tiempo que llevamos sin vernos, que no sin hablarnos. Intercambiamos impresiones, vía telefónica, de forma cotidiana. Nos contamos el ir y venir de nuestras vidas sin apreciar el rastro de la huella que el tiempo va imprimiendo a nuestros rostros. Por suerte para mí, él se maneja con un teléfono móvil tan fuera de catálogo que no admite la aplicación WhatsApp; o eso dice él. Esa circunstancia facilita que el tono de nuestras voces nos siga siendo reconocible.
Al final, concluimos que suman cuatro los años sin sentarnos frente a frente, aunque ambos sabemos que ese hilo invisible que es la amistad conserva la tersura que la epidermis va perdiendo. ¡Cuatro años!, exclamamos, no sin antes conjurarnos para quedar la próxima semana, sin falta…
La pandemia, con sus miedos, confinamientos y restricciones, ha borrado los perfiles temporales. Hemos descubierto que de todo hace casi dos años. Desde la última vez que fuimos al cine o al teatro, que viajamos al extranjero, que celebramos las Navidades en familia, que abrazamos al otro sin temor, que respiramos el aire sin someterlo al filtro de una mascarilla.
En un mes se cumplirá el quinto aniversario del fallecimiento de Rita Barberá, la exalcaldesa de Valencia, de España entera como fue bautizada por sus correligionarios. En ese lustro transcurrido su nombre y legado político han pasado por diferentes etapas. Del pretérito desprecio y olvido, a la actual reivindicación pública. Tan cerca como hace un par de semanas, sobre el albero de la Plaza de Toros de Valencia, el nombre de Rita fue pronunciado, y no en vano, por Pablo Casado y compañía.
Murió Barberá en noviembre de 2016, dos meses después de haber sido reprobada como senadora territorial en las Cortes Valencianas por unanimidad de toda la Cámara autonómica. El mismo PP que apoyó su defenestración se significa ahora como administrador de su herencia política. Sus más destacados dirigentes se arrogan el papel de albaceas de un testamento no escrito, aunque sí registrado en el imaginario colectivo de miles de votantes cuyo apoyo aspiran a mantener y/o recuperar.
Me he percatado de ese lustro transcurrido esta semana, cuando se ha sabido que un juez ha dictado auto de procesamiento contra casi medio centenar de exconcejales y asesores de Rita Barberá, acusados de un delito de blanqueo de capitales. Dicho en la jerga de la industria bancaria, por pitufear: cada uno de los procesados, presuntamente, recibió dinero negro del partido -1.000 euros por cabeza- para proceder a blanquearlo con la vista puesta en los gastos de la campaña de las elecciones locales de 2015.
Tanto Carlos Mazón, presidente del PP valenciano, como su número dos y candidata a la alcaldía, María José Catalá, no solo no se han arrugado ante los titulares informativos, sino que han defendido con mayor énfasis, si cabe, el legado de la exalcaldesa. ¿Sorprendente? En absoluto. Todos los partidos políticos tiran del mismo manual: presunción de inocencia -procesado no significa condenado-, no ceder a las presiones del contrario y, cuando llegue el momento de que los procesados que ocupan alguna responsabilidad pública -en esto caso los hay- se sienten en el banquillo, se les cesa o no, según el momento. La apertura de juicio oral en mitad de una campaña o en las cercanías de una cita electoral aconseja soltar lastre para no regalar munición al resto de participantes en la batalla.
La aplicación de este viejo y desgastado manual se ampara en un dato fundamental: en el PP valenciano reina la convicción de que reivindicar hoy la figura de Rita Barberá no solo no les resta un solo voto, sino que, además, reconcilia con las siglas del partido a una legión de votantes que nunca entendieron decisiones pasadas en sentido contrario. Sentimentalismos, los justos. Las lágrimas de contrición más sinceras por la lapidación de la exalcadesa a manos de los propios las ofreció Isabel Bonig en su ceremonia de despedida.
La próxima edición de la batalla de Valencia -elecciones municipales previstas para la primavera de 2023- se perfila, a la vista de sondeos y encuestas, como de alto voltaje. Aún falta mucho tiempo, dicen algunos. No tanto. Más si tenemos en cuenta que, a fecha de hoy, el único partido que tiene claro a su cabeza de cartel como aspirante a la vara de mando de la alcaldía valenciana es el PP. En el resto todo son dudas.
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