La penumbra de Barcelona en 2007: 60 horas sin luz
El apagón que sufrió la ciudad por el incendio de una subestación del paseo Maragall se prolongó en varios distritos y afectó a 350.000 abonados


Desde el Tibidabo la visión de Barcelona entrada la noche era desconcertante. La mitad estaba iluminada mientras una mancha negra bañaba los barrios de Horta-Guinardó, Gràcia, Sant Martí y Sant Andreu. Fueron los peor parados del apagón que vivió la capital catalana el 23 de julio de 2007: casi 60 horas sin luz por un incendio que se declaró en la subestación del paseo de Maragall después de que cayera un cable de distribución sobre las instalaciones de Red Eléctrica Española en Collblanc (L’Hospitalet). El incidente afectó, de entrada, a 350.000 abonados de la capital catalana y otros municipios colindantes. Se produjo poco antes de mediodía de ese lunes y sumió a la ciudad en un caos considerable: seis distritos se quedaron a dos velas, algunas líneas de metro dejaron de funcionar y los semáforos pasaron a ser palos inanimados. A última hora de aquella tarde, unos 130.000 abonados recuperaron el suministro. La confianza en que en cuestión de horas la normalidad volvería al resto de la ciudad se esfumó al comprobar el calibre del incidente que dejó fuera de juego a varias subestaciones.
A la torridez de aquellos días de pleno verano se sumó el calor que despedían los más de 150 generadores que se instalaron en las zonas de la ciudad que resultaron peor paradas. En la última semana de julio, la ciudad estaba atestada de turismo y muchos hoteles garantizaron su funcionamiento instalando los ruidosos grupos electrógenos prácticamente en sus puertas. No tuvieron la misma suerte los cientos de comercios que no pudieron trabajar, en algunos barrios, hasta 48 horas después del incendio. Lo mismo les pasó a cientos de restaurantes que no pudieron servir ni comidas ni bebidas. Los mercados y tiendas de alimentación veían cómo se echaba a perder todo lo que tenían en neveras y congeladores. De hecho, uno de los capítulos más llamativos de aquella crisis energética fue la cantidad ingente de demandas a las compañías eléctricas y a las aseguradoras. En total no fueron menos de 80.000 las peticiones de indemnización por los daños, sobre todo de contenido de neveras. El monto total no bajó de los 40 millones. Como también fue notable las multas que se impusieron a las compañías eléctricas, de más de 20 millones.
Mientras la distribuidora Endesa y la propietaria de las líneas de alta tensión Red Eléctrica Española se echaron las culpas unos a otros, a toda prisa se tuvieron que cavar zanjas y tirar cables a cielo abierto por un buen trecho de Barcelona para garantizar que la línea no volviera a caer en cualquier momento. Porque una cosa quedó clara: la red y las subestaciones no estaban en las condiciones que cabía exigir. La red y las instalaciones no estaban lo suficientemente “malladas”, fue una expresión que se repetía en boca de responsables tanto de las compañías como de los políticos que no sabían muy bien cómo explicar el fiasco en las comparecencias que hacían ante los medios de comunicación.

Pasaban las horas y barrios enteros seguían sin luz. Al segundo día, las caceroladas nocturnas se extendieron por decenas de calles que seguían a la luz de velas y linternas. Los ánimos se caldearon bastante y se llegaron a improvisar concentraciones entrada la noche en plazas y calles. En la zona de Paseo de Maragall, donde se produjo el incendio de la subestación y una de las que tardó más en volver a la normalidad, se organizaron manifestaciones de vecinos y comerciantes que acabaron cortando el tráfico de la avenida Meridiana.
El saludo habitual entre los vecinos se transformó en una escueta pregunta: “¿Tienes luz?” Y el tráfico de alimentos de neveras y congeladores entre barrios que seguían sin suministro a los más afortunados se volvió algo normal durante dos días. A veces era cuestión de pasar de una acera a otra, la que no tenía luz a la que ya la había recuperado, y el transporte se hacía manualmente. Otras, la mercancía de las neveras viajaba en coche hasta la casa de un amigo o familiar que tenía luz y sitio para almacenar. La solidaridad entre comerciantes también funcionó y no era tan extraño ver cables que salían de una tienda y desaparecían en la de al lado para compartir suministro.
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