Barcelona tiene un límite
La ciudad recibió en 2023 más de 15 millones de turistas a los que hay que sumar los visitantes que no pernoctan en la capital catalana


La misión de los gobernantes no solo consiste en resolver los problemas. Debería ser también anticiparse y afrontarlos antes de que sea demasiado tarde. Las multitudinarias protestas en Canarias contra el turismo masivo deben ser tomadas como un aviso de lo que puede venir en los lugares más saturados. Las cifras de visitantes no paran de crecer. Pero el alojamiento, los servicios y hasta el espacio vital, son limitados y muchas ciudades están llegando a un punto que sobrepasa lo soportable. Ámsterdam está tomando medidas. Venecia también. Praga, Florencia, Roma, Palma de Mallorca y muchas otras debaten cómo gestionar lo que es una importante fuente de ingresos, pero también un problema. ¿Y Barcelona?
¿Dónde está el límite? Ése es el debate, porque la idea neoliberal de que no lo hay, de que todo debe sacrificarse al altar del libre mercado, ya sabemos a dónde conduce. Al caos. Ámsterdam acaba de anunciar la prohibición de construir nuevos hoteles, además de reducir el número de cruceros y de autobuses que pueden acceder a la ciudad. Solo se podrá abrir un hotel cuando se cierre otro. El objetivo es contener las pernoctaciones a no más de 20 millones al año.
Es un problema de magnitud. Y de concentración. España recibió 85 millones de visitantes en 2023 y este año espera llegar a los 90 millones. Más que EEUU, China o Italia. Solo por detrás de Francia. Que el turismo aporte el 40% del empleo y el 35% del PIB es un dato a tener en cuenta, pero no todo debe ser medido en términos de beneficio económico, especialmente cuando el modelo de economía que genera, con bajos salarios y alta precariedad, hace que gran parte del rendimiento se lo lleven inversores foráneos, mientras que las externalidades negativas se quedan dentro.
Los 16,2 millones de visitantes que recibe el archipiélago canario multiplican por siete su población. “Canarias tiene un límite”. Con este eslogan expresaban sus ciudadanos el hartazgo por un tipo de turismo masivo que deja sin vivienda a la población local y satura el espacio público. La ciudad de Barcelona recibió en 2023, según el Observatorio del Turismo, 15,6 millones de turistas, de los que 12 millones pernoctaron en hoteles y alojamientos turísticos, siete veces su población. Pero esa no es toda la carga de visitantes. Hay que contar también a quienes visitan la ciudad sin pernoctar, por turismo, ocio o compras. Un estudio encargado al geógrafo José Antonio Donaire ha cuantificado, con datos de 2019, el impacto total: 56,7 millones de visitantes al año, la mayoría concentrados en unos pocos barrios de la ciudad.
La última encuesta municipal sobre turismo muestra que la percepción ciudadana está cambiando: el 61,5% de los barceloneses considera que la capacidad de la ciudad ha llegado a su límite y el porcentaje de los que consideran que el turismo es perjudicial sigue creciendo: ya son el 23% de los ciudadanos, y en los barrios turísticos, el 28,2%.
Venecia acaba de implantar un peaje de cinco euros para entrar en la ciudad, pero no parece que cobrar por pisar sea una solución. Las tasas turísticas no han reducido el número de visitantes. La cantidad que se cobra no es disuasoria y no se trata tanto de recaudar como de regular. Lo peor que le podría pasar a Barcelona y al sector turístico es que emergiera una turismofobia capaz de expresar con hostilidad el malestar que provoca la invasión del espacio público y también la pérdida de identidad que comporta la transformación de la ciudad en un parque temático. Y puede que no esté tan lejos.
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