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Depeche Mode en el Primavera Sound: sonidos oscuros para iluminar la noche

El dúo inglés pautó el arranque de jornada junto a Beth Orton y Sparks

El vocalista del grupo británico Depeche Mode, Dave Gahan, durante el concierto de este viernes, segunda jornada del festival Primavera Sound. Foto: MARTA PÉREZ (EFE)

Ellos tenían que ser, los primeros en concitar una multitud tamaño Primavera frente a su escenario. Otros veteranos. Depeche Mode. Gahan de negro y brillos, elegante. Gore de negro y plata, vistoso. No había caído la noche, pero ellos la oscurecieron con su música, iniciada con la mayestática y maquinal My Cosmos Is Mine, una de las tres piezas que interpretaron de su último disco. El resto, se trata de un festival y acostumbra a ser la norma, grandes éxitos para las masas. Música para las masas, como titularon su disco de 1988, masas que ya comenzaron a hormiguear por el recinto como suele ser norma en viernes desde tiempo ha. El Primavera ha tomado el pulso y la música, con mando en plaza de muchos veteranos, pauta el fin de semana de las miles de personas que dan sentido al festival.

Depeche Mode. La luna les observó, poniendo un punto de luz extra en el cielo que no llegó a iluminar la cara de quienes lejos del escenario los veían mediante las pantallas. Los más cercanos recibían la luz de escena, y todos las de sus canciones. Un primer dúo para el griterío, Everything Counts y Precious, con Gaham dominador, volteando sobre su eje, bailando, gesticulando y dejando ir su voz de barítono. En su salsa. Recuerdo a Andrew Fletcher con Worls In My Eyes y su imagen en las pantallas. Más tarde, tras quince piezas, traca final con Jus’t Can’t Get Enough, Never Let My Down Again y Personal Jesus. Una multitud enloquecida con señores que podrían ser los padres de muchos. La música como hilo invisible que teje complicidades entre generaciones.

Y si bien es cierto que en general un festival no es país para viejos, el Primavera tiene un lugar en el que la edad no cuenta. Es el Auditori, espacio a salvo del sol, que por cierto ayer tampoco castigó al público, y con unos asientos perfectos para descansar, aunque lo que haya en escena interese menos que un pingüino en escabeche. No es que el público vaya allí a desconectar de la agitación, pero alguna persona lo debe hacer. Entre tanta gente hay de todo. Allí actuó Beth Orton a primera hora de la tarde. La cantautora, ya 52 años, aunque a cierta distancia parecía la misma que despuntó con su folk con toques electrónicos a finales de los noventa, alta, delgada, melena con flequillo, basó su repertorio en dos patas. Por un lado sonaron las piezas de su nuevo disco, piezas de carácter relajado, envolventes, instrumentadas con celo gracias a un guitarra muy detallista y a un saxofonista muy efectivo que hacía breves apuntes. Recurriendo a una suerte de pop con aires de jazz, creó un ambiente delicado sentada frente a su teclado y cantando con esa voz tan característica que siempre parece está a punto de quebrarse, alargando las sílabas sin por ello acercarse al lamento. Así pasaron por escena piezas como la que da título al trabajo o Friday Night, Lovely y Forever Young. Cuando tomó la guitarra acústica lo hizo para recuperar piezas antiguas como Central Reservation o She Cries Your Name. Tenía prevista como bis Stolen Card, pero los horarios son inflexibles los festivales y se quedó en los deseos.

Otros veteranos para llevarse a la boca en el ramo diurno: Sparks. Ellos solos son más raros que el más raro y la más extravagante entre la asistencia. Y ya es decir. Ron Mael, teclista hierático, con expresión congelada de vendedor de ataúdes, bigotillo falangista. Russell, su hermano, septuagenario con acciones en Grecian 2.000, como Ron, también septuagenario. Dicharachero. Americana roja y negra. Música pop inclasificable, inteligente, teatralizada, con entonaciones medio operísticas, toques de vaudeville, brillantes por sus inesperados recursos melódicos y un cancionero que hizo feliz al público, siempre riendo, con gemas como When Do I Get To Sing My Way, The Number One Song In Heaven o This Town. Pese a la edad de Russell, el realizador se volvió loco para no perder su plano vertical. ¿Quién dijo que el Primavera no es país para viejos?

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