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La Crónica
Crónica
Texto informativo con interpretación

Fascinación por la extrema derecha

Los jóvenes fueron uno de los protagonistas de peso de las protestas de la Bonanova, lideradas por Desokupa, en una noche que pasó de la tensión al tostón

Rebeca Carranco
En la imagen, varias jóvenes en la protesta contra los okupas en la plaza de la Bonanova.
En la imagen, varias jóvenes en la protesta contra los okupas en la plaza de la Bonanova.Albert Garcia

Pasados los cuarenta, hay dos caminos a seguir. Fingir que nada ha cambiado, escuchar a Quevedo y Rosalía en bucle, y comprarse bambas con plataforma, o aceptar que ya se han jugado los 10 mejores partidos de la vida. Los que fluctúan entre lo uno y lo otro, navegan en el desasosiego. Como cuando se siguen cubriendo manifestaciones de alto voltaje en la ciudad, pero lo más alejada posible de cualquier conato de porrazos, botellazos o pedradas. En la primera línea, pero dispuesta a salir corriendo en cualquier momento.

En las dos protestas que se celebraron el jueves por la noche en la Bonanova, un barrio bien de la zona alta de Barcelona, no hizo falta arrancar de las entrañas la gallardía perdida. No pasó nada. La noche más tensa, según vaticinaron algunos medios, acabó siendo la noche más tostón, sin margen alguno para demostrar la cobardía adquirida con el paso de los años. Los temidos antidisturbios iban a cara descubierta, los autodenominados antifascistas se dejaron grabar sin apenas quejas, y los del otro lado, a los que la mitad de Twitter calificó como nazis, se pidieron unas 100 pizzas Margarita para pasar la tarde.

El origen de la disputa son dos bloques okupados, donde habitualmente residen como mucho una decena de personas, según fuentes policiales. A las puertas de las elecciones municipales, partidos como Ciudadanos, Valents y Vox señalaron los edificios -uno de ellos lleva siete años okupado- como el origen de todos los males en la ciudad. Para calentar motores, convocaron protestas delante cada martes, con indignación a raudales y participación escasa. “Es para rascar cuatro votos”, criticó el portavoz de la asociación de vecinos, Josep María López Ciuré, que negó conflictos graves con los okupas, más allá de suciedad, ruidos y el temor expresado por alguna familia de pasar por delante de los edificios con los niños.

Ante el filón, Desokupa -una empresa con 28 actuaciones de los Mossos d’Esquadra a sus espaldas por coacciones, amenazas y otros delitos- se sumó a la iniciativa unos días después. A través de varios vídeos colgados en las redes sociales, su líder, Daniel Esteve, de verbo ágil tirando a verborrea (no a los vídeos de más de un minuto), se autoerigió como el salvador de lo que bautizó como #Bonanovagate. Se refirió a las “ratas” que okupan los edificios, anunció el “mayor dispositivo en España” para desalojarlos, y auguró una protesta con 15.000 personas en la calle.

La fecha señalada en rojo en el calendario era el jueves 11 de mayo. Los Mossos catalogaron la protesta de nivel 3, en una escala del 1 al 4: altercados asegurados. Desokupa se preparaba para la noche final, en la que entrarían, costase lo que costase, en los edificios, propiedad de la Sareb y comunicados entre ellos, y salvarían al barrio de semejante ignominia. Muchos periodistas se pusieron a la altura de la amenaza, pertrechados con chaleco reflectante, casco… A solo un minuto de coger también las mascarillas antigas que se popularizaron en las protestas de la postsentencia. Todo listo para el aluvión.

Pero, como tantas veces en la vida, la jornada no estuvo a la altura de las expectativas. Desokupa reunió a medio millar de personas; lo mismo que los defensores de La Ruïna -genios del branding- y el Kubo. “¡Fuera fascistas de nuestros barrios!”, o “¡contra la especulación, ocupación!”, gritaron unos. “¡A por ellos!” o “puta Ada Colau!”, corearon los otros. Dos protestas que ni se vieron las caras, custodiadas por casi 400 policías entre Mossos d’Esquadra y Guardia Urbana. A las once de la noche, y con algunos cristales rotos en la zona alta, se selló el dispositivo de seguridad de la serpiente de verano: ya saben, las noticias que son noticia cuando faltan noticias de verdad.

Pero en realidad sí hubo un dato relevante enterrado entre tanta amenaza testosterónica. De melena larga y trenzas ellas, y de tupé perfecto y camiseta Replay ellos, un grupo de jóvenes rodeó a Daniel Esteve, el líder de Desokupa. Con entusiasmo, hicieron cola para fotografiarse con él, e incluso posaron con camisetas de la empresa que desahucia de manera extrajudicial, implicada también en la difusión de bulos. “Dani, parece que no os odian tanto como dice la gente, ¿no?”, opinaba uno de los que grababa el momento.

Los jóvenes fueron unos de los colectivos de peso en la protesta capitalizada por Desokupa (los partidos políticos no tuvieron una participación activa en la manifestación después de jalear el conflicto en una ciudad en la que el año pasado se redujeron un 18% las ocupaciones respecto a 2019). Sonrientes y animados, se les podía ver al lado de personas que coreaban insultos machistas contra la alcaldesa de Barcelona, proferían proclamas que recordaban a los peores momentos del procés, o directamente se le escapaba algún saludo nazi, brazo en alto, tal y como denunció la CUP.

“Todo vuelve”, analiza un amigo, que pasó los cuarenta hace tiempo como si nada. “Es el mismo modelo de la Barcelona de finales de los ochenta y los noventa, donde lo más chungo que había era ser skin, y era lo que quería ser todo el mundo. La misma polarización se vive en algunos barrios”, opina, sin que quede claro qué desean ser esos chavales fascinados con Desokupa. Hasta que se demuestre lo contrario, aquí siempre se será partidario de culpar a Instagram, Tik Tok, Youtube y, sobre todo, a Twitter de todos los males de la humanidad.

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Sobre la firma

Rebeca Carranco
Reportera especializada en temas de seguridad y sucesos. Ha trabajado en las redacciones de Madrid, Málaga y Girona, y actualmente desempeña su trabajo en Barcelona. Como colaboradora, ha contado con secciones en la SER, TV3 y en Catalunya Ràdio. Ha sido premiada por la Asociación de Dones Periodistes por su tratamiento de la violencia machista.

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