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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Colau e Israel, teatro del malo

¿Tanto cuesta diferenciar entre el respeto por un país democrático y la discrepancia con su Gobierno?

El primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, y su esposa Sara, saludan tras vencer en las elecciones de 2019.
El primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, y su esposa Sara, saludan tras vencer en las elecciones de 2019.Ammar Awad (REUTERS)
Jordi Xuclà Costa

Un infantilismo de textura blandiblu se ha adueñado de la política local barcelonesa y, para qué negarlo, algo también de la política catalana, en los últimos años. Intentemos que se termine cuanto antes la hora del patio. Resulta que la alcaldesa de Barcelona por gracia de Manuel Valls (qué fugaz es el recuerdo) ha enviado una carta al primer ministro israelí Benjamin Netanyahu para comunicarle que el Ayuntamiento rompe relaciones con el país. La pasada noche no deben haber dormido en Jerusalén.

Del sublime al ridículo solo hay un paso. Competencias de los ayuntamientos en política exterior: cero. Capacidad de hacer el ridículo: infinita. ¿Tanto cuesta mantener la lucidez para diferenciar entre el respeto por un país democrático y la discrepancia con su Gobierno por su actual conformación? ¿Tanto cuesta poner algo de finezza para estudiar por qué Israel ha evolucionado de sus 780.000 habitantes en el momento de su fundación en 1948 a los 9,4 millones que tiene actualmente? ¿Tanto cuesta escrutar la evolución de un país de base fundacional socialista a su actual orientación marcada por los partidos religiosos? El giro se produjo básicamente con la llegada de más de un millón de judíos que huyeron de los horrores del comunismo cuando el colapso del sistema soviético. La historia tiene extraños canales de conexión.

Pero para estos propagandistas de la liviandad, diferenciar Estado de Gobierno es demasiado. Diferenciar el Estado que nació después de la Segunda Guerra Mundial ante una comunidad internacional chocada por el mal absoluto del Holocausto de un Gobierno democrático que puede no gustar, ¿es tan difícil?.

La política exterior como elemento de conformación de las identidades partidistas en España, asunto relevante desde que [el entonces presidente del Gobierno José María] Aznar se asomó a la foto de las Azores y Podemos abrazó la revolución bolivariana. La alcaldesa Ada Colau, en tiempo de descuento electoral, quiere introducir el conflicto Israel-Palestina en la carrera electoral. Maniqueísmo. Sin un ápice de crítica a una Autoridad Nacional Palestina que no convoca elecciones parlamentarias desde enero de 2006 (porque no le gustaría el resultado que saldría). En Israel votan a pesar de que a la mitad de la población no le guste el resultado en una sociedad fuertemente polarizada.

Colau ha tomado la decisión por decreto. Cabe recordar que la concejalía responsable de las relaciones internacionales está en manos del PSC, que ha calificado la decisión de “error gravísimo”. Espectáculo bochornoso. Del socialismo que aspira a ganar las elecciones municipales solo se puede esperar una reacción contundente.

Teatro del malo pero no sin consecuencias. El portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores israelí habló alto y claro y la prensa israelí progresista apunta lo rancia que es una alcaldesa que no tiene presentes a todos los israelíes que luchan por un Gobierno distinto en una sociedad democrática.

Jordi Xuclà es doctor en Comunicación y profesor de Relaciones Internacionales (Universidad Ramon Llull)

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