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Tribuna
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Sonrisas públicas y privadas

Los socialistas han logrado un buen rendimiento de la negociación: reivindicarse como socio imprescindible para los presupuestos ante el partido que lo menospreciaba como apestado “del 155″

Manel Lucas Giralt
El president Pere Aragonès y Salvador Illa, primer secretario del PSC tras la firma del acuerdo.
El president Pere Aragonès y Salvador Illa, primer secretario del PSC tras la firma del acuerdo.Albert Garcia

El PSC actual tiene dos rostros visibles: el de Salvador Illa, serio, con voz lúgubre y aire solemne, y el de Alicia Romero, alegre, vitalista y jovial. Como si de un reparto de papeles se tratara, esos rostros han reflejado el estado de ánimo socialista y la marcha de la negociación de los Presupuestos esta última semana. El miércoles, Illa, el serio, advertía del riesgo de que el acuerdo con Pere Aragonès descarrilara: el PSC —ofendido porque ERC había pedido ayuda a Pedro Sánchez— exigía el 100% de sus propuestas para dar el sí. Algo funcionaría en este amago de plante porque el president tardó pocas horas en asumir “la contradicción, el coste y el desgaste político y personal” de aceptar la ronda del Vallès, macroproyecto de asfalto que no gusta a los republicanos.

El lunes, el rostro de la negociación era Romero, la sonriente, que insinuaba que las conversaciones iban “bien”. Y así fue. La imagen de la número dos del partido precedió al acuerdo. Y el Govern con el menor apoyo de la Historia logró un hito: aprobar sus cuentas.

Ése es el elemento fundamental que justifica el entusiasmo de ERC: la supervivencia del Ejecutivo en solitario de Aragonès está garantizada por un año, tiempo suficiente para demostrar capacidad de gestionar asuntos incluso más trascendentes que los que han ocupado los debates públicos y privados: la sanidad, la educación, la dependencia. El chaparrón de los viejos compañeros procesistas es más fácil de aguantar cuando sabes que tienes 11 meses de margen para ir tirando.

Los socialistas, por supuesto, han obtenido un buen rendimiento de la negociación: reivindicarse como socio imprescindible para el asunto más importante de la gestión gubernamental, además, ante un partido que sólo unos meses atrás los menospreciaba como apestados “del 155″. Y Pedro Sánchez, indirectamente, ha vuelto a caer de pie: ERC no se descolgará de la mayoría de la investidura.

Esta confluencia de intereses trae consigo un giro político que a nadie se le ha pasado por alto: el hundimiento de los bloques que creó el procés, aquella división rígida de los partidos catalanes según su visión territorial —lo que se llama el eje nacional— y no según su modelo de sociedad. 10 años se cumplen desde que Artur Mas renegó de su alianza con Alicia Sánchez-Camacho para abrazar el soberanismo (neutralizando de paso el 15-M en Cataluña), y 13 desde el final del tripartito. En aparente paradoja, esta fractura se ha producido en la legislatura “del 52%”, cuando más votos independentistas se habían cosechado. No está claro que PSC, ERC y, sobre todo, los comunes, defiendan hoy un mismo modelo de sociedad, pero sus coincidencias han pasado por delante de una estrategia independentista que hace tiempo que dejó de ser unitaria.

Digan lo que digan en Junts per Catalunya, este acuerdo no augura una reedición del tripartito, la campaña municipal lo confirmará. Es un pacto ocasional, aunque importante, que ha permitido sonreír al Govern y, en privado, también a Salvador Illa.

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