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Jaume Sisa, una condecoración muy galáctica

El artista canta ‘Me’n vaig amb globus’ al recibir la Medalla de Oro al Mérito Cultural de la ciudad de Barcelona

Ada Colau aplaude a Jaume Sisa
Ada Colau aplaude a Jaume SisaKike Rincon (Kike Rincon)

La entrada en el solemne Saló de Cent tuvo cierta miga, ya que junto a la alcaldesa, Ada Colau, caminaba Jaume Sisa, un persona que no encaja con las solemnidades. Pero ir junto a una alcaldesa en estos tiempos de igualdades, al menos formales, no es para azorarse; lo mejor es que abriendo camino iban dos miembros bien encopetados con sus plumas y todo de la Guardia Urbana. Iban “de bonito”, un término militar que Sisa desconoce dada una miopía que le libró de la mili pero que seguramente le resulta familiar por esas anécdotas insufribles que hacen que la mili nunca se acabe.

La cuestión es que la ciudad le homenajeaba ayer con la concesión de la Medalla de Oro al Mérito Cultural, una forma de decir que Jaume Sisa ya forma parte oficialmente del imaginario común de Barcelona. Y Sisa entraba con la Guardia Urbana que quizá en sus años gamberros estuvo a punto de detenerle.

El acto tuvo el aire de familia que poseen los propios de las estrellas en minúsculas que quizás los años acaban conviertiendo en mayúsculas. Músicos, amigos, personas de la industria, del periodismo musical y algún viejo compañero de cuando no iban de la mano con los urbanos, caso de Oriol Tramvia.

Tomó en primer lugar la palabra Colau, quien amén de entonar un pequeño mea culpa por no haber llegado a tiempo para reconocer su legado a otros artistas como Pau Riba, se declaró seguidora desde bien pequeña de Sisa, a quien ya oía en su casa. Es más, en un gesto que dió un toque humano y de proximidad a un acto que por definición acostumbra ser severo, la alcaldesa recordó bajar por Vía Laietana en sus dias de reivindicación callejera cantando los himnos del artista, esas canciones en las que lo imposible parece acariciarse con la yema de los dedos. Este recuerdo sirvió para que la alcaldesa estimase que Sisa “representa la música de la Barcelona que más nos gusta”, reivindicase el deseo de “lograr ser unos soñadores como él” y lo situase como referente de una parte de los musicos actuales, algunos de ellos allí presentes, renovando su admiración por la maestría de este cantante, compositor, escritor y filósofo en pantuflas que se llama Sisa y también se llamó de otras maneras, como Ricardo Solfa, sin ir más lejos.

A todo esto el protagnonista se iba emocionando poco a poco, como si las palabras que escuchaba fuesen más tetimonio de cariño que de admiración, que también. Jersey calabaza nada estridente, pantalones negros y esas sempiternas gafas sin cristal y con montura de Mortadelo, uno de los héroes populares a los que evoca la música de Sisa. Porque Sisa como artista es hijo de una Barcelona que ya no existe, la Barcelona de Casavella o Marsé, la del bar Delicias aún sin las torres de ladrillo que no dejan ver la ciudad como le pasaba al Pijoaparte, la Barcelona de los boleros y las orquestas de pachanga, de una radio en la que sonaba música italiana y francesa; de cuando los tebeos no tenían necesidad de ganar reputación intelectual haciendo que la modernidad los llame novelas gràficas. Era una Barcelona más de barrio, como su Poble Sec y mucho más lenta, idónea para una persona que como Jaume no entiende la velocidad de nuestros días.

Jaume Sisa
El cantautor Jaume Sisa recibe la Medalla de Oro al mérito cultural del Ayuntamiento de Barcelona de manos de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau.David Zorrakino (Europa Press)

Pero el gran activo del homenajeado, también glosado por el concejal Jordi Martí y por el director de teatro y dramaturgo Oriol Broggi, es que no se trata de un artista apergaminado que encajonado en su nostalgia cree que cualquier tiempo pasado fue mejor. Igual a Sisa no le gusta mucho de lo que ve, pero seguramente es lo suficientemente inteligente como para saber que a ciertas edades ya ni merece la pena entender algunas cosas porque hacerse mayor consiste en eso, en no entender. Eso es lo que permitió que en los años dosmil, cuando reapareció con los que ya son sus últimos discos, pudiese conectar con un público jóven, con los músicos de ese público y por lo tanto seguir siendo un artista que sabe reflejar lo que le ha tocado vivir, lo que entiende y lo que no. Quizás tambien por ello, o porque Sisa, a pesar de todo, es tan importante que nadie con cargo es capaz de cuestionarlo aunque no le guste nada su forma de cantar, recibió su medalla con el unánime apoyo de los grupos políticos del consistorio, ninguno de los cuales tiene un programa galáctico.

Tras la formal glosa realizada por Broggi, que se cerró con un El setè cel interpretado por Fer, un guitarrista con suficiente valor como para hacer una versión muy similar a la que hubiera hecho Sisa, en su misma clave y delante suyo, ahí es ná. El momento final no tuvo nada de envaramiento: la alcaldesa le intentó prender la medalla al cuello, el cierre se negó, Sisa miraba sin ver y en el momento de los besos hasta pareció que por una cuestión de dioptrías podía haber besado a Ada en los labios. Hubiese sido galáctico.

El final lo puso Jaume quien un día decaró a este diario “la poesía llena los huecos de la realidad ordinaria y ayuda a sobrellevarla”. Cantó, sin micro, con su afinación y su gestualidad Me’n Vaig amb globus. ¿Se puede decir mejor?

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