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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Turner, naturaleza, asombro y alegría

Hombre de carácter y artista controvertido, combinó de manera decidida y precisa el retrato de la naturaleza en acción revuelta

Un visitante frente a uno de los cuadros de Turner exhibidos en el MNAC.
Un visitante frente a uno de los cuadros de Turner exhibidos en el MNAC.Andreu Dalmau (EFE)
Mercè Ibarz

Vaya por delante que la alegría es pasearse por la exposición de Turner (1775-1851) en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC). Sea entre semana, sea en domingo, los visitantes muestran su apego a la, en apariencia, visión romántica del pintor, acuarelista y grabador inglés, paisajista incuestionable. Hombre de carácter, artista controvertido, absolutamente cierto de su genio y de su visión, combinó de manera decidida y precisa el retrato de la naturaleza en acción revuelta, su mitología y papel en la historia del arte, y las invenciones tecnológicas de Newton, entre otros. ¿Es eso lo que sienten sus admiradores hoy, aquí, en estas salas? Así parece. Nada del silencio que a menudo acompaña a las exposiciones. Murmullos y brío, comunicación entre unos y otros, incluso espontánea. Aunque tal vez este fervor sea motivado por el recelo y atracción del abismo.

Porque este hombre se abismaba en la naturaleza. Aguaceros, tempestades, la mar encabritada, lo que fuera que se manifestara con pasión, era donde quería estar. Leí que, un día o más, se ató a lo alto del mástil de un barco para poder ver el mar desatado. Un visitante con el que he coincidido en la cola de entrada se me acerca en la sala y, tras decir que él mismo es pintor, amablemente se ofrece a relatar una anécdota. Érase dos seguidores de Turner y uno dice: “Es admirable cómo retrata a la naturaleza”, a lo que el otro responde: “¡La naturaleza tiene mucho que aprender todavía de Turner!”. Algo así, pensé, es lo que sucede en la sala. Esto es un diálogo de artista y naturaleza, una competición de buena ley entre lo visible y lo invisible, sin dar lecciones. Turner ofrece lo que la naturaleza se esfuerza por hacer comprender: naturaleza y humanidad podemos ser buenas amigas, si nos respetamos mutuamente.

Esto es abismo y es comprensión, es sublime y es ultrarealista. Que la luz es color es una evidencia, pero Turner tuvo que insistir una vez y otra ante sus contemporáneos para ser comprendido y seguido, sin demasiado éxito entonces. “El sol es Dios”, fueron sus últimas palabras según se cuenta. El paisajismo era considerado un género menor, un telón de fondo, una suerte de aprendizaje artístico sin más. Le dio la vuelta y lo transformó en meditaciones sobre la luz y el color que expresan ideas y valores. Otro coetáneo fue el alemán Friedrich, pero Turner no pone la figura humana en el centro, su misticismo es otro, más sensorial, más científico, atento a los avances de Newton y las teorías del color de Goethe. Sus figuras humanas y de animales son pequeñas, en los bordes, y es hermoso verlas vivir tranquilas en la luz inmensa de la vida material de la naturaleza. Hoy no somos capaces de ver tanto. Ver ya no es creer. La desconfianza es mucho mayor que nuestro respeto, por más que la naturaleza se desgañite desesperada ante nosotros. Y qué decir de nuestras vistas adocenadas, en fotos y pantallas: provocarían en Turner una más de sus cóleras furiosas contra la miopía y la gandulería humanas.

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