Miguel Strogoff en la plaza de Sant Jaume
Esperar que Putin ayudara a Cataluña a independizarse es la última, definitiva y más patética ocurrencia que pudiera surgir de una mente política que se pretende democrática
![Carles Puigdemont, en el Parlamento europeo.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/JQIU72IOKKXZPTXP6333R6SUK4.jpg?auth=f235df7f119bac501b8067d8dd99416cd7b725d3edb92ca44695d4a6037e58b4&width=414)
Pudo más la sensatez que la pasión independentista. Al menos en Esquerra, donde desde hace tiempo se reniega de todo lo que representa Putin, sus obras y sus pompas. Es más dudoso el comportamiento de Puigdemont y su entorno. Lo fue durante su presidencia, como poco a poco se ha ido conociendo, pero todavía más durante su dorado exilio bruselense. Hay ambientes políticos en los que las subastas radicales y el desorden conspirativo propician el disparate, la infiltración y los agentes dobles. Una vez imperan la fragmentación y el caos en los partidos, sus débiles direcciones atienden solo a las redes sociales y se entra en una zona de sombra en la que se pierde el sentido de la orientación, el respeto a la inteligencia e incluso la decencia.
Admitamos que fuera solo un accidente, resultado de la insensata osadía de unos pocos elementos marginales. A reserva de lo que diluciden los tribunales y, si fuera el caso, la obligada investigación parlamentaria, tanto o más necesaria que la del caso Pegasus, desechemos incluso la seriedad de la propuesta de intervención financiera e incluso de auxilio armado a la declaración unilateral de independencia por parte de unos amigos rusos, se supone que del grupo Wagner, famoso por sus actuaciones criminales en Siria, Libia, Mali y ahora Ucrania. Incluso imaginando que fueran meras chanzas de café, o mezcla de estafa y de intromisión exterior, tiene todo muy mala pinta y hace ineludible tocar el hueso de los contactos con el Miguel Strogoff que Putin mandó a la plaza de Sant Jaume, e interpretar qué significa en clave política, especialmente a la luz de la guerra de agresión contra Ucrania.
Para un cierto maquiavelismo local, quizás nada esté prohibido y solo importen los resultados. Históricamente sabemos lo que significa sacrificarlo todo, también la democracia y las libertades, a un objetivo supremo. Queda claro a estas horas que alguien especuló con una idea descabellada que pervertía el idealismo independentista, anulaba su pacifismo y destruía la eficaz propaganda de una década entera.
Ante la debilidad de la política de alianzas y el fracaso de la internacionalización del conflicto, se abrió paso la ocurrencia genial de tantear alianzas infames, impropias de un país moderno y europeo. Cataluña solo ha avanzado históricamente en el autogobierno cuando ha apostado por la democracia parlamentaria, el Estado de derecho y el multilateralismo, y he aquí que un grupo de amigos y conocidos de Puigdemont imaginaron un futuro catalán a la sombra del orden internacional totalitario basado en el derecho del más fuerte en vez de en la fuerza del derecho. Esperar que el carcelero y verdugo de pueblos que es Vladímir Putin ayudara a Cataluña a separarse de la España democrática y constitucional es la última, definitiva y más patética ocurrencia que pudiera surgir de una mente política que se pretende democrática.
Puedes seguir a EL PAÍS Catalunya en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal
Sobre la firma
![Lluís Bassets](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2Fb52bac44-bbf8-4c43-8262-d941e3035cee.png?auth=337ba15f44fd2f942b63c49c4b096c7803f1378c919a5897e4f84a34be8cb6f0&width=100&height=100&smart=true)