El socialismo ante el espejo francés
La política no admite el vacío y en la medida en que los partidos socialistas y comunistas tradicionales dejaron de ser percibidos como instrumentos útiles, han aparecido sus sustitutos
En Francia acaba de pasar lo que en España en 2015-2016 parecía que iba a pasar, estuvo a punto de suceder, pero no pasó. El partido socialista galo ha perdido la hegemonía de la izquierda que le confería el hecho de ser el más votado en este ámbito ideológico en unas elecciones generales. Hace cinco años, Pablo Iglesias con Podemos y sus confluencias estuvieron a un tris de alcanzar lo que ahora ha obtenido Jean-Luc Mélenchon con su Francia Insumisa. Se quedaron a menos de dos puntos porcentuales de lograrlo. En 2015, el PSOE obtuvo el 22,01% de los votos frente al 20,68% de Podemos y las confluencias. En 2016, la diferencia fue del 22,63% al 21,15%. Ese casi empate acabó desembocando más adelante en una coalición de gobierno entre ambas fuerzas, con los socialistas de Pedro Sánchez en clara posición hegemónica.
El cambio de posiciones en Francia entre los socialistas y sus rivales y, sin embargo, necesarios aliados de la izquierda implica también un cambio de roles, de jerarquía. De líderes a secundarios. De dirigentes a dirigidos. Es una situación inédita en la Europa Occidental a escala estatal, el marco de referencia para ambas partes. Ha habido y hay numerosas situaciones de colaboración a nivel regional y municipal entre las izquierdas en distintos países, alianzas electorales, también pactos de gobierno, pero siempre con los partidos socialistas en posición de liderazgo, de control. El marco geoestratégico de la Guerra Fría entre el bloque occidental y el soviético no permitía otra cosa. Pero eso queda ya muy lejos.
Lo que ahora está en juego en Francia es si los partidos a la izquierda del socialista son capaces de sustituirle en la dirección del bloque. Una variopinta amalgama en la que figuran ex socialistas junto a los continuadores de los revolucionarios comunistas de antaño y fuerzas nuevas, como los ecologistas, va a ejercer como oposición progresista durante el segundo mandato de Emmanuel Macron como presidente. Y a presentarse como nueva alternativa de gobierno.
El surgimiento y auge de Podemos y sus confluencias como fuerza canalizadora de un profundo y extendido malestar social y político es un fenómeno relativamente parecido al de la Francia Insumisa de Mélenchon. La política no admite el vacío y en la medida en que los partidos socialistas y comunistas tradicionales dejaron de ser percibidos como instrumentos útiles, han aparecido sus sustitutos. La experiencia en curso con el gobierno de coalición entre el PSOE y Podemos es positiva para sus promotores, pero contradictoria. Ha puesto fin a políticas claramente dañinas en materia social, laboral y ecológica implantadas por los gobiernos de la derecha, ha reorientado la política económica y energética, ha bajado la tensión en el conflicto catalán. Para el PSOE, la coalición ha sido un instrumento de consolidación en un momento crítico de transición generacional. En el caso de Podemos, en cambio, ha puesto al descubierto una excesivamente débil cohesión política interna, la persistente dificultad para consolidar una implantación territorial estable y la pérdida de peso relativo respecto a los partidos y organizaciones regionales y nacionales con las que ha confluido. Cuando la vieja guardia del PSOE acusaba a Pedro Sánchez de “podemizar” al PSOE, no se daba cuenta de que lo estaba salvando.
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