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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Negocios carolingios

Está empíricamente probado que defender la independencia no está reñido con el modelo de capitalismo insolidario de bajos impuestos y altas comisiones

Francesc Valls
Entrevista a Gerard Piqué, defensa del Barça.
Entrevista a Gerard Piqué, defensa del Barça.JUAN BARBOSA (EL PAÍS)

Movidos por la pasión de encontrar el hecho diferencial, se acostumbra a hablar del pasado carolingio de Cataluña en contraposición al visigótico o más directamente árabe del resto de España. La festividad de San Esteban es carolingia, aunque en Francia no se celebre, porque nos enlaza con Europa. También la tradición de la mona –el huevo de pascua– nos retrotrae al pasado glorioso de la Marca Hispánica. Algunos insignes independentistas a través de tuits lo recuerdan tanto como la prensa digital adicta al procés y generosamente regada con dinero público.

De esta manera se intenta cultivar la idea de diferencia ancestral: frente a la España del Emirato de Córdoba se erigía la Cataluña carolingia, que llegaba –eso sí– hasta el río Llobregat y dejaba fuera a Lleida y Tarragona. Poco importa que dependiera política y religiosamente de los francos o que a ambos lados de la imprecisa frontera hubiera gentes de unas u otras creencias. Hay que regar el gen de la diferencia. No vale simplemente con la voluntad democrática. Es necesario buscar una justificación histórica con categoría científica.

El caso es que los descendientes de los francos se diferencian poco del resto de Hispania en el siglo XXI. Sobre todo a la hora de exhibir su destreza comisionista. Gerard Piqué, por ejemplo, no ha dudado en traicionar sus raíces carolingias para negociar que la Supercopa de España –esa unidad de destino tan universal como opresora– se celebre en Arabia Saudí. El dinero que mueve la competición asciende a 40 millones de euros por año hasta 2029, de los que un 10% –a razón de 4 millones anuales– va a las arcas de la empresa del defensa del Barça.

Piqué fue uno de los pocos futbolistas catalanes que en su día defendió el derecho a decidir y encontró dura la sentencia de los líderes del procés, lo que le valió ser abucheado en buena parte de los estadios de España. Su aura ética se hizo visible a los ojos de muchos en Cataluña. Afirmó que no es incompatible ser independentista y jugar con la roja. Al fin y al cabo, el himno español no tiene letra y de esta manera los disidentes se evitan el trago de sus colegas franceses, fiscalizados y lapidados por la extrema derecha por no cantar La Marsellesa.

Se puede jugar en la selección y no sentirse español. También está empíricamente probado que defender la independencia no está reñido con el modelo de capitalismo insolidario de bajos impuestos y altas comisiones. Ahí están las gentes de Junts per Catalunya –como la consejera Victòria Alsina– que no dudan en manifestar que la firma de reparto Glovo es el “modelo de empresa que queremos”. O el diputado puigdemontista Joan Canadell capaz de alabar el ejemplo económico de Isabel Díaz Ayuso durante la pandemia, a pesar de haber dicho anteriormente que “llevamos 500 años atados a estos salvajes”.

También la carolingia Convergència hizo negocios con la madrileña Ferrovial, como muestra el “caso Palau”. O el propio Piqué, cuando presentando su Copa Davis en la capital de España, afirmó: “Ya me gustaría que la ciudad de Barcelona estuviera a la altura de Madrid; siento envidia”.

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Y es que el dinero, además de no oler, ni siquiera tiene patria.

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