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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

2021: La pandemia y Afganistán

El año ha transcurrido de la esperanza a la euforia y de esta a la frustración. Ahora mismo hay más incomprensión que confianza. Con lo cual sigue marcando el paso un peligroso enemigo: el miedo

Josep Ramoneda
Centro de Kandahar al atardecer.
Centro de Kandahar al atardecer.

1. “Como demuestra la pandemia, la conciencia ha basculado hacia un estado defensivo”. Lo dice Jürgen Habermas. Es una manera de expresar un sentido generalizado: la fatiga. Agudizada en este tramo final del año. Cuando pensábamos estar ya avistando la salida del túnel, nos ha caído un chorreo científico, político y mediático que nos manda echar para atrás otra vez. Y el súbito repliegue que ha aguado las celebraciones navideñas no hace más que aumentar el estado de confusión.

Siempre con la incertidumbre en el trasfondo de la conciencia, el año ha tenido tres momentos: la apoteosis del proceso de vacunación como vía para la redención que la ciencia nos proponía; el retorno casi compulsivo a la calle, en un clima de falsa euforia propio de lo que se vive más como una ilusión que como una realidad; y el palo del último momento, cuando ya queríamos creer que se avistaba el final o, a lo sumo, el enquistamiento controlado, de la pandemia. Y los tres momentos han transcurrido sobre un sustrato de fatiga psicológica, consecuencia de los estragos en la salud mental provocados por la pandemia, pero también del radical reconocimiento de la fragilidad de la vida que fue la experiencia vida bajo el signo del confinamiento. En los vaivenes de los estados de ánimo, esta inseguridad, que nos coloca inercialmente en estado defensivo, sigue y seguirá pesando. Y no se puede abandonar el sentido crítico ante el riesgo de que salgamos del episodio pandémico habiendo normalizado restricciones de libertades sólo aceptables muy excepcionalmente.

Hemos confirmado también la dificultad de construir una composición de lugar que permita generar confianza —saber dónde estamos y adónde vamos— en un universo mediático en que la búsqueda del impacto emocional se impone por encima de todo, haciendo difícil distinguir entre la verdad y la mentira, entre lo racional y lo irracional. Medios de comunicación, políticos y científicos pugnan en la lucha por la seducción de la ciudadanía y a menudo se les va de la mano de modo que las situaciones se hacen más ingobernables. Y llega un momento en que se hace difícil hacerse una composición de lugar razonable. Los gobernantes dieron el golpe con el confinamiento, pero inmediatamente salieron —por lo general desde posiciones manifiestamente reaccionarias— los que quisieron apropiarse de la bandera de la libertad promoviendo barra libre. Y con todo ello se hizo difícil el debate real: ¿dónde está el equilibrio? ¿Hasta dónde se puede y se debe llegar en restricciones y limitaciones de derechos y libertades? Con las vacunas la ciencia ganó legitimidad, pero algunos de sus más destacados portavoces cayeron en el carrusel mediático llevando con ella más confusión que claridad. Precisamente porque tampoco la ciencia tiene toda la verdad, habría sido recomendable más pedagogía y menos espectáculo. Y así ha transcurrido el año de los vaivenes: de la esperanza a la euforia y de esta a la frustración. Hagamos de la experiencia virtud si, realmente, como algunos anuncian, el año próximo se puede llegar al final de este ciclo pandémico. Ahora mismo hay más incomprensión que confianza. Con lo cual sigue marcando el paso un peligroso enemigo: el miedo.

2. Pero los árboles de la pandemia no deben impedirnos ver el bosque de un mundo en plena mutación. Las relaciones de fuerza están cambiando y la política internacional no deja de emitir señales que no deberían pasar desapercibidas. La capacidad de olvido de todo lo que ocurre lejos de nosotros es grande. Y en un par de meses la crisis de Afganistán, la salida de Estados Unidos y el retorno al poder de los talibanes, un sonoro fracaso americano, ha desaparecido de nuestro escenario mediático. Y, sin embargo, es un acontecimiento que marca el fin de una época. Basta con una frase del presidente Joe Biden, al que le tocó el papel de triste figurante al ordenar una salida pactada por su antecesor, para entenderlo: “La decisión sobre Afganistán no concierne sólo a Afganistán. Se trata de poner fin a una era de operaciones mayores que pretendían remodelar países”. Es decir, se acabó la época de las intervenciones militares con coartada democratizadora o incluso humanitaria, emanadas de la cultura de la guerra fría y la presunta superioridad Occidental. Ahora, parece que sólo podrán darse por razones de alta seguridad nacional. A la espera de cómo se van configurando las nuevas hegemonías, con China, una vez ha asimilado Hong-Kong, con la mirada puesta en Taiwán. En el mundo siguen ocurriendo cosas, además de la pandemia. Una buena razón para acelerar el combate contra la fatiga que pesa sobre nosotros.

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