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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Abucheo y silencio

No se me ocurre pitar a los alcaldes cuya candidatura no he votado. Mucho menos a los artistas en mala forma. Las más de las veces el gesto es más bien pobre y, en ocasiones, una crueldad innecesaria

Pablo Salvador Coderch
La cantante Amy Winehouse en un concierto en Belgrado en 2011.
La cantante Amy Winehouse en un concierto en Belgrado en 2011.SRDJAN STEVAONIC

Como prefiero el silencio al abucheo, no se me ocurre pitar a los alcaldes cuya candidatura no he votado. Mucho menos a los artistas en mala forma. Las más de las veces el abucheo es más bien pobre y, en ocasiones, una crueldad innecesaria. Así, el 18 de junio de 2011, en Belgrado, la cantante brítánica Amy Winehouse, ya muy enferma, dio su último concierto, casi no se tenía en pie, la pitaron de mala manera y pocas semanas después, el 23 de julio de aquel año, moriría. Hoy es un icono inolvidable y es que algunos no aciertan nunca a callar a tiempo.

Protestar en la ópera las nuevas producciones aventuradas es ya casi una costumbre. Menos airoso es vocear a la soprano que quiebra la voz en un aria difícil. Esto último le ocurrió hace menos de dos años en el Liceu, en enero de 2020, a una esforzada cantante que perdió la apoyatura en O patria mia de Aida, un reto prodigioso concebido por Verdi para sopranos dramáticas. La cantante se llevó una mano a la boca, pero se repuso. Nadie dejó de notarlo, pero nadie protestó, ni mucho menos abucheó el fallo, que en esa velada hasta nosotros los espectadores estuvimos bien. La gran soprano afroamericana Leontyne Price, nacida en 1927, tiene más de una versión memorable de O patria mia, accesible en la red y ella misma se despidió como cantante de ópera en 1985 con una Aida inolvidable. Hoy el estándar es la versión de 2016 dirigida por Antonio Pappano, con Anja Harteros y Jonas Kaufmann.

No son maneras, dejen hablar, por favor, ¿o es que algunos solo saben dar voces sin otro sentido que el rechazo?
No son maneras, dejen hablar, por favor, ¿o es que algunos solo saben dar voces sin otro sentido que el rechazo?

Los veteranos del Liceu no podemos olvidar a nuestra Montserrat Caballe, óiganla en la versión que dirigió Riccardo Muti, en 1974, acompañada por Plácido Domingo, Piero Cappucilli, Fiorenza Cosotto y Nicolai Ghiaurov. No sé de nadie realmente aficionado que osara abuchear a los más grandes, incluso en sus horas bajas. Pero yo lo he visto y lo he oído hacer. Mal.

Sin embargo, uno comprende las protestas, a menudo más que justificadas, de quienes han pagado por ver algo grande, como en el caso de un concierto de Coldplay, una banda británica pop rock y de rock alternativo, en Barcelona y en su Estadi Olímpic, en 2009, durante el cual la música ni se oía. En esa ocasión el pobre Chris Martin lo pasó mal, pero él mismo se había metido en el lío. Hay abucheos fundados.

En los deportes hay pautas escolares educadas, dirigidas a los niños y, por supuesto, a sus padres. Así, en tenis, lo primer que le enseñan a uno es a estarse tranquilo durante cada juego y a no aplaudir hasta que se haya acabado. Añaden que hay que quedarse en el asiento hasta que los jugadores cambian de lado de la pista, que hay que tener los dispositivos electrónicos en silencio y que no hay que mofarse de los fallos. En cambio, las reglas en materia de alcohol no son uniformes: en Wimbledon se puede (con moderación), pero en el torneo de Roland Garros, no, y así sucesivamente. En el fútbol escolar, hay reglas no escritas y sabias, como la que prohíbe (a los padres) hacer de entrenador a gritos desde las gradas, o la que pide moderación en el trato con los partidarios del equipo contrario al suyo, pero ninguna es tan grande en este deporte admirable como la que reza “Juegue al fútbol con cualquiera —con todo el mundo—, en todas partes”. El fútbol se ha convertido en una escuela antirracista universal y admirable. En todo caso, los deportes de equipo y de competición se prestan mucho más a la protesta disonante y coral que los individuales.

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Sin embargo, uno comprende las protestas, a menudo más que justificadas, de quienes han pagado por ver algo grande
Sin embargo, uno comprende las protestas, a menudo más que justificadas, de quienes han pagado por ver algo grande

Finalmente, queda la política. He empezado este artículo con una crítica a quienes abuchean a mi alcaldesa, por más que yo no la haya votado nunca. No son maneras, dejen hablar, por favor, ¿o es que algunos solo saben dar voces sin otro sentido que el rechazo? En el Parlamento por antonomasia, que es el británico, abuchear a un diputado mientras tiene la palabra no está permitido oficialmente, aunque no es insólito protestar el discurso del primer ministro, quien tiene mucho poder, pero nunca más que el Parlamento mismo. El abucheo tiene algo de desahogo: del pobre contra el rico, del desapoderado contra el poderoso, del pequeño contra el grande. Pero uno no puede dejar de pensar que muchas veces, si no las más, quien abuchea lo hace porque no tiene nada que decir, ningún argumento a mano. Palmas y pitos, herencia perdurable del toreo.

Pablo Salvador Coderch es catedrático emérito de Derecho Civil en la Universitat Pompeu Fabra.

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