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El Mucky Duck, un ‘pub’ disfrazado de chiringuito

El local situado entre Salou y Cambrils, Tarragona, echa en falta al público inglés y muta de piel para captar al nuevo turista de la Costa Daurada

Clientes en el interior del Mucky Duck en la playa de Cambrils, Tarragona.
Clientes en el interior del Mucky Duck en la playa de Cambrils, Tarragona.JOSEP LLUÍS SELLART
Marc Rovira

Es mediodía de primeros de agosto y el sol pica en la larga avenida que une Salou y Cambrils. En Vilafortuny, ese barrio de chalés y de apartamentos en el término de la segunda localidad, que no pertenece a ningún sitio, pero que está a medio camino de todas partes, los bañistas van abandonando la playa para saciar gargantas y barrigas en alguna sombra fresquita. Pese a la calorina, no hay empujones para llegar a la barra, en la media docena de bares repartidos por la manzana. No siempre fue así. Al alcanzar la hora del vermú, el pub Mucky Duck solía ser una improvisada fiesta de la cerveza. Turistas ingleses e irlandeses trasegaban pintas, una tras otra, para bajar la temperatura de sus cuerpos teñidos de rojo gamba. Las mesas estaban ocupadas por platos rebosantes de patatas fritas y de hamburguesas de dos pisos. Si se daba el caso que caía el encargo de hacer algún reportaje de turistas en Salou, ese era un destino fijo. Testimonios a puñados, a la sombra de un cobertizo y con toda clase de brebajes hidratantes a mano. El ambiente era familiar. Algunos incluso hallaban allí más calor que en su propio hogar. El verano pasado, un irlandés contaba que se había tenido que refugiar en un apartamento cercano tras un desencuentro con su madre. “Me echó de casa, tiene miedo de que le pegue el coronavirus”, contaba.

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El panorama es, ahora, bien distinto. “En toda la mañana solo he servido un café con leche”, lamenta Guillem, el camarero al frente del negocio. Tiene 25 años y ni siquiera querría estar ahí. “Yo estudié Administración y Dirección de Empresas y estaba trabajando en una compañía de gestión de flotas, pero tuve que dejarlo para venir a echar una mano”. Guillem es el hijo de Xavier Avila, el dueño del local. “Había tenido hasta catorce trabajadores contratados, pero ahora no nos queda otra que tirarlo adelante entre nosotros”, confiesa el patriarca. El pub se ha tornado una especie de chiringuito playero, decorado con cañas de bambú, velas y macetillas con cactus. El Mucky Duck se ha convertido en el Alma Beach House.

La mezcla de aromas del chicken curry y del fish and chips ya no se adueña de la cocina, porque ahora la propuesta culinaria se basa en una oferta “más mediterránea”, dice Guillem. Tataki, carpaccios y calamares destacan en una carta decorada con palmeras y coloreada con tonos crema. Parafernalia innecesaria para aquellos antiguos parroquianos que, como plato principal, daban a sus retoños patatas fritas con ketchup. “¿Comerán algo más?”, osé preguntar una vez. “Claro que sí, una chocolatina”.

La idea del rediseño es atraer al nuevo perfil de turista que ocupa los alojamientos de la Costa Daurada. “Fundamentalmente es cliente español. Muchos aragoneses y, también, vascos y navarros”, detalla el jefe. Se trata de un público de paladar más fino.

El batacazo pandémico se notó especialmente en este local, que era punto de avituallamiento del contingente inglés e irlandés que desembarcaba en Salou. “Abríamos a finales de abril y era una rueda que no paraba hasta finales de septiembre”, evocan los Avila. Jarras de cerveza, un menú relleno de platos de comida rápida y de fritanga, y pantallas de televisión donde poder seguir partidos de la Premier o apasionantes campeonatos de dardos. El acento inglés retumbaba desde las ocho de la mañana hasta pasada la medianoche, pero ahora la terraza ha quedado semivacía. Las pantallas se mantienen encendidas y rememoran un partido del Barça contra el Atlético de Madrid, de hace casi una década. “Lo que daría por volver a esa época, con facturar un 20% de lo que hacía entonces, me conformo”, manifiesta Xavier.

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Desde que levantaron la persiana en el mes de mayo, en la caja han entrado unos 40.000 euros, redondea el dueño. Durante la que él llama “la época dorada”, hubiera sido más del triple. Recuerda con especial satisfacción el trienio de 2005 a 2007, “aquello fue bárbaro”, dice. La confianza de Xavier es que el turista británico termine llegando, ni que sea a finales de agosto o septiembre. “Que se les pase el miedo escénico y vengan. Tienen que tener ganas, seguro, porque llevan un año y medio sin ver el sol”, analiza.

¿Y si regresan y encuentran mojitos en lugar de pintas y ceviches donde antes había pastel de carne? “No es problema. Readaptaremos el local rápidamente, ya tengo incluso el nombre pensado: Mucky Duck returned”, dice. Su hijo certifica que la mutación sería fugaz, pero cuestiona que salga a cuenta. “Mi padre y yo tenemos opiniones distintas, yo dudo de que esta siga siendo una buena zona para tener un bar”, señala. Su desencanto abarca más allá de la idoneidad de una ubicación concreta: “Yo creo que hay que salirse del negocio de la hostelería, ya no da los beneficios de antes”, opina Guillem, partidario de centrar la inversión en “empresas tecnológicas o en el sector inmobiliario”. El padre, que llegó a gestionar seis locales a la vez, discrepa. “El turismo sigue una lógica difícil de entender, ahora parece que hay una fiebre por la montaña, más que por venir a la playa”, detalla. Y habla con el fundamento que le da regentar un pequeño hotel en Jaca. “Ese negocio ahora va como un tiro”, afirma.

Mientras, en Vilafortuny, a un paso del mar, su pub se ha disfrazado de chiringuito, buscando quien le quiera.

Mojitos y ceviche en lugar de ‘pintas’

Año de fundación: 2004

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La mejor hora para ir: Al atardecer, cuando la brisa del mar refresca la terraza, ahora convertida en zona chill out.

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