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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El color del cristal

Un cardenal y un rey convertidos en moneda de cambio de la actualidad judicial de esta misma semana. La doble moral y su perversa sensación de impunidad que cabalgaron durante años han quedado atrás

Bootleg Series Bob Dylan
Bob Dylan, en una imagen sacada de 'Shadow Kingdom'.
Josep Cuní

Los tiempos están cambiando, entonó Bob Dylan hace casi sesenta años. Nunca como entonces los jóvenes habían tenido aquella sensación. Pasaban demasiadas cosas a su alrededor que no les gustaban. No querían seguir acomodados ni resignados. Notaban como crecía la distancia generacional y empezaron a luchar para distinguirse de sus padres. Y a esos progenitores, el futuro Nobel de Literatura por aquella y otras letras, les instaba a no criticar lo que no pudieran entender. “Vuestros hijos e hijas están mucho más allá de vuestro control, vuestro camino envejece rápidamente. Por favor, salid de nuevo porque los tiempos están cambiando” les enardecía. Y a los gobernantes: “Senadores y congresistas escuchad la llamada, no os quedéis en la puerta, no bloqueéis el paso porque el que saldrá herido será el que se haya quedado atrás. Fuera hay una batalla y es brutal. Pronto sacudirá vuestras ventanas y hará temblar vuestras paredes”.

A partir de ahí, la década de los sesenta alcanzaría una intensidad anteriormente desconocida en la que el mensaje de la música tuvo un importante papel. Por eso, y ante las múltiples interpretaciones que se hicieron de la intención de Dylan, años después el cantautor acabó matizando que aquel himno no era una declaración sino un sentimiento.

Estos nuevos tiempos de incertidumbre y pesar demuestran que tampoco son ni inmutables ni inasequibles

Pueden ser muchos los jóvenes de hoy que se identifiquen con el sentido de aquellos versos adaptados a unas circunstancias diferentes, por supuesto, pero igualmente transgresoras con las generaciones anteriores. Las nuevas tecnologías tienen mucho que ver, pero especialmente unas expectativas de futuro menos atractivas fruto de un presente castigado por elementos diversos. Desde el medio ambiente al mercado laboral, desde la crisis permanente a las relaciones personales. Y siempre pasando por la insatisfacción por un modelo de sociedad que, aceptando e incorporando algunos cambios, se reafirma en su mundo de ayer. Lo estamos viendo con los efectos de la pandemia que iba a cambiarlo todo. ¿Dónde han quedado aquellas grandes declaraciones y profundos análisis que aventuraban hace año y medio que después de tanto pavor nada sería igual? Los inquietos esperanzados pueden consolarse pensando que las olas se siguen sucediendo y los miedos continúan instalados a pesar de la vacuna. Y que hasta que no se pase página definitivamente no serán constatables las alteraciones del orden anterior. Es posible que así sea. No obstante, la obertura de las compuertas que nos retuvieron evidencia que hemos vuelto por donde solíamos. Y que los retrocesos sufridos se deben más a la necesidad de libertad que un ejercicio de prudencia.

Pueden ser muchos los jóvenes de hoy que se identifiquen con el sentido de los versos de Bob Dylan

A pesar de todo, esa urgencia de cambios puede ocultar avances considerables e irreversibles. Impensables hace un lustro cuando la demanda de transparencia era más una declaración de intenciones que su exigencia actual. Resultado de complicidades vulneradas, silencios rotos, pactos alterados y miradas desviadas, estos nuevos tiempos de incertidumbre y pesar demuestran que tampoco son ni inmutables ni inasequibles. Y siguen cambiando. Dos ejemplos.

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Esta misma semana un cardenal se ha sentado en el banco de los acusados del propio Vaticano por presunta corrupción por primera vez en la historia. El mismo Papa que le encumbró, le retiró su tutela y le ha hecho caer. Es el propio pontífice que ha dicho que ya no se encubre más la pederastia en la Iglesia católica cuya larga sombra sigue oscureciendo la, hasta hace poco, falsa vida plácida en escuelas, seminarios y monasterios.

Por otra parte, el rey emérito español ha sido denunciado por acoso por su ex-socia y amante. No lo habría hecho personalmente, por supuesto, sino que lo hicieron organismos del Estado los cuales intentaron que no trascendieran episodios de transacciones económicas y sexuales oficialmente encubiertas y compensadas. Comidilla transmitida por el boca-oreja de quienes lo permitían cuando no lo facilitaban. Y con esta exposición pública de su peculiar condición humana, el referente que todo lo fue porque se suponía que a él casi todo se le debía, ya no puede levantarse de la charca emponzoñada en la que está instalado. Y para darle coloración rosa al azul intenso de la sangre regia, resulta que el tribunal británico que debe decidir si impide a Juan Carlos I acercarse a Corina que aspira a otra compensación económica complementaria a la famosa donación, también dirimirá otro contencioso de la misma demandante al exmarido del que sigue ostentado el apellido por impago de la manutención del hijo de ambos.

Un cardenal y un rey convertidos en moneda de cambio de la actualidad judicial de esta misma semana. La doble moral y su perversa sensación de impunidad que cabalgaron durante años han quedado atrás. No son serpientes de verano. Vienen de lejos. Y aquellos que consideren normal que esto trascienda, que lo es, que se pregunten si ambas noticias se hubieran difundido ampliamente hace algunos años. Bob Dylan sigue teniendo razón. Los tiempos están cambiando. Sí. Bastante, aunque insuficientemente.


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