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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fin de curso pandémico: ¡toca dar las gracias!

En general, niños y niñas se han comportado admirablemente en sus centros y los docentes han sacado adelante un curso difícil, con menos personal para atender a la misma ratio de alumnos por aula

Argelia Queralt Jiménez
Un niño de quinto de primaria sigue las clases desde casa.
Un niño de quinto de primaria sigue las clases desde casa.Carles Ribas

Después de seis meses nuestros niños, niñas y adolescentes volvieron a las aulas. El curso escolar 2019-2020 había sido un reto para todos: familias, cuidadores, docentes, pero, sobre todo, para los niños y las niñas que, de un día para otro, pasaron de ir al cole normalmente a quedar encerrados en casa durante varios meses. Durante aquellas semanas fueron tratados como una especie de “bomba vírica”, por lo que salir a la calle les estuvo totalmente vedado. Si recuerdan, algunos policías de balcón se dedicaron a llamar la atención, cuando no a denunciar, a menores que iban por la calle acompañados de un adulto. Esos vigilantes desconocían la razón: lo relevante era asegurar que niños y niñas no salieran a la calle, no utilizaran las azoteas ni los jardines comunitarios. Debían estar en casa, solo en casa. Es claro que la ciencia todavía intentaba saber qué era la covid 19, cuáles eran sus efectos y elementos de contagio, pero, a diferencia de otros grupos sociales, se asumió sin mayor problema que niños y niñas podrían ser supercontagiadores y se les encerró sin colegio, sin deporte, sin formas de ocio y de relación con sus amigos y familias. Las escuelas públicas capearon el temporal como pudieron, haciendo tutorías semanales (una o varias), mientras que concertadas y privadas optaron por seguir un ritmo más intenso.

Los colegios y sus direcciones han hecho auténticos malabarismos para mantener la presencialidad
Los colegios y sus direcciones han hecho auténticos malabarismos para mantener la presencialidad

Hemos comprobado que nuestros pequeños no son más peligrosos que las personas adultas (de hecho, han sido estas el origen principal de los contagios). Empiezan a conocerse también las consecuencias que el encierro ha tenido en la formación de niños y niñas en una sociedad altamente desigual como la española y que lastrará, todavía más, sus oportunidades: la falta de presencialidad ha aumentado la brecha educativa. Aparecen igualmente los primeros estudios sobre el impacto que la pandemia, encierro y postencierro, está teniendo en la salud mental de nuestros pequeños, adolescentes y jóvenes adultos. En el II Congreso digital de la Asociación Española de Pediatría se aseguraba que se han duplicado “los casos de urgencias psiquiátricas infantiles, los trastornos de conducta alimentaria, los casos de ansiedad, depresión y las autolesiones e intentos de suicido adolescente”. Otros estudios realizados por expertos en psicología y psiquiatría, en cambio, no arrojan datos tan alarmantes, y aunque evidencian que se han agudizado algunos sentimientos negativos, afirman que ello no se ha traducido en el incremento notable en el diagnóstico de trastornos o patologías mentales que se vaticinaba. A este respecto, la doctora Virginia Barber Rioja afirmaba recientemente que la covid ha sacado a la luz las tremendas grietas del sistema público de salud mental en España y que, más allá de las cifras concretas, hay que aprovechar la oportunidad para incrementar las ratios de especialistas y de servicios necesarios para fortalecer los instrumentos de cuidado y tratamiento de la salud mental en la sanidad pública.

La escuela en septiembre comenzó con más incertidumbres que certezas. Las familias nos temíamos lo peor. Sin embargo, el curso avanzaba y pese a confinamientos puntuales de grupos afectados por algún contagio, no ha habido que volver a adoptar la medida extrema que supuso el cierre de los centros escolares (cosa que sí se ha producido en otros países de nuestro entorno). En general, niños y niñas se han comportado admirablemente en sus centros, siguiendo las normas de seguridad, manteniendo la distancia con otros grupos burbuja, separándose de sus amigos o amigas, llevando la mascarilla siempre y lavándose las manos regularmente. Los docentes, por su parte, han sacado adelante un curso difícil, con menos personal para atender a la misma ratio de alumnos por aula. Pese a lo esperado, en muchas escuelas públicas los grupos burbuja se han traducido en mantener la ratio habitual de 25 niños por clase, pero reduciendo el número de docentes por grupo y el contacto con otros grupos. Así, el aumento de las plantillas para abordar la enseñanza en plena pandemia ha sido, en general, muy escaso, prácticamente inexistente. Los colegios y sus direcciones han hecho auténticos malabarismos para mantener la presencialidad en las aulas, para que se realizaran todas las actividades curriculares pautadas y, incluso, buscando la forma de que el alumnado pudiera acceder a alguna actividad complementaria. Han cuidado de nuestros hijos e hijas de forma admirable. Seguro que hay excepciones, pero ahora que acaba el curso, creo que se merecen nuestro reconocimiento y agradecimiento. De los problemas de fracaso escolar, de modelo educativo y de falta de medios reales para una educación pública de calidad, ya hablaremos otro día. Ahora toca dar las gracias.

Argelia Queralt Jiménez es profesora de Derecho Constitucional


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