Gestos y gesticulaciones
Desde que ha arrancado la legislatura, Borràs parece querer cargar sobre sus hombros el peso de parar los pies a Vox, con el arma del reglamento, que ha aprendido con admirable aplicación y pasmosa celeridad.
Si hay un lugar en el mundo con especial concentración de personas que creen merecer un destino más importante del que tienen, ese es el Parlament. Diputados de grupos minoritarios que aspiran a serlo de la mayoría, diputadas de la mayoría convencidas de que serían grandes portavoces, portavoces con aspiraciones de consellera, secretarios de mesa seguros de ser mejores que la vicepresidenta o la presidenta, incluso consellers que miran al president de la Generalitat con la pesadumbre de quien soñó una vez ser el designado. Hasta aquí, todo normal. Pero hay quien conlleva su destino con resignación, y quien se resiste a ello.
Laura Borràs es presidenta del Parlamento de Cataluña, un cargo de gran responsabilidad, relevante rango, y poco lucimiento. Presidir la Cámara debería ser como arbitrar un partido, cuanto más inadvertida la labor, más eficaz. Pero Borràs llegó al cargo como triste consuelo tras perder la opción de ser presidenta de la Generalitat. Y con una voluntad imaginable de marcar estilo y asumir cuota de protagonismo. Por ejemplo, desde que ha arrancado la legislatura, parece querer cargar sobre sus hombros el peso de parar los pies a Vox, con el arma del reglamento, que ha aprendido con admirable aplicación y pasmosa celeridad. Aunque los diputados ultras usan un tono impostado tan previsiblemente agresivo e insultante que incluso un delegado de clase de instituto encontraría argumentos para amonestarlos una y otra vez. Ayer, Ignacio Garriga, líder voxista, llamó al Govern “ladrones orgullosos de delinquir que cuentan con el beneplácito de un Gobierno de la nación ilegítimo” bla, bla. Nada que no esté en el libro de mal estilo de la extrema derecha. Borràs no dejó pasar el balón, y exigió la retirada del insulto (“ladrones”, no “ilegítimo”), lo que dio a unos instantes de debate sobre formas.
La designada para compartir mesa con el Rey Felipe VI, la consellera de presidencia, Laura Vilagrà, paseaba ayer por el Parlament con rostro resignadoLa designada para compartir mesa con el Rey Felipe VI, la consellera de presidencia, Laura Vilagrà, paseaba ayer por el Parlament con rostro resignado
En ese momento, se lanzó al combate Carlos Carrizosa, líder de Ciudadanos, que labró toda una carrera parlamentaria maniobrando con el reglamento, y que es otro ejemplo claro de diputado incómodo con su papel secundario; lleva muy mal haber perdido la Champions de azote del independentismo ante Vox. De ahí que se alce de improviso esgrimiendo cuestiones de orden, alusiones o lo que sea que le permita sacar cabeza. Y sabe que siempre encontrará en la presidenta Laura Borràs una contrincante dispuesta a saltar al ring.
No obstante, la pelea Carrizosa-Borràs, ciertamente agria, fue la gesticulación secundaria de la sesión de control al Gobierno autonómico. La principal, el debate sobre la presencia del Govern en la cena del Cercle d’Economia junto al Rey. Un trago difícil en un Gobierno atenazado por “el qué dirán” los de fuera y los de dentro. Estos asuntos formales adquieren rango de alta política cuando uno circula sobre un abismo por un puente frágil, como los de las pelis de Indiana Jones. Por eso el Consell Executiu anunció su asistencia a la cena, pero el president Pere Aragonès y el vicepresidente de la Generalitat Jordi Puigneró se borraron de la convocatoria. La designada para compartir mesa con el Rey Felipe VI, la consellera de presidencia, Laura Vilagrà, paseaba ayer por el Parlament con rostro resignado, constatando con un poco de desazón su papel de apagafuegos de este Govern dual y poco avenido.
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