Sondra Radvanovsky, una diva para tres reinas en el Liceo de Barcelona
La soprano canadiense encara con pasión los finales de la Trilogía Tudor de Donizetti
Protagonizar, seguidas en un concierto, las escenas finales de las tres óperas de Gaetano Donizetti que integran la Trilogía Tudor (Anna Bolena, Maria Stuarda y Roberto Devereux) supone un desafío vocal mayúsculo para una soprano, un reto belcantista que exige dominio técnico, resistencia, coraje y ese punto de alocada pasión que tienen las divas. La soprano canadiense Sondra Radvanovsky, toda una diva, lo ha superado en el Liceo con agallas, temperamento y la complicidad en el foso del italiano Riccardo Frizza.
Por experiencia y dominio del estilo, Frizza, director del Festival Donizetti de Bérgamo, aseguró la tensión dramática y facilitó la labor de la soprano con un cuidadoso y flexible acompañamiento. De hecho, fue Frizza quien le planteó a Radvanovsky realizar un concierto con las oberturas y las escenas finales de la Trilogía Tudor, proyecto que estrenaron en 2019 en la Lyric Opera de Chicago. Tras el parón a causa de la pandemia, el público del Liceo, donde Radvanovsky es una reina, ha podido disfrutar su reencuentro belcantista en dos conciertos (jueves y sábado) triunfales.
La sencilla propuesta escénica del director y escenógrafo sevillano Rafael R. Villalobos, de elegante factura y eficaz iluminación, centra la mirada en la gestualidad de las tres reinas, dejando a secundarios y coro entre penumbras para potenciar el lujoso vestuario del diseñador neoyorquino Rubin Singer, más al servicio de la vanidad de la diva que de la esencia de los personajes.
El trasiego por el repertorio verista ha pasado factura en la voz de Radvanovsky, que suena más tensa y estridente en los agudos, pero el carisma de la intérprete y su incisiva expresividad brindaron momentos antológicos en sus conmovedores retratos de Ana Bolena, María Estuardo e Isabel I de Inglaterra, la Reina Virgen.
El recuerdo de Montserrat Caballé
Jugó bien sus cartas, con gran efecto en los pianísimos, no siempre sostenidos sin mácula —en estos menesteres Montserrat Caballé esculpió momentos mágicos que aún permanecen en la memoria liceísta— y un fraseo de desbordante expresividad y fuerza teatral. Eso sí, los acentos de corte verista en Roberto Devereux resultaron exagerados.
En los papeles secundarios cumplieron dignamente la mezzosoprano Gemma Coma-Alabert, el tenor Marc Sala, el barítono Carles Pachón y dos miembros del coro del Liceo, el tenor José Luis Casanova y el bajo Dmitar Darlev, que resolvieron bien sus breves intervenciones.
Algo más irregular resultó la labor del coro en un intenso concierto concebido para el lucimiento de Radvanovsky que se cerró en un clima de entusiasmo y gratitud hacia una diva muy querida que ha protagonizado en el Liceo barcelonés óperas como Norma, Poliuto, Aida, Un ballo in maschera, Tosca, Andrea Chénier y, en plena pandemia, el recital junto al tenor Piotr Beczala que inauguró esta difícil temporada.
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