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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El insomnio americano

Cuando ves una fotografía escalofriante de manera reiterada deja de hacer efecto, advirtió Andy Warhol en 1963 con su serie de la silla eléctrica, que ahora se expone en Barcelona

Mercè Ibarz
Una visitante en una sala de la exposición 'El sueño americano', en CaixaForum.
Una visitante en una sala de la exposición 'El sueño americano', en CaixaForum.Carles Ribas

Uno de los aspectos mejores de esta exposición es que ilumina algunas de las intuiciones políticas de los artistas norteamericanos tras la II Guerra Mundial, en particular de los artistas pop. Considerados frívolos y mercantilistas casi siempre por casi todo el mundo, artistas como los americanos Andy Warhol y Roy Lichtenstein sabían qué se llevaban entre manos y qué comentarios y críticas deseaban plasmar sobre su país, que justo en la época se estaba convirtiendo en el imperio del mundo moderno a todos los niveles. Pongamos como ejemplo la serie warholiana de la silla eléctrica, que durante años no se vio mucho, pero que este siglo ha alcanzado cifras increíblemente multimillonarias en las subastas prepandemia.

La serie repite diez veces la silla asesina extraída de una fotografía de prensa, en distintos colores y sucesivas gradaciones de color. Cuentan que Warhol dijo, el mismo año que la hizo: “Cuando ves una fotografía escalofriante de manera reiterada deja de hacer efecto”. Sí señor, así es. Había empezado con los cuadros serigrafiados de esta silla eléctrica en 1963, cuando se dio la última ejecución pública en Nueva York. Warhol se remitió a una foto de prensa que reproducía la silla macabra en 1953 en la prisión de Sing Sing, donde acababan de ser ejecutados así Julius y Ethel Rosenberg tras ser acusados y condenados como “espías” de la Unión Soviética, un episodio de la caza de brujas norteamericana de los años cincuenta que marcó época.

Cuando ves una fotografía escalofriante de manera reiterada deja de hacer efecto, repito. Sí señor. Ves la silla eléctrica diez veces en la sala y piensas que Warhol fue siempre un excelente crítico cultural, además de un artista versátil. Su serie de la silla eléctrica anuncia lo que en aquel 1963 estaba viniendo, la televisión y su uso reiterado de imágenes escalofriantes —de cualquier guerra, de una catástrofe, de gentes en el plató vendiendo su vida íntima, etc.— que nos han vuelto insensibles.

Otra serie parecida fue la del accidente de coche, que no está en CaixaForum. Son obras que desde que fueron realizadas han tenido más acogida en Europa que en su propio país. Este rechazo marcó la trayectoria de Warhol, que se dio cuenta de que el mercado no estaba para estos trotes y se lanzó a producir imágenes igual de políticas pero menos obvias: el bote de la sopa Campbell. A los europeos podía hacerles gracia como canto a la vida cotidiana e incluso como guiño más o menos sarcástico a la sociedad de consumo, pero era más bien un guiño compasivo a los soldados de la guerra de Corea, que recibían estas latas de sopa para alimentarse allí.

También sus Marilyn Monroe, Jackie Kennedy y hasta el presidente Mao son obras políticas, hablan de los mitos de la sociedad de masas y, en el caso del político chino, del subidón de ego que dio a los norteamericanos justo antes de perder la guerra de Vietnam: ¡su presidente viajaba a la China, caramba! Solemos tomar las imágenes producidas por la cultura norteamericana como palabras de dioses olímpicos cuando muy a menudo son babeos de satisfacción ante lo grande y ancho que es el mundo y lo importante que es dominarlo al precio que sea, no importa que tantos de tus compatriotas mueran en el frente o en las palizadas o en sus propias calles. Artistas como Warhol y Lichtenstein lo sabían, que su digamos misión era plasmar y documentar ese babeo de satisfacción patriótica.

Lichtenstein puede que lo sepa incluso más que Warhol: al dar carta de naturaleza estética al cómic y a sus procedimientos técnicos dio con un filón inagotable, más permanente en la imaginación que una estrella de cine, una viuda presidencial glamurosa y un presidente chino comunista. El de Lichtenstein es arte político precisamente por eso, por lograr reunir formas visuales que hasta entonces parecían incompatibles —la pintura y el tebeo— y dejar este legado para siempre. Sin importarle, como tampoco le importaría a Warhol, que cualquiera pueda copiarle y hacer su Lichtenstein o su Warhol, como así sucede. Es como la poesía cuando se dice sin saber de quién es, como la canción que se canta sin que importe si sabes o no de quién es la letra.

La expo es El sueño americano pero un título más preciso sería “El insomnio americano”. Pues si el color es la expresión de que el artista ha perdido sus miedos (dice Frida Kahlo al artista Josep Bartolí en el magnífico film animado Josep), los colores pop, que también usan las conceptuales y vistosas Guerrilla Girls, van dejando paso en el recorrido a la oscuridad del presente y de su arte. EE UU al menos lo sabe y sus artistas también.

Mercè Ibarz es escritora y crítica cultural


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