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Vall d’Hebron descongestiona sus Urgencias

El centro renueva la puerta de entrada al hospital y reorganiza los circuitos para evitar la saturación del servicio

Vall d’Hebron
Un par de sanitarios trabajan en las urgencias del hospital Vall d'Hebron de BarcelonaAlbert Garcia (EL PAÍS)
Jessica Mouzo

Ya no hay pacientes apelotonados en los pasillos de las urgencias del hospital Vall d’Hebron de Barcelona. Tampoco salas de espera aborratadas de enfermos y acompañantes esperando a ser atendidos. La puerta de entrada al centro sanitario ha sufrido un lavado de cara, externo e interno, y ya no hay rastro de aquel servicio saturado que enfadaba a las entidades vecinales. Al menos, por ahora. El hospital ha acometido una renovación de las instalaciones y una reorganización de los circuitos asistenciales para evitar las amenazas de colapso en las urgencias y, por lo pronto, ha surtido efecto. Los pacientes que aguardan por una cama en planta cada mañana —llegaba a ser más de 50 en los peores picos prepandémicos— se han reducido a la mitad en poco más de un año.

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La gestión de la atención urgente siempre había sido una piedra en el zapato para el Vall d’Hebron, buque insignia de la sanidad pública catalana. Las quejas por las demoras en la atención, con hileras de pacientes aguardando en la sala de espera o postrados en una camilla en un pasillo esperando una cama en planta, eran constantes y pusieron en pie de guerra al vecindario, que denunciaba a menudo la falta de recursos y espacios para atender la demanda. “El problema de las urgencias se soluciona con obras, no con profesionales”, explicaba en marzo de 2019 a EL PAÍS el entonces gerente, Vicenç Martínez Ibáñez, quien aseguraba también que entre un 30% y un 40% de los pacientes de Urgencias se podrían tratar fuera del hospital.

Con el cambio de gerente en el verano de ese año, el hospital dio un giro de timón y puso la reorganización de las urgencias en el punto de mira. “Necesitamos unas urgencias potentes, que adecúen bien el ingreso urgente. Si un paciente viene con una neumonía y solo tienes dos opciones: ingresarlo en el Vall d’Hebron o mandarlo a casa, esto es muy pobre. Entre estas dos opciones, tienes que rellenar este hueco. Lo que necesitas es tener dispositivos en el territorio y también unas urgencias con unidades de observación y corta estancia”, explicaba el verano pasado a este diario el actual responsable del centro, Albert Salazar. Esa era la idea. Y la pandemia aceleró los planes.

Ayer al mediodía, la sala de espera estaba casi vacía. Unas cintas separaban la zona covid de la no covid, ahora más amplia. “Vamos ajustando la zona de triaje a la demanda”, explica María Arranz, jefa de Urgencias. Antes de la pandemia, cada día solían atender unos 350 pacientes —hasta 420 en los picos invernales de gripe—, pero ahora las visitas han menguado y el perfil de pacientes ha cambiado. “Ahora lo habitual son 250 o 260 pacientes diarios. Antes, venían más pacientes no urgentes, eran el 60%. Ahora, el 55% de las entradas son enfermos urgentes”, apunta Arranz. “Hay un punto de concienciación en el usuario sobre el uso del servicio y también hay un punto de miedo”, tercia Belén Fernández, supervisora de Enfermería, para justificar este cambio de perfiles.

El lavado de cara de las Urgencias de Vall d’Hebron empieza en la puerta, con nueva señalización para que los pacientes y sus familiares no se pierdan por los laberínticos pasillos del servicio. Dentro, tres nuevos boxes para enfermos críticos, mucho más amplios que los dos cubículos de reanimación que había antes, permiten atender tres urgencias vitales de forma simultánea. Por ejemplo, un ictus, un infarto o una parada cardiorespiratoria. En los peores días de la pandemia, relata la subdirectora asistencial, María José Abadías, “se intubaba un paciente cada hora”.

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El servicio está dividido según la complejidad del paciente, que se dirime desde el mismo punto de triaje: críticos, semicríticos o agudos. También hay un área de observación para los que están a punto de ser derivados a otro dispositivo asistencial y una zona de corta estancia, para aquellos casos que requieren algún día bajo control (menos de tres), pero no precisan ingreso en planta. Cada área de complejidad dispone de unas camas específicas y un equipo multidisciplinar que focaliza la asistencia en ese perfil del paciente. “Antes una enfermera podía estar atendiendo a un crítico y tres agudos. Ahora se han diferenciado mucho las zonas y se está trabajando el nivel de especialización”, sostiene Arranz. Una enfermera de agudos atiende solo a esa tipología de pacientes, por ejemplo.

Según los datos que maneja el hospital, los tiempos de espera en todas las fases asistenciales se han reducido. El triaje se hace en menos de 10 minutos (en 7.30 minutos desde la llegada) y las personas que aguardan en urgencias a una cama libre en planta han caído más de la mitad. “Pasamos de llegar por la mañana y tener 80 pacientes pendientes de traslado a tener unos 10”, apunta Abadías. Y la clave, asegura, está en redirigir los flujos de entrada y de salida. “Trabajados la adecuación del ingreso. No todo el mundo necesita ingresar en una cama de agudos de un hospital terciario. Pueden derivarse a unidades de corta estancia, de convalecencia o a la hospitalización a domicilio. También se ha trabajado el flujo de entrada con el Sistema de Emergencias Médicas (SEM) porque hay pacientes que, por su baja complejidad, pueden ser atendidos en atención primaria. Y para evitar que no haya retornos a las 72 horas, también trabajamos conjuntamente con atención primaria para redirigirlos”, explica la subdirectora asistencial. Las derivaciones a otros centros (como el Sant Rafael o el Pere Virgili, entre otros) ha aumentado un 26% y los retornos a urgencias 72 horas después han caído un 25%.

En las camas de agudos de Urgencias, la estancia media ahora es, según el hospital, de 18 horas. “Antes era de dos o tres días, al menos”, apunta la supervisora de Enfermería.

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Sobre la firma

Jessica Mouzo
Jessica Mouzo es redactora de sanidad en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidade de Santiago de Compostela y Máster de Periodismo BCN-NY de la Universitat de Barcelona.

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