“He estado a cero centímetros de la muerte”
Mamadou Dieye, que vivía en la nave incendiada de Badalona, está convencido de que falleció una mujer a la que quiso ayudar: “Se me ha muerto en las manos”
Mamadou Dieye se quita las zapatillas que le han prestado unos vecinos para enseñar los arañazos en los pies. También señala los jirones que tiene en los tejanos que lleva puestos. “No me la puedo quitar en la cabeza”, repite. El hombre, de 43 años, senegalés, se refiere a la hermana de un amigo, a la que intentó salvar del fuego que destruyó este miércoles por la noche la nave industrial okupada donde él vivía en Badalona. Está convencido de lo peor: “Se me ha muerto en las manos”. Los últimos datos oficiales, del jueves de madrugada, indican que hubo al menos tres muertos y 19 heridos en el fuego, tres en estado crítico. Los Bomberos aún no habían podido entrar esta madrugada en el interior de la nave, pasto de las llamas, a comprobar si, como temen, hay más víctimas dentro.
Eran poco antes de las nueve de la noche del miércoles, Mamadou hablaba con su familia por teléfono, cuando todos sus sentidos le lanzaron mensajes de peligro: oyó a gente gritar y subir las escaleras, olió a quemado y casi al instante vio acercarse por el pasillo una bola de humo y fuego hacia él. Enseguida todo se tiñó de negro, y el ambiente se volvió irrespirable. Mamadou estaba en la segunda planta de la nave. La lógica más elemental decía que bajar a los primeros pisos para escapar era correr hacia una muerte segura.
“Rompimos una ventana para que entrase aire”, explica, en un español aprendido después de casi 20 años en Barcelona. Un compañero le gritó que le ayudase a buscar a su hermana. Cuando ya estaban los tres, el hermano saltó por la ventana rota. “Vimos que cayó y que no se movía”, explica Mamadou, y temieron que hubiese muerto. Este jueves, el joven se recuperaba en el hospital, y repetía a los Mossos que no sabía nada de su hermana. La policía sospecha que es una de las tres víctimas mortales halladas en la nave.
A partir de ahí empezó el calvario de Mamadou y la hermana de su amigo. “Ella no vive en la nave, había venido de visita”, explica el hombre. Haciendo con las manos el gesto de levantar a alguien, Mamadou cuenta como subió a la mujer y la acercó a la ventana, a la que no llegaba, para que le diera el aire. “Pero yo me estaba asfixiando”. Así que optó por agarrarla de lado, como un saco de patatas, y tratar de sacar la cabeza ambos en busca de algo de oxígeno. Pero el humo era cada vez más intensó y la dificultad para respirar, mayor. “Me mareé”, relata, entre el humo negro que impedía ver nada.
Cuando los bomberos llegaron ―“demasiado tarde, siento decirlo”, se queja―, Mamadou había perdido las fuerzas, casi asfixiado, y ella también. “Pude sentir que estaba muerta”, dice, y hace un símil difícil de entender para quien no ha cruzado el Mediterráneo en una patera en busca de una vida mejor. “La sentí”, repite, arañándole el pie, desgarrando sus pantalones, agarrándose a él “como la gente cuando muere en el mar”. Mamadou pudo finalmente bajar por la escalera que colocaron los bomberos por la ventana. Pero ella no. O él no la vio, dice, con pocas esperanzas.
“He estado a cero centímetros de la muerte”, reflexiona el hombre, convencido de que dentro de la nave industrial ha fallecido la hermana de su compañero y más personas que vivían allí. “El incendio estaba totalmente desarrollado y eso es incompatible con la vida”, advirtió el jefe de los Bomberos de la Generalitat, sobre la posibilidad de encontrar supervivientes. De la que fuese su casa durante tres años, Mamadou solo conserva lo que lleva puesto, el móvil y la cartera, más una manta y las zapatillas que le acaban de dar. Su pasaporte es pasto de las llamas, junto al resto de sus pertenencias, aunque por su suerte conserva el NIE, que acredita que reside legalmente en España.
En la nave vivían más de un centenar de personas, distribuidas en dos edificios, conectados entre sí, uno de una planta baja y dos pisos, y otro de tres. “De Senegal, de Ghana, de Camerún, de Nigeria…”, explica Mamadou. El interior era un polvorín. “Había colchones, cosas que recogemos para enviar a la familia o para vender”, señala. Y cuenta que muchas personas separaban su espacio construyendo una especie de casa de madera dentro de la nave. “Todo eso ha ardido”, constata, rodeado de compañeros y trabajadores de servicios sociales, que van trasladando a todos los que pueden a un lugar donde dormir en Barcelona. A la una de la madrugada, finalmente ha encontrado un sitio donde pasar la noche: un albergue que ofrece el Ayuntamiento de Barcelona. Sin trabajo, Mamadou deberá buscar en breve un nuevo sitio donde malvivir.
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