La asfixia de la violencia cotidiana
Marion Brunet, exeducadora social, refleja en la premiada novela negra ‘El verano irrespirable’ el racismo y la agresión latentes de la sociedad francesa
No hay comisarios ni investigadores y el crimen no llega hasta alcanzar las tres cuartas partes de la novela. Y aun así, El verano irrespirable (Crossbooks; L’estiu circular, en catalán, en Club Editor) ya acumula cuatro premios del género negro en Francia, entre ellos el Gran Prix de Littérature Policière. Quizá porque lo que sí hay es una violencia latente, nada llamativa, cotidiana; normal, vamos: una mano en el trasero de una chica, bofetadas domésticas, cierto acoso sexual, sexo forzado en el matrimonio, un marido y padre violento, agrios comentarios racistas bajo el falso formato de la broma, hurtos de poca monta… “Las grandes explosiones de violencia ya las conocemos, lo interesante está en esos pequeños detalles y por qué son así y por qué los personajes los hacen; esas cosas y situaciones difíciles me han acompañado mucho tiempo”, detalla la autora, Marion Brunet (Vaucluse, 1976), 15 años como educadora social, lo que le ha permitido hacer uno de los retratos más hiperrealistas de la sociedad francesa actual.
Tras cinco novelas juveniles, el salto a la literatura de adultos y bajo el mantel del polar (“es el único que permite una buena mirada sobre la sociedad”) se sustenta en la historia de dos hermanas adolescentes de 16 y 15 años, Céline (“cerebro de mosquito, porte de reina”) y Jo (“más salvaje que feroz”), hijas de un matrimonio apurado para pagar la hipoteca de su casa unifamiliar en una pequeña ciudad del Midi francés, bella zona con buenas segundas residencias; pero la familia está instalada en una urbanización donde se conllevan, más que viven, franceses de cepa con inmigrantes. Todo tristemente soportable hasta que Céline queda embarazada de no se sabe quién.
Las jóvenes pasan el verano yendo al centro comercial o a las piscinas de los chalés a las que se cuelan de noche, siempre creciendo solas, sin que nadie les diga nada, algo que hasta ellas parecen lamentar; pero tampoco mucho porque todos los personajes tienen pocos horizontes de futuro y el ambiente (descrito con sucinto y elegante estilo atento al detalle) rezuma cierta predestinación circular de sus vidas: las clases sociales no se saltan y las razas no se mezclan. “No creo en absoluto en el ascensor social: el sistema quiere, en el fondo, que todo el mundo permanezca en su clase social; no diré que escapar del círculo en el que te mueves sea imposible, pero sí muy difícil”, resume Brunet. Y no es el retrato solo de la Francia interior: “Ocurre en todo el país, lo que pasa es que en las regiones más pequeñas es más grave por la falta de oportunidades, porque la cultura llega en cuentagotas”.
La brecha social es cada vez más enorme entre ricos y pobres y eso genera una doble cólera: contra el gobierno y contra el otro que tiene un poco más, por poquito que sea”
De ese cielo espiritual plomizo igual se salve una Jo que quizá esquive la formación profesional para ingresar en el instituto de bachillerato, esperanza que la escritora resume con la metáfora de haberla hecho nacer con ojos de colores distintos. “La escuela en Francia es un escenario más de desigualdad, acuden jóvenes con bagajes culturales muy diferentes y la escuela no modifica esas diferencias”, sostiene Brunet, cómoda, a pesar de ese discurso, en la franja crossover entre literatura juvenil y la de adultos en la que algunos ubican su obra.
Si la violencia es sutil, el racismo es galopante, se muestra sin tapujos: árabe y terrorismo islamista son sinónimos para muchos personajes de la novela. Y de eso no se libra ni Manuel, el padre de las chicas, por ser descendiente de exiliados republicanos españoles. “El racismo es total, sin sutilezas, si eres extranjero, no importa de dónde eres… El pueblo que describo es donde me crie y recuerdo que allí se dice que cualquiera que no tenga enterrados antepasados en el cementerio es extranjero”, recuerda. Y añade: “Lo que se observa en los últimos años es que ese racismo también lo ejercen los que ya han sido víctimas ellos mismos de racismo y acusan y descargan sobre el recién llegado los mismos clichés y códigos”.
Confía Brunet, cuya presencia se baraja para el festival BCNegra de finales de enero del próximo año si el coronavirus lo permite, que la actitud de los jóvenes cambie, como se entrevé en las relaciones que Jo mantiene con un joven árabe vecino desde niños; pero apenas tenía 18 años el hombre que decapitó el pasado 16 de octubre a un profesor de Historia de Conflans-Sainte-Honorine (cerca de París) que enseñó a sus alumnos caricaturas del profeta Mahoma. “No soy socióloga ni politóloga para tener una explicación para una tragedia así; mi preparación es más de Psicología, por eso en mis obras voy a las raíces de un personaje, como hago con Manuel, víctima y verdugo a la vez”.
El ambiente en el que se mueven los personajes no es el de pobreza extrema; en cambio, en la vida real sí es un caladero de votos del extremista Frente Nacional, admite la autora. “Es fácil de entender: son zonas olvidadas, invisibles para el Gobierno central francés, donde se destinan pocos recursos, por lo que tampoco hay grandes infraestructuras… Y todo eso va generando violencia y racismo; en la novela, la gente de esas zonas recibe un turismo con poder adquisitivo, ve un nivel de vida que ellos intuyen que no tendrán nunca”.
Pasan las generaciones, pero tanto las revueltas en las banlieues como los ataques racistas y por cuestiones religiosas no dejan de crecer en Francia. La Brunet ex educadora social, oficio también de sus padres, que abrazó tras estudiar Literatura, tiene clara la causa: “La brecha social es cada vez más enorme entre ricos y pobres, y eso genera ira y desesperación, que estalla en una doble cólera: contra el gobierno y contra el otro que tiene un poco más, por poquito que sea”. Una reflexión que engarza con la que hace la madre a su hija Jo: “La vida hace daño. Vale más no montarse películas porque el final es peor”. La novela negra, hoy, como muestra Brunet, no necesita demasiados crímenes para serlo.
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