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OBITUARIO
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Hilari Raguer: la honestidad de un benedictino, historiador e independentista

El monje ha fallecido este jueves en el monasterio de Montserrat, su casa durante 65 años

Francesc Valls
Hilari Raguer, en una imagen de 2006.
Hilari Raguer, en una imagen de 2006.©Gianluca Battista

La lucha contra el franquismo, el nacional-catolicismo y el autoritarismo monacal forjaron el temple de este independentista nacido en Madrid el 11 de agosto de 1928, que ha fallecido esta mañana en el monasterio de Montserrat, su casa durante 65 años. Los puntos de vista de Hilari Raguer siempre fueron a contracorriente. Probablemente sus libros La Espada y la cruz. La iglesia 1936-1939. (Barcelona. Bruguera 1977) o La pólvora y el incienso: La Iglesia y la Guerra Civil española:1936-1939. (Barcelona. Editorial Península. 2001) contribuyeron de forma decisiva a desenmascarar el papel de una jerarquía eclesiástica española que militantemente se alineó con los defensores de una cruzada que se apellidaba cristiana pero que mantenía y alentaba un modelo social, económico y político escasamente piadoso. Raguer siempre representó a esa parte de la Iglesia razonable y dialogante: los tendentes a converger con las luces ilustradas, tal como Hegel soñaba que fuesen los reformados alemanes. En esa búsqueda de razones y datos, jamás negó la existencia de persecución religiosa durante la Guerra Civil, pero sí impugnó la existencia de martirio. Y fue implacable. Combatió junto con otro sacerdote fallecido y también amigo suyo, el historiador Joan Bada, la beatificación del obispo de Barcelona Manuel Irurita, que fue visto con vida después de la guerra, aunque el franquismo aseguró que había sido fusilado por los anarquistas de la FAI en Montcada i Reixac, en 1936. También quiso rescatar del olvido a esa Iglesia marginal y minoritaria que no estuvo con los sublevados y a la que habían tendido una mano tanto la Generalitat republicana como el Gobierno de Negrín. De esa Iglesia formaba parte el capellán de gudaris Aita Patxi, dispuesto a comparecer ante un pelotón de fusilamiento franquista si con ello evitaba la ejecución de un padre de familia comunista y asturiano.

El intento de sacar del olvido esa tercera vía entre las dos Españas fue la que le hizo estudiar dos figuras. De sobras es conocida su tesis doctoral sobre Unió Democràtica de Catalunya y los trabajos sobre la figura de su líder, Manuel Carrasco i Formiguera, fusilado por Franco en Burgos, al igual que otro de sus biografiados, el general Domingo Batet, quien aplastó el levantamiento nacionalista dels Fets d’Octubre de 1934, pero que el 18 de julio se mantuvo fiel a la República.

Gran amigo de Paul Preston –con quien compartió muchos puntos de vista–, toda su trayectoria como historiador es difícil de entender sin hablar de su compromiso en favor de las libertades ya en los años más duros del franquismo. En 1951 fue detenido durante la huelga de tranvías de Barcelona y como estaba haciendo el servicio militar en milicias universitarias ingresó en el castillo de Montjuïc donde permaneció siete meses y 19 días por “por ultrajes a la nación española y al sentimiento de su unidad”. Allí descubrió, confiesa, que era más libre que sus carceleros y eso le dio coraje para tomar la decisión. Cuando fue detenido llevaba una carta encima en la que junto con otros dos firmantes -Jordi Pujol (luego CDC) y Joan Reventós (luego PSC), de quienes fue compañero de agitación y octavillas en el Grup Torras i Bages- pedía al sindicato de estudiantes belgas que no acudiera a un encuentro con los universitarios del régimen.

El informe policial sobre el detenido aseguraba que era un elemento subversivo muy peligroso, en cambio el comandante militar del castillo de Montjuïc lo vio como un chico con cara de asustado y cierto aire de infeliz. Erró el militar, acertó el policía. Al serle concedida en 2016 la medalla de Oro de la Universidad de Barcelona se evidenció que Raguer no tenía propósito de enmienda: “A pesar de mis 88 años aun espero ver, como propugnaba en esa octavilla clandestina de 1951, una universidad de Barcelona alma mater de la república catalana independiente”. La intervención del obispo Modrego evitó el consejo de guerra al joven Raguer, que mientras estaba en la fortaleza militar tomó la decisión de hacerse monje e ingresar en Montserrat. El entonces cardenal de Tarragona, Benjamín de Arriba y Castro, visitó en cierta ocasión el monasterio y se interesó por el joven rebelde. “Ha venido a hacer penitencia”, le dijo el abad Escarré. Y no era verdad. Su decisión era fruto de la meditación. Raguer nunca toleró la mentira. De ahí sus problemas con el abad Aurel·li Maria Escarré, al que buena parte del antifranquismo –desde el nacionalismo hasta cierta izquierda– quiso beatificar en vida., aunque siempre recibiera al Caudillo bajo palio y mantuviera excelentes relaciones con los jerarcas del régimen y fuera un déspota de puertas adentro. Raguer explicaba que Escarré prohibió que los monjes contaran chistes sobre Franco, a lo que uno de ellos –Paulí Ballet (que luego sería expulsado)– le replicó con cara de ingenuo: “¿Y sobre su esposa?” Luego Escarré se labraría su fama de antifranquista al manifestar a Le Monde, el 14 de noviembre de 1963, que, aun llamándose cristiano, el régimen de Franco no se basaba en los principios del cristianismo. Pero esa no fue la causa de su destitución. Los problemas de Escarré con la comunidad y con el Vaticano forzaron su dimisión del cargo y su retiro a Vivoldone, en Italia, lo que no se produjo hasta dos años después de las declaraciones. Pero en todo ese periodo, entre 1963 y 1965, entró y salió a placer de España sin mayores problemas. La dictadura no le vetó la libertad de movimientos.

En un artículo publicado el 10 de diciembre de 1983 en La Vanguardia, Raguer respondía a los apologetas del abad y decía: “los mitómanos del abad Escarré han aplicado la técnica de Goebbels, para quien una mentira, si se grita con energía y se repite durante bastante tiempo, se convierte en verdad”.

Y es que Montserrat fue un gran símbolo. Pero Raguer fue siempre un especialista en hacer tambalear los tableros maniqueos. Por eso un mediodía de primavera del año 2000 acudió a un almuerzo con este periodista en un restaurante barcelonés. Iba acompañado de otras dos ilustres cabezas pensantes de la comunidad también fallecidos: Evangelista Vilanova y Lluís Duch. Los tres hicieron un dibujo de la comunidad bastante alejado del existente en el imaginario catalán. Apuntaron los conflictos que comportaba la vida sexual de una minoría de frailes. Luego en esos encuentros también participaron Xavier Vidal-Folch –director adjunto de El País– y el subdirector Andreu Missé. Los jesuitas de Manresa se prestaron para formalizar ese diálogo entre los jerarcas de la abadía y los periodistas. Después de reuniones con el prior Ramon Ribera e intentos infructuosos de hablar con el abad Josep Maria Soler, EL PAÍS publicó la información el 29 de octubre de 2000. “Creo que la ética obliga a no entrar a hablar de conductas de personas privadas, y nuestra comunidad es una persona privada”, sostuvo Ribera en este diario. Pero la información era misericordiosa, pues aun habiendo recopilado este diario datos de menores que habían sido objeto de abusos, ni la insinuó ni la publicó por deseo expreso de los afectados, se limitó a referir controversias sobre la vida sexual de un grupo de monjes. A consecuencia del escándalo, el teólogo Evangelista Vilanova fue desterrado a Sant Cugat del Vallès y a Raguer lo enviaron al santuario de El Miracle. Tras ser sometido a un interrogatorio por la comunidad, Raguer espetó: “A mi no me dais miedo; yo he pasado por una cárcel militar”. Sobre aquellos hechos, mintieron los jerarcas de Montserrat, mintieron los visitadores de la comunidad – a quienes algunos monjes habían referido las quejas– y mintió la prensa cainita que siempre intentó salvar el estado de cosas. Raguer jamás se retractó ni en público ni en privado, hasta el punto de que mientras estuvo desterrado se declaró en huelga de hambre. 20 años después estallaría el escándalo de los abusos a menores en el monasterio. La integridad ética de Raguer siempre fue a prueba de maniqueísmos.

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