La desbandada de la Diada más descafeinada
La pandemia de coronavirus consigue interrumpir ocho años seguidos de manifestaciones masivas y deja vacío el centro de Barcelona
Era el 10 de julio de 2010. Un grupo de jóvenes monitores terminaba de descargar el material tras volver de campamentos, cuando el coche oficial del expresidente de la Generalitat, Jordi Pujol, se paró en medio de un cruce. Salió. “¿Qué? ¿No váis a la manifestación?”, inquirió. A dos calles se celebraba una concentración masiva contra la sentencia del Estatut. Duró poco la conversación porque si bien uno de los jóvenes hacía una foto para enviarla a su madre, otro criticaba ante el mismísimo president la herencia de los gobiernos pujolistas cuando todavía no se sabía nada de la deixa. Pero la consigna ya estaba dada: hay que salir a la calle. El independentismo ganó peso y dio así el pistoletazo de salida a una década de grandes manifestaciones. La fecha escogida para mostrar músculo cada año fue el 11 de septiembre, la Diada.
Ha tenido que ser una pandemia global, que ha dejado más de 140.000 contagios y 13.137 muertos en Cataluña, la que ha interrumpido ocho años (desde la primera gran marcha en la Diada de 2012) de manifestaciones masivas. Aunque el desánimo que mostraban ayer muchos manifestantes y la crítica de la ANC y Òmnium a los partidos independentistas indican que no solo ha sido la covid-19 la causante de esta Diada tan atípica. Las calles del centro de la ciudad estaban este viernes mucho más vacías que en años anteriores; los comercios, bares y restaurantes recordaban con nostalgia cómo antes se llenaban hasta los topes, y ayer apenas conseguían tener las terrazas ocupadas; y la manifestación ha estado marcada por las medidas de seguridad: concentraciones descentralizadas, toma de temperatura y gel al entrar en el espacio, y quedarse en las marcas en el suelo para respetar la distancia.
Ante este panorama, y ante la recomendación de las autoridades sanitarias de evitar aglomeraciones, muchos barceloneses han decidido no ir a la manifestación, y los que antes venían con autobuses desde otras poblaciones se quedaron en las concentraciones que se organizaron en cada municipio. Y muchos otros recuperaron la vieja tradición de usar este festivo para hacer el último viaje del verano: según los datos del Servei Català de Trànsit, 420.000 vehículos salieron de la ciudad entre las tres de la tarde del jueves y la misma hora de ayer.
“Es la primera Diada que no pasamos juntos con los amigos”, señalaba un manifestante en la plaza de la Universidad, que prefirió no dar su nombre. Su grupo de amigos decidió aprovechar el puente y romper con la tradición de comer juntos, ponerse la camiseta y el merchandising independentista e ir a la concentración. “Es un poco triste, por la pandemia pero también porque muchos no ven un proyecto claro”, destacó.
En las calles del centro, quien más lo notó fueron los comercios, bares y restaurantes. “No he vendido ni una bandera, y no creo que vendamos nada. En años anteriores, entre los turistas curiosos y los manifestantes de fuera de Barcelona, era un buen día de ventas”, explicaba Imran, encargado en una tienda de recuerdos en La Rambla. El epicentro de los actos de la Diada, el barrio del Born, presentaba una estampa rara: muchísima menos gente que en años anteriores, y casi todos jóvenes. Alguna familia con la camiseta de la ANC comía en las terrazas de la calle de Argenteria. “Estamos facturando menos de la mitad que el año pasado. Normalmente este es un día que llenas completamente la terraza y el interior, pero ahora estamos muy, muy tranquilos”, lamentaba Genaro Rodríguez, encargado de La Taberna del Cobre. En el paseo del Born, había hasta algún bar cerrado, en previsión de la poca afluencia de gente.
También los hay que no se arrugan ni ante circunstancias tan difíciles. “Es cuando las cosas están feas que tienes que salir más a la calle, tenemos que insistir y hacer ver a los políticos que tienen que seguir en el camino a la independencia”, afirmó Carles, ya en la concentración, de pie sobre su marca y a punto de alzar el puño para cantar Els Segadors.
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