El tronío de una nueva identidad
Queralt Lahoz, una voz que aflamenca los sonidos urbanos, se afirmó en Sala Barcelona de Montjuïc
No hay mal que por bien no venga. En ocasiones aplicar esta máxima supone aprovechar el deshielo para inventarse nuevas rutas comerciales en el Ártico, conducta muy humana por pragmática, aunque en otras supone ventajas casi insuperables, como asistir a un concierto en el castillo de Montjuïc, bajo el manto de un atardecer que vira a anochecer mientras el puerto mantiene, allá abajo, su actividad y la ciudad se enciende al otro lado. La montaña, con su papel musical reforzado por la pandemia, es también un reguero dominical de familias que meriendan en el césped, parejas que ya en la noche buscan rincones para estrechar la distancia social y corredores que apuran su forma física mientras al público del ciclo Sala Barcelona le tomaban la temperatura antes de ingresar en el patio de armas de la fortaleza donde tiene lugar el ciclo que ponía en juego a Queralt Lahoz, una artista de las nuevas urbanidades. Música al aire libre con nuevos sonidos en una montaña familiar. No hay mal que por bien no venga.
Queralt Lahoz es una artista fruto de las nuevas identidades, tan de aluvión como las antiguas aunque con otros mimbres. De familia granadina, con abuela que como Queralt Lahoz recordó al presentar María la molinera, lo perdió todo en el campo —su molino—, por la presión latifundista, atraída por el hip-hop y demás sonidos correspondientes a su generación de veinteañera larga, esta hija de la emigración de Santa Coloma de Gramanet fundamenta su música en la verdad de unas raíces que unen el flamenco transmitido por su yaya con esos sonidos urbanos de hoy, amén del son y los dejes de bolero que vienen de antes. Nuevas identidades en constante mutación, un mundo que no se para y una artista para defenderlo con tronío. Una nueva/vieja historia de esa sopa hija de mil cucharas que es la música.
Alta, entallada en un vestido oscuro, cabello abundante y azabache de reina mora, presencia y voz. Todos los argumentos de Queralt Lahoz expuestos ya a las primeras de cambio, con Como puñalá, una de las canciones del epé 1917, homenaje al año de nacimiento de su abuela. Teclados, batería acústica y DJ para dar forma a unas tonadas de acento meridional, no recitadas pero aún y con todo cantadas con respeto a la métrica del hip-hop y a su forma de decir. No a su forma de gesticular o de mover el cuerpo, más propio de una flamenca que se subía la falda en pleno arrebato, taconeaba o alzaba los brazos antes de hacer palmas mientras recorría el escenario de punta a punta. Recuerdos a sus clásicos Lole y Manuel, de los que cantó Nuevo día, y canciones como Línea 17 en las que asoma La Habana, la emigración, De las cuevas a los olivos o el origen obrero, Me gusta. Música que sonó emocionada porque, además, Queralt llevaba meses sin poder cantar en público. Todo tiene marcado aire emocional en estos días de incertidumbres.
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