Casaldàliga, la subversión a silenciar
En su libro de 1988 escribió: “Me llamarán subversivo / Y yo les diré: lo soy. / Por mi pueblo en lucha, vivo. / Con mi pueblo en marcha, voy. / Tengo fe de guerrillero / y amor de revolución...”
La palabra del obispo Pere Casaldàliga, Pedro Casaldàliga, Pere Llibertat, no es la que solemos escuchar en las autoridades religiosas o políticas. Conviene recordarla cuando los elogios por su muerte pueden ser otra manera de silenciar su subversión. Pere Casaldàliga publicó en 1988 un libro de poesía con el título Me llamarán subversivo. En uno de los poemas, el último, se presenta a sí mismo con las citadas palabras. Una década antes, en 1976, había publicado otro libro, ¡Yo creo en la justicia y en la esperanza!, en este caso testimonial de su trayectoria, de las ideas y de las creencias que habían marcado su vida hasta ese momento. Y decía: “Creo que hoy solo se puede vivir sublevadamente. Y creo que solo se puede ser cristiano siendo revolucionario, porque ya no basta con pretender ‘reformar’ el mundo”. Esta manera de actuar lo llevó a chocar con muchas y diferentes maneras de querer silenciarlo, de terminar con su vida incluso.
Casaldàliga mantuvo esta actitud durante toda su trayectoria, hasta el final de su vida. Ya en este nuevo siglo alzó la voz y actuó en contra del neoliberalismo, que presentó como una auténtica dictadura económica y cultural mundial, una macrodictadura. Nunca dejó de hacer política. Hacer política para hacer una política distinta a la realizada por otros poderes, también dentro de la Iglesia. Hacer política para subvertir el mundo. Cambiar el mundo para hacer posible un mundo justo, sin exclusiones, discriminaciones, opresiones, privilegios...
En 1992, en un capítulo de 30 minuts que le dedicó TV3, Casaldàliga nos planteaba una reflexión que seguramente sigue siendo válida hoy: en Cataluña se ve bien que se defienda la Amazonia, a los indígenas, a los obreros, a los pobres... Se veía bien su tarea. Pero: “Quizás es fácil verlo bien de lejos. Quién sabe si dentro de Cataluña mismo, actuando como actúo aquí, sería bastante mal visto”. Como ante tantas causas justas que resulta difícil contradecir, no se contradice a Casaldàliga en el discurso público en Cataluña. Recibió el premio Cataluña de manos del presidente Maragall, el presidente Torra ha destacado “toda una vida de lucha por la causa del mundo indígena; la Iglesia de los más pobres...”. Pero ¿hacemos presentes sus ideas, sus reivindicaciones?
Las últimas palabras que grabó de Casaldàliga Francesc Escribano, seguramente uno de los que más ha hecho para que conozcamos al personaje (biógrafo en Descalzo sobre la tierra roja e impulsor de la miniserie con el mismo título), fueron: “Mis causas valen más que mi vida...”. Casaldàliga, una gran y fuerte personalidad, personifica causas impulsadas por una gran cantidad de personas, colectivos y organizaciones a lo largo de la historia. No olvidemos a toda aquella gente que en Cataluña, antes de partir hacia Brasil (un período muy poco presente y que es fundamental) y en el país sudamericano, donde tantos años vivió, compartieron con él esas causas. La iglesia de base en la España y la Cataluña franquista, la teología de la liberación que nacía en América cuando él llegaba, los movimientos de oposición al franquismo que buscaban construir alternativas, los movimientos sociales en Brasil que consideró esenciales... La lista es larga y en sus obras no ha dejado de recordar también a personalidades como el Che Guevara u Óscar Romero, entre otros.
Si queremos ser honestos con él, no olvidemos sus causas. Que su vida no esconda sus causas. Sus causas continúan. Reconozcamos su subversión, que es individual y colectiva. Casaldàliga o Pere Llibertat, como fue conocido, nos deja un pensamiento sobre la libertad y la democracia profundamente subversivo y que hoy continúa vigente vivamos en São Félix do Araguaia, donde pasó buena parte de su vida; en Balsareny, donde nació; en Sabadell, donde empezó a hacerse cura y vivió en los barrios obreros (Ca n’Oriac, Torre Romeu, Can Puiggener...) construidos por las migraciones excluidas que llegaban... Casaldàliga nos dice que no hay democracia en el mundo, solo hay democracia para algunas personas. La democracia como privilegio, la libertad como privilegio. Como él decía, mientras haya personas paradas, migradas consideradas ilegales, pobres o empobrecidas... no habrá democracia. Tampoco paz. La paz es fruto de la justicia. La libertad y la democracia nacen de la justicia comunitaria. Las crisis que vivimos (pandemia, ecológica...) no tienen salidas individuales.
Jordi Mir es profesor de Humanidades en la Universidad Pompeu Fabra.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.