La demolición
Lo que esta crisis ha puesto en evidencia es que hay un proceso en curso mucho más grave: la dinámica de demolición del Estado de las autonomías
A pocos días de una nueva solicitud del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, para prorrogar el estado de alarma, varias cosas llaman la atención en la desescalada, pero cuesta ver es la lógica. El líder de la oposición, que es el líder de una mecanismo importante en la vida parlamentaria, insiste una y otra vez en que “se le está acabando la paciencia”. Se entiende, no es el único ciudadano de este país a quien le pasa. Pero no nos dice qué sucederá cuando se le acabe del todo: ¿una moción de censura? Pero no va de esto; va de que en realidad no parece tener un arsenal de argumentos para explicar que si le da por votar “no” a la petición de Sánchez, y por una concatenación de descontentos gana el rechazo, entonces ¿qué? Esto no tiene ninguna lógica a la vista del momento preciso en el que estamos como sociedad.
Mantener una baronía es un objetivo más importante que cerrar filas detrás del Gobierno español
El diputado Rufián encarna otra variante de impaciente sin mucho temple, y es sorprendente a la luz de la trayectoria de su grupo (ERC) en el último período —que llamaremos de crítica constructiva. El político catalán insta al presidente Sánchez a explicar el Plan B. “B”, ¿en serio? ¿Para salir antes de la pandemia? ¿Para buscar unas elecciones generales anticipadas mientras que no se atreven en forzar un adelanto electoral en Cataluña? Más contenido en el tono pero en una deriva de impaciencia sobrevenida está el PNV, que ha ido pasando de una colaboración crítica con el Gobierno de Sánchez a una extraña actitud que parece inspirada, sobre todo, en no aparecer al final de la fila de los impacientes…
Luego está la parte fácil, de pista circense, en la que los actores se dirigen –ahora sí— estrictamente a su público, y a la vez prolongan todo lo que se pueda esta legislatura del Parlament. Ah, el consejero de Interior, Miquel Buch, parece dedicar cada día más tiempo a ensayar cómo decir “el Gobierno del Estado español” con un forzado acento para transmitir que no es su gobierno, ni España su país, mientras que su jefe de comunicación no parece tener más entretenimiento que rescatar carteles de 1808 y 1936. No digamos ya el president Quim Torra, que como líder nato se dedica desde el minuto cero de esta crisis a decir cada día que hará lo contrario de lo que establezca el estado de alarma. Y mintiendo, pues afirma a cara de micrófonos cortesanos que se hará lo que él diga, mientras (por fortuna) los escalones interiores de su administración hacen lo que pueden para cumplir, como los Mossos d’Esquadra, por suerte para todos. Es el mismo president que permite cada día que siga ondeando sobre su despacho la bandera española, y que un día desapareció para reaparecer a los pocos minutos. Y en el mismo palacio al que no se permitía acceder justo antes del inicio de la pandemia a Raimon y su mujer en el homenaje a… ¡Josep Benet!
Quim Torra se dedica desde el minuto cero a decir que hará lo contrario de lo que establezca el estado de alarma
Pero todo esto es la parte fácil de explicar. Sin embargo, lo que esta crisis ha puesto en evidencia es que hay un proceso en curso mucho más grave: la dinámica de demolición del Estado de las autonomías. Los arriba citados están todos en contra. Pero hemos visto cómo barones y más barones se han ido sumando a mostrar reticencias (en el mejor de los casos) cuando no una hostilidad beligerante contra el escalón autonómico. No porque cada barón se haya vuelto independentista, o quiera volver al “España una, y no 51” (excepto por supuesto Vox). Es un tema de poder. Si tienes una baronía, mantenerla a toda costa es un objetivo más importante que cerrar filas detrás del Gobierno español, y esta fiebre recorre España de punta a punta. Sánchez se ha ido dando cuenta de que ni siquiera con una crisis como la de la covid puede contar con “sus” barones. Y los del PP tienen trayectorias poco homogéneas: Núñez Feijóo tiene un perfil constructivo, Isabel Ayuso monta botellones en el Ifema, y así sucesivamente.
Muchos de los protagonistas confían en que sus habilidades, aun admitiendo algún error de maniobra, les auguran un gran porvenir. Interviene aquí también otro factor, formulado como “el teorema de la alcachofa”. En cuanto atisban uno o más periodistas, alcachofa (el micro, para los legos como yo) en mano, no digamos ya una mesa de tertulianos, o Twitter, se vienen arriba. El Estado autonómico saldrá muy malparado de esta pandemia, seguro.
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