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PERIODISMO
Crónica
Texto informativo con interpretación

El triunfo de la infantería

Aunque la pandemia invitaba a quemar definitivamente el papel, los diarios salen cada día y llegan hasta los quioscos

Ramon Besa
Un lector, con un ejemplar del diario EL PAÍS.
Un lector, con un ejemplar del diario EL PAÍS.Joan Sanchez (EL PAÍS)

Ninguna noticia me pareció nunca más relevante que la salida del periódico como producto impreso, acabado y, por tanto, hecho y pensado, triunfo de un colectivo obrero vinculado a una redacción más que de una suma de ilustres individualidades. Aunque la pandemia invitaba a quemar definitivamente el papel, refugiados los periodistas en el teletrabajo, los diarios han acudido de forma servicial a su cita con el lector confinado, conforme con la versión en PDF o dispuesto a llegar hasta el quiosco que todavía aguanta en pie, símbolo de heroicidad y también acostumbrado a vivir más de las golosinas que de las noticias.

Todavía hay quien pide ver la entrevista que ha concedido antes de autorizar su puesta en página porque la letra queda y las palabras se las lleva el viento, señal del valor que mantiene la tinta en tanto que mancha los dedos y ataca a los desmemoriados: una reliquia frente a la tecnología y también la señal de distinción que precisa cualquier empresa para presumir de su cabecera, hilo conductor de la historia de la ciudad y de pueblos como el mío: Perafita.

Quizá porque desde niño aguardaba al coche de línea llegado de Sant Quirze de Besora que traía los diarios de Barcelona, más intranquilo que excitado, seguramente porque a veces el fardo con el que iban anudados era incompleto, se había extraviado o seguía en el tren vía Puigcerdà, de mayor me desvivo por alcanzar el punto de venta más próximo, ni que sea en una gasolinera. Necesito certificar que el periódico está en la calle para ser comprado y leído más que hojeado porque la información cuesta dinero, cosa que conviene recordar.

La edición impresa, o en PDF, debe ser una opción y una alternativa a la digital —gratuita o de pago—, porque exige ordenar las noticias ante el cajón de sastre en que se convierte la web, presa de la voracidad y la rapidez con la que consume la información, a menudo cambiante, sin tiempo para reparar en la diferencia entre una exhibición de Neymar y la detención de Ronaldinho. La dificultad aumenta cuando se impone el teletrabajo y, en función de las responsabilidades y de las amistades, se despliega un surtido de aplicaciones inacabable —ahora me piden que me baje Anchor—.

Si el teletrabajo funciona es porque aún quedan periodistas de calle y de mesa, con agendas y fuentes, capaces de todo

Me gusta la tecnología, y más desde que ha acabado con las interminables reuniones presenciales, si es para ganar horas en época de mucha prisa y poca paciencia, enemigas de la lentitud reclamada por autores como Arturo Pérez-Reverte. “Hasta no hace mucho ser lento era una virtud. No hablo de ser perezoso o indolente, sino de hacer las cosas despacio, con eficacia pero concediéndoles el tiempo necesario”, escribía el 22 de marzo en el XL Semanal. La inmediatez exigida a los periodistas no está reñida con la pausa por la misma razón que el éxito de los futbolistas veloces está en saber frenar para meter un gol.

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“Vísteme despacio que tengo prisa”, decía el refrán cuando la producción no estaba condicionada por el vértigo y no se concebía un diario sin una redacción. La redacción es la que garantiza la salida del periódico, a veces sin saber siquiera muy bien cómo: siempre hay unos cuantos trabajadores, la mayoría anónimos y solidarios, que escriben, editan, compaginan y se encargan de una tarea artesanal para que luzcan los artistas sin más orgullo que el de sacar el diario como signo de vida y éxito grupal.

El esfuerzo redaccional ha sido siempre tan rutinario como cualitativo y, sin embargo, cada vez parece más prescindible: la diferencia que hay desde la llegada de Internet está en el acabado y por tanto en las faltas, las erratas, las repeticiones y las incongruencias, incorregibles en el papel y fáciles de arreglar en la web, diferencia definitiva para evaluar la salud de una publicación: a los mejores periodistas de mesa les cuesta salir a la calle, los reporteros más afamados suelen ser un peligro para la redacción, los grandes editores difícilmente sacan noticias y los que traen exclusivas no son los que tienen mejor letra.

No era fácil encajar las piezas hasta que el diario tuviera sentido porque el proceso llevaba años, reto que hoy nadie quiere correr con los medios digitales. Aquel modelo puede que haya caducado, o al menos el negocio se acabó; ahora se trata de buscar otro que también sea rentable, pero que no traicione al periodismo de toda la vida, el que huye de lo funcionarial y reivindica el amor al oficio y la pasión por encontrar noticias a partir de rastrear los hechos, siempre acercándose lo suficiente, pero sin formar parte de ellos, como defiende Juan Villoro.

El periodismo necesita invertir tiempo y dinero por más que haya quedado demostrado que se puede hacer un diario sin salir de casa, no sin esfuerzo desde luego. Si el teletrabajo ha funcionado ha sido porque aún quedan periodistas de infantería, capaces de redactar una columna de breves o montar una apertura, los únicos que tienen su agenda y sus fuentes, entregados muchos a una sección tan amplia y clásica como la de Sociedad, gente que requiere de muchas horas y necesita ir cada día a las clínicas, a las comisarías, a los juzgados y a los institutos, chequear una información que se convierte en ingente para los corresponsales, todos fabricantes del mejor contexto para que brillen los columnistas.

No se trata de enfrentar el digital con el papel sino de ser igual de exigentes con el uno que con el otro y, por tanto, la dejadez en la que a menudo cae la impresión no se utilice como argumento para justificar a la web. El formato no debe ser excusa sino el argumento para hacerlo bien, cosa que también depende del compromiso de cada uno; el mío incluye todavía comprobar de forma solemne y emocionada que el diario salió a la calle cada día, muestra también de su necesitad de actualizarse, incluso cuando las noticias parecen iguales y repetitivas, también en la web, con la covid-19.

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Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.

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